A medio siglo de que se levantara el muro de Berlín, otro “muro de la vergüenza”, como se denominó a aquel, se está construyendo en la frontera entre Grecia y Turquía, esta vez para evitar que los emigrantes ilegales provenientes de las revueltas árabes, África y los ex países del Este accedan a Europa. El muro, que el ejército de Atenas comenzó a construir en febrero pasado con un costo de 5,5 millones de euros financiados en parte por la Unión Europea (UE), se extenderá poco más de diez kilómetros, de los 12 que tiene la línea fronteriza, y tendrá una altura de 2,5 metros, según el organismo regional.
La gigantesca valla para frenar la migración hacia la UE buscará taponar los puntos más vulnerables de la frontera greco-turca, donde no pasa el río Evros, para evitar que los ilegales lleguen a Alemania, Francia y Holanda en busca de trabajo.
Estará reforzado con grandes rollos de alambres de púas y contará con material de alta tecnología y 25 cámaras térmicas para la detección de movimientos.
Para Atenas, la construcción del muro es imprescindible. “Más del 90 por ciento de los inmigrantes ilegales que se detectaron (en 2010) en la frontera externa de la UE fueron detenidos en la frontera griega”, informó la embajadora helena en Buenos Aires, Eleni Leivaditou, a la agencia Télam.
Tras criticar la “política liberal” de visas de Turquía, la diplomática indicó que el muro será “un mensaje claro para las redes organizadas de tráfico y para los inmigrantes clandestinos, de que esta región concreta, esta frontera exterior de la UE, no se ofrece como una puerta de tránsito libre para a la entrada ilegal en Europa”.
“En sí, no es una panacea para la mitigación y la solución del problema mundial de la trata de personas y de la inmigración clandestina –admitió la funcionaria–, temas cuyo tratamiento es, por supuesto, responsabilidad y obligación de todos los países, principalmente de los más desarrollados”.
Sin embargo, muchos no están de acuerdo con la posición de Grecia, y consideran al muro como un símbolo de la xenofobia y de la división socioeconómica. “No es el momento de hablar sobre nuevos muros en Europa, sino de nuevos puentes”, afirmó el ministro turco de Asuntos Europeos, Egemen Bagis.
“La Unión Europea, como isla de ricos, segrega a personas que huyen de la persecución o de la extrema pobreza”, dijo Wolgang Grenz, dirigente de Amnistía Internacional.
Para los especialistas en estos temas, no hay dudas de que las crisis en los países árabes, guerras como la de Irak y la inestabilidad y pobreza en el norte de África alientan la emigración a la que Europa, embargada en su propia crisis, responde con una creciente política racista.
“En Europa hay una crisis económica muy fuerte y no pueden acoger a la gente. Por eso están pensando en estrategia de muros. En balde. No van a poder controlar nada, los flujos van a seguir. Si se paran en algún lado, se desplazan y entran por otro lado”, explicó Sami Nair, ex diputado europeo y profesor de Ciencias Políticas en París, según el corresponsal Eduardo Kragelund.
La crisis que enfrenta Europa “produce una estigmatización de los emigrantes y el auge del racismo, como está sucediendo en Alemania y Francia. También en Italia. Y ahora en Grecia hay un desarrollo de movimientos de extrema derecha que están atacando a los extranjeros”, subrayó. Se trata, concluyó, de una “política de chivo expiatorio. Y funciona bien porque los inmigrantes no tienen derechos”.
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