El programa argentino Prohuerta lleva siete años creciendo en el devastado Haití, donde además de proveer comida a miles de familias, enhebra redes comunitarias y facilita la presencia estatal para otras acciones.
“Lo novedoso no es la idea de las huertas, que muchas ONG las pueden promover, sino que es una política de estado: intervenimos junto al Estado haitiano”, explicó el argentino José Francisco Zelaya, supervisor técnico del Prohuerta en el país caribeño.
Entrevistado en Buenos Aires a punto de emprender su enésimo viaje a Puerto Príncipe, Zelaya explicó: “La cooperación tradicional manda cooperantes que hacen su trabajo y listo. En cambio nosotros generamos redes en la comunidad”.
“En esto el rol imprescindible es el del promotor, la figura que se compromete a organizar el grupo. Es central encontrar a esas personas”, afirmó.
Describió que “esa figura comunitaria lleva las demandas al programa y el programa actúa a través de él. Es el representante de la comunidad en el programa y no al revés”. De ese modo se establece un canal con cada grupo que se organiza, que puede ser aprovechado para otras políticas de estado.
“Cuando fue la epidemia de cólera pudimos capacitar a cientos de promotores en la prevención. En la inundación de 2008, con 700 muertos, el Prohuerta detectó lugares aislados para que llegara la asistencia y se organizó la ayuda humanitaria”, ejemplificó.
Según Zelaya, de este modo “la Argentina aporta a que la solución de los problemas de Haití sea social y política, y no que sea mandar tropas”, como prefieren otros países.
“Esto es un ejemplo de cooperación sur-sur. No fuimos como portadores de la idea salvadora sino a aportar, aprovechando la riqueza argentina en recursos humanos y nivel educativo”, remarcó.
Relató Zelaya que cierta vez, alguien dijo que tenían las semillas y preguntó cuándo podrían empezar, y la respuesta fue que de inmediato; sólo había que preparar la tierra. “Por fin alguien nos dice que podemos hacer lo que sabemos que podemos hacer”, dijo el interlocutor.
Esa actitud facilitó también vencer cierto escepticismo. “Como la organización del Prohuerta tiene su corazón en los promotores voluntarios, en Haití nos decían: «No va a andar; acá todo se paga». Bueno, en la Argentina esta experiencia no funcionó por decreto sino por convicción de la sociedad civil, y en Haití se fue logrando también”, explicó.
“Hemos ido a lugares donde debe respetarse la cultura local, el cura, el pastor, el vudú. Vamos trabajando sobre la organización existente y vamos capacitando. Ya es muy poco lo que hacemos en forma directa porque ya tomaron la posta los técnicos haitianos”, comentó.
Cada escalón alcanzado habilita nuevas metas, no sólo en cantidad. “Vamos incorporando nuevos componentes, como el mejor aprovechamiento del agua, construir las herramientas en forma local; buscamos también que autoproduzcan sus semillas, las que permita el ambiente local”, propuso.
“Los veintitrés coordinadores son haitianos, el coordinador general es haitiano, un ingeniero agrónomo también. Hay técnicos locales. Eso significa que si un día nos tenemos que retirar no se produce el vacío. Queda esa organización del pueblo haitiano”, resumió.