Pasó de ser una mención tabú a convertirse en latiguillo de moda. La obsesión por el crecimiento domina hoy el discurso de Europa. Es una lástima la tardanza. Se podría haber agitado esa bandera antes, y quizá se hubiera evitado la recaída de la eurozona en recesión. Pero, aun así, es mejor tarde que nunca.
Que “Europa necesita contar con una estrategia de crecimiento” es ya una frase hecha de la política regional.
Vale acotar: una frase recién hecha. La doble recesión europea es muy anterior a esta súbita preocupación. No bastó con la zozobra de España e Italia para despertar esta mirada. Aunque Mario Monti, el premier italiano, supo exponer a tiempo sus argumentos. Se diría que lo que no pudieron Madrid ni Roma, sí lo lograron Hollande y Holanda. El candidato socialista francés François Hollande montó su campaña sobre el replanteo de las políticas trazadas por Berlín (incluyendo la renegociación de la criatura dilecta de Angela Merkel, el intocable “pacto fiscal”, y el rechazo a la prédica de la austeridad).
Destino
Esa estrategia de choque –enfatizada por el apoyo sin tapujos de la canciller alemana a Nicolas Sarkozy– debía asustar a los votantes temerosos por el destino de Francia. No fue así. Hollande se impuso en la primera vuelta y encabeza los pronósticos del balotaje. Y, para peor, uno de cada tres sufragios se dirigió a un candidato –ya sea Le Pen o Melenchón– con ideas extremas (de derecha o izquierda), antisistema y contrarias a la integración europea. Y sobre llovido, mojado. La caída del gobierno de Rutte en Holanda volteó a uno de los profetas más entusiastas de la austeridad. Que el tiro de gracia lo propinase Geert Wilders, otro exponente de los extremos del arco político, no aclara el panorama. Como sea, la unidad política de facto que Merkel construyó en la eurozona –tras la blitzkrieg que instaló los gobiernos tecnocráticos de Monti y Papademus, y cinceló un férreo alineamiento de Sarkozy– se agrieta en lo que eran sus puntales. Hollande, todavía en campaña, se atreve a más y señala: “Alemania no puede decidir en solitario el destino de Europa”. ¿Podrá mantener el desplante en caso de ser elegido? No importa.
Lejos de acompañarlo en silencio, un político avezado como Romano Prodi se hace eco: “Es necesario cambiar de política”. El otrora primer ministro italiano, antes presidente de la Comisión Europea (y con vocación de volver a mojar algo) olfatea la demanda de cambios: “Si Alemania parece estar convencida de poder hacerlo sola, Italia debe trabajar con Francia y España para relanzar Europa”. ¿Qué es esto? ¿Una rebelión de los políticos? ¿Cuán lejos podrá llegar una Europa relanzada sin el concurso de Alemania? Aquí el dato a incorporar es otro: es la revuelta de los votantes. Tampoco Merkel logrará avanzar sin su apoyo aunque se empecine.
Merkel domó a Sarkozy, pero no pudo con el votante francés. ¿Qué sentido tendría desafiarlo? ¿Reeditar la Comuna de París? Hay que rebobinar. Así lo entendió, antes que nadie, con cintura envidiable, Mario Draghi, el mandamás del BCE. “Europa necesita un pacto por el crecimiento”, dictaminó. Y con esa demorada sanción de respetabilidad les dio el pie a los demás. Van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, trascartón, le consagró al tema una próxima cumbre. Y la propia Merkel no perdió la oportunidad para plegarse: “Necesitamos crecimiento, crecimiento con iniciativas duraderas, y no simples programas de coyuntura que aumentarían todavía más la deuda pública, pero crecimiento como Mario Draghi propone, con reformas estructurales”.
Hollande, Draghi, Merkel. Todos hablan de crecimiento. ¿Quién está en contra de concederle prioridad? Nadie hoy levantará la mano. ¿Europa, por fin, se puso de acuerdo? Desde ya que no. Cuando se refieren a cómo impulsar el crecimiento, Hollande y Merkel no hablan de lo mismo. Y Draghi tampoco aspira a la estrechez que Merkel está dispuesta a conceder. ¿Podrá lanzarse un gran Plan Marshall para alentar la recuperación económica? No es, por cierto, lo que Alemania tiene en mente. En todo caso, un plan pequeño parece más viable que uno grande. De hecho, la idea formó parte del borrador de la cumbre presidencial de octubre (aunque desapareció en la versión final del acuerdo). ¿Será el Banco Europeo de Inversiones el arma eficaz para salir de la doble recesión? No. Merkel quiere crecimiento sin anabólicos. No compra la idea del estímulo keynesiano (y menos el abandono de las reformas) que propugna Hollande. Si uno hila fino, lo que Merkel compraría es el enfoque Rajoy original: demorar la austeridad (sin dejarla de lado) y acentuar las reformas. Si es así, es una pena que Alemania no lo respaldara a Rajoy con mayor esmero y a tiempo. España se hunde: prueba cabal de que el enfoque Rajoy (al menos en su aplicación unilateral) no provee crecimiento y ni siquiera el antídoto a una recesión más profunda. ¿Valdrá la pena intentar de nuevo? Es lo que más a mano tiene la Europa de Merkel para acariciar el éxito. La receta es sencilla: antes que nada, quitarse la soga del ajuste perentorio del cuello y espaciarlo en el tiempo. ¿Quién dará financiación? Europa, mientras no haya una huida del euro. Hoy por hoy España se cubre en el eurosistema y así será por un buen tiempo. Pero nada resultará más benéfico que despejar el horizonte del fantasma de una corrida. Las mayores chances de crecimiento español están atadas a la posibilidad de que el gobierno de Rajoy pueda evitar tener que redoblar el ajuste el año próximo para llevar el déficit fiscal a la quimera del 3 por ciento del PBI. Eso lo puede resolver favorablemente Europa. Y también puede habilitar el muro cortafuegos –como lo pretende el FMI– y proceder a una drástica reestructuración y capitalización de la banca hispana tomando a su cargo una parte sustancial de la factura (liberando así a las finanzas públicas de España). Son dos golpes secos de timón que se pueden ensayar sin demora. Y que a diferencia del simple palabrerío no caerían en saco roto.