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Un arte en el que el cuerpo es el lienzo, y para siempre

Por Laura Hintze.- Hasta hoy se realiza en el Bernardino Rivadavia la Primera Convención de Tatuajes del MERCOSUR.

“El tatuaje es mi vida”. “Sin tatuar me muero”. “Me despierto pensando en el tatuaje y me acuesto pensando en el tatuaje”. “Tatuar es como un orgasmo para mí”. Cada una de estas frases se escuchó apenas, como escapando del zumbido de las máquinas y las agujas entrando y saliendo de diferentes cuerpos. A la vista –leyendo o estando ahí mismo– puede ser impresionante. Pero en la Convención de Tatuajes no hubo lugar a la impresión, sino más bien, a la fascinación. Para los novatos, una buena oportunidad de conocer el tatuaje desde otra perspectiva, alejada del dolor y la sangre. Todo esto en la Primera Convención de Tatuajes del Mercosur, que comenzó ayer, en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, y continúa a lo largo del día de hoy.

“Dos días para tatuar, compartir, mostrar, intercambiar; para abrir las puertas de los mejores estudios de tatuadores de la región a una ciudad que apuesta cada vez más al arte de tatuar”, explicaron los organizadores a la hora de difundir la actividad. La Convención estuvo organizada por un equipo de profesionales nucleados en Arte Eterno, un estudio de tatuajes de la ciudad. Algunos de los objetivos de estos tatuadores y de la actividad en sí son: integrar y fortalecer relaciones entre distintos artistas de primer nivel, tanto nacional como internacionalmente; fomentar y difundir distintos aspectos del arte de tatuar; mostrar artistas de primer nivel, cada uno en la categoría en la que se especializa; difundir técnicas de cuidado tanto de piercing como de tatuajes; motivar a los participantes en esta actividad, para que el tatuaje se difunda cada vez más; y generar una conexión con todos los artistas tatuadores del Mercosur, invitándolos a participar del evento

Ayer por la tarde las puertas del Centro Cultural Bernardino Rivadavia se convirtieron, verdaderamente, en una convergencia de culturas. Así, mientras adultos mayores bailaban tango en la Plaza Montenegro, la misma se veía colmada de la circulación de adolescentes, jóvenes y adultos, la mayoría de ellos “freaks”, tatuados de los pies a las cabezas. Dentro del Bernardino Rivadavia, las cosas no cambiaron mucho: la Convención de Tatuajes había copado el Centro, con 50 stands y cerca de 100 tatuadores, del país y el Mercosur. Se esperaban, además, cerca de 3 mil personas visitando el lugar entre sábado y domingo. Es llamativo cómo el tatuaje es más que el tatuaje, y cómo sobre él pueden venderse libros o imágenes, cómo existen conferencias, muestras, todas acerca del arte de pintar cuerpos para siempre. Y así como además se vendía ropa, carteras, accesorios, el eje de la cuestión pasaba por estar ahí disfrutando y aprendiendo arte.

“La idea de armar esto surgió después de ir a varias convenciones, conocer gente, hacer amigos. Tras eso dijimos que había que hacerlo en Rosario. Este es un buen lugar para la Convención, porque hay muy buen nivel de tatuadores en la ciudad y porque, además, al público rosarino le gusta e interesa mucho el tatuaje”, explicó el Pelado, mentor de la actividad y tatuador: uno de esos que dice que si no puede tatuar, se muere.

“Decidimos venir porque es como un centro de reunión, nos encontramos con nuestros amigos en un punto donde la gente puede conocer diferentes estilos, hacerse tatuajes, aprender y difundir”, contó Maximiliano, del local Sweet Home (San Martín 843, local 11). Para él, una Convención colabora también a cambiar las perspectivas de la gente. “El tatuaje está subestimado. Yo creo que hoy en día ese punto de vista está cambiando. Se tatúan chicos y gente mayor, que van cambiando, se dan cuenta que no están «muy grandes» para hacerse un tatuaje”. Según Maximiliano, viejas problemáticas en relación al tatuaje han cambiado, principalmente respecto a los prejuicios. Para él, “las cabezas se abrieron” y el tatuaje empieza a ser reconsiderado.

En una Convención de Tatuajes se habla de arte y artistas, muy pocas veces alguien va a señalarse o señalar a un par como tatuador. “Está demostrado que tatuar es un arte. Tatuar es una búsqueda, y es más, se aprende solamente tatuando: siempre alguien presta el cuerpo, y se hace a prueba y error. Soy músico, técnico, maestro mayor de obra, estudie arquitectura y encontré en el tatoo un medio de expresión, que me pareció muy superior al resto de las actividades que hacía. Es poderosa”. Las palabras pertenecen a Emiliano, tatuador platense que se vino a Rosario a trabajar, “como a  todos lados”. Maximiliano comparte la premisa: “No sólo influye el diseño, sino el ojo del artista. Yo te puedo asegurar que un mismo diseño hecho por dos artistas diferentes sale diferente, no porque uno lo haga mal, sino porque cada tatuador deja en su tatuaje algo de él. Hay una marca de cada uno”.

“Claro que es un arte, y de los más antiguos del mundo”, resaltó Blacky, rosarino tatuador (su local está en San Lorenzo y Moreno) desde hace cerca de 20 años.  Teniendo en cuenta su experiencia, Blacky explicó que eligió asistir a la convención rosarina porque la ciudad lo merece: “Hay un muy buen nivel de artistas acá”. Así, para él, cada vez hay más artistas como público: “Ya no hay tantos prejuicios como antes. La gente se tatúa toda, no le importa nada”. En ese sentido, y ante la mayor cantidad de público, cabe preguntarle a cada artista si cae en cuenta de la responsabilidad de su trabajo: dibujar la piel de alguien, un desconocido, por el resto de su vida. “Están jugados”, resumió Héctor, que se vino desde Misiones a tatuar. “Es un compromiso, una responsabilidad muy grande”, manifestó por su parte Blacky. “Obvio que me doy cuenta de mi responsabilidad. Y por eso siempre me dijeron irresponsable”, destacó Coky, tatuador de Capitán Bermúdez mientras la persona que le había prestado la mitad de su pierna reposaba tranquila y con auriculares puestos.

Dante –el chico aventurero que le había prestado la pierna a Cocky– tiene entre 17 y 18 tatuajes en su cuerpo. Ya perdió la cuenta de la cantidad de veces que prestó su piel para que alguien muestre su laburo, o pagó para que alguien dibuje. “Me gusta tatuarme. Duele, pero lo disfrutás, y más porque te gusta el resultado. Es un dolor adictivo. Parece medio masoca pero te acostumbrás y te gusta. Creo que el que más me dolió fue el del codo, o el de los dedos. Sentía que me daban con un taladro”.

Dos pisos más arriba, en el tercero del Centro Cultural, Matías se estaba tatuando un ave fénix en la parte superior de un brazo. Ese debería ser, estimó, su tatuaje número 30. “Me hice mi primer tatuaje a los 14, un arlequín en la pierna. Después no pude parar. Por eso me tatúo”, explicó. Matías tiene a su favor trabajar en una casa de tatuajes, el local de Piazza, que queda en Mendoza al 2700. Así, puede ver día a día qué elige la gente, cuánto cuesta lo que elige, cómo se va modificando el público y hasta qué es lo que se prefiere a nivel local: “Por ejemplo, son más los tatuajes de Central”, señaló con una sonrisa en la cara.

De la mano del tatuaje, al mejor estilo “hermanos”, están los piercings. La Convención bien podría ser de tatuaje y piercing, ya que los insumos son para las dos disciplinas y las banderas que se levantan contra los prejuicios y por este tipo de arte vienen de los dos frentes, unidos. “El piercing es también una decoración del cuerpo”, explicó Maximiliano.

Victoria coloca piercings y llegó desde Buenos Aires. En la jornada de ayer, Emiliano –el tatuador platense– estuvo pintando la parte superior de una de sus piernas. “Ni tatuar ni colocar piercing es algo que puede hacer cualquiera. Muchos se confunden y piensan que es fácil, pero no. Hay que diferenciar al comerciante del que lo siente, lo lleva, le gusta”, señaló Victoria. Ella tiene una mirada interesante, tanto de las perforaciones como de los tatuajes. Los considera parte de la historia: “Están en nuestras raíces. Son cosas con significado, pero que vienen de los antepasados. Respecto al piercing falta abrir más las cabezas. Cuando uno se hace un tatuaje o un piercing lo toman como que uno se lastima. Pero todo lo contrario. Yo no creo que uno se agreda, sino que es algo que a uno le gusta”.

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