Hace treinta y cinco años Azucena, Berta, Haydée, María Adela, Julia, María Mercedes, Cándida, Delicia, Pepa, Mirta, Kety, Raquel, Elida, Rosa, María y una joven que no dio su nombre hacían pública la desaparición forzada en la Plaza de Mayo, ese lugar en donde desde el 30 de abril de 1977 las Madres de Plaza de Mayo paren a sus hijos en cada ronda.
Estas historias fundacionales, que comenzaron a contarse aquel 30 de abril, fueron el comienzo de una búsqueda que no termina y clama justicia porque para las Madres sus hijos no están muertos ni van a morir nunca.
La Madres, con un pañuelo blanco en la cabeza que luego comenzó a llevar los nombres de sus hijos, comenzaron a girar alrededor de la Pirámide de Mayo. Y hoy siguen girando como todos los jueves en la histórica “ronda de las Madres”.
En la presentación de su página web la Asociación Madres de Plaza de Mayo dice: “El horror no sabe que esas mujeres contenían dentro imágenes, fotos, ademanes, pasos, voces de sus hijos; no las hace indestructibles, pero sí indomables, y las entrega a un sino que ya no podrán detener”.
Y las Madres-Línea Fundadora dicen: “En un principio nos preguntábamos «¿A vos te pasa lo mismo que a mí?». No nos importaba, ni nos importa, la ideología, ni la religión, ni la condición social de cada una. Marchábamos unidas en el desgarro por el dolor del hijo ausente, enloquecidas porque nos habían arrebatado lo más entrañable”.
“Con el tiempo el dolor se transformó en lucha y la lucha en resistencia activa que lejos de paralizarnos, nos movilizó y nos dio valor”, enfatizan.
Esa lucha y ese valor hizo que tres de las primeras madres: Azucena Villaflor, María Eugenia Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga fueran víctimas del accionar terrorista como sus hijos.
Las tres fueron secuestradas en diciembre de 1977 por un grupo de tareas de la Marina, llevadas a la Esma, torturadas y arrojadas vivas al mar.
El 20 de diciembre de 1977 sus cuerpos aparecieron en las costas de Santa Teresita, donde fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle.
En 2005 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos, tres de los cuales correspondían a las madres y ellas recuperaron sus nombres.
“Nuestros hijos tienen nombre. Nuestros hijos son y están; todos tienen nombre y apellido. Son Beatriz, Juan, Carlos, Irene, Susana… y son los 30.000 que no sólo están en el recuerdo sino en la vida misma, en la construcción diaria de la memoria colectiva”, dicen las Madres-Línea Fundadora.
Y Hebe de Bonafini, titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, decía el 24 de marzo paso en la vigilia para recordar el golpe que estableció la última dictadura cívico-militar: “Nosotros hace treinta y cinco años que vivimos juntas: no es un colectivo cualquiera, no existe en el mundo un movimiento, un colectivo que viva junto treinta y cinco años. ¿Qué significa esto del colectivo de vivir juntas? Significa que ningún día, desde que se llevaron a nuestros hijos, dejamos de hacer algo”.
“La fecha del 30 de abril fue el día que se eligió para quedarnos en la Plaza. ¿Pero cuándo nacieron las Madres? Las Madres nacieron el primer día que se llevaron un hijo y no apareció”, sentenció.
Azucena Villaflor, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia González, Pepa García de Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Élida de Caimi, una joven que no dio su nombre, María Ponce de Bianco y Rosa Contreras, parieron las Madres de Plaza de Mayo en el lugar donde nació la Patria.
Cuatro de la primera hora, y una más
Del grupo de mujeres que comenzó a escribir la historia de las Madres de Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977, sin imaginar el poder que lograron construir, cuatro siguen de pie, con la fortaleza y dignidad que los protagonistas de una epopeya.
Josefa “Pepa” de Noia, la primera en llegar a la Plaza de Mayo y sentarse en el banco junto al Monumento a Manuel Belgrano, supo desde ese día que el dolor transformado en lucha compartida podía hacerlas invencibles.
Mirta Acuña de Baravalle, tiene hoy 87 años, y carga con la doble tragedia de de ser Madre y Abuela de Plaza de Mayo, de un nieto o nieta nacido en cautiverio.
En testimonios judiciales, definió a su hija Ana María como una “militante de la vida” que el 29 de agosto de 1976, horas antes de ser secuestrada junto a su pareja por un grupo armado, había sido felicitada por su obstetra por cómo iba su quinto mes de embarazo.
Raquel Arcuschin integra hoy la Asociación de Familiares de Desaparecidos Judíos en Argentina, es madre de Miguel Sergio Arcuschin, secuestrado el 13 de setiembre de 1976 a los 19 años, junto con su esposa Noemí, embarazada de dos meses.
El hermano de Sergio fue secuestrado junto a él, pero liberado cinco días después; hasta hoy Raquel no sabe nada de su hijo, aunque se supone que estuvieron cautivos en Campo de Mayo.
Haydeé Gastelu de García Buela es madre de Horacio García Buela, estudiante de Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires y militante peronista, secuestrado el 7 de agosto de 1976, a los 21 años de edad.
Como todas las Madres, Haydeé realizó presentaciones en todos los ámbitos y en 2001, el grupo de Antropología Forense identificó los restos de su hijo, cuyo asesinato se produjo en la Masacre de Fátima, ocurrida entre el 19 y el 20 de agosto de 1976.
Aunque no fue el 30 de abril a la plaza, Juana Meller de Pargament, es una de las madres que se integró pocas semanas después al movimiento.
Hoy, con 97 años, sigue abriendo cada día la sede de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y no deja de ir a las rondas de los jueves.