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La China, el secreto de la llanura

Damián Ciampechini dirige a los actores Cristian Galati y Ricardo Pagliaro en una singular versión de la obra de Sergio Bizzio y Daniel Guebel. La China sube a escena los sábados a las 22, en Amma.

Por Miguel Passarini

La China en la versión de Damián Ciampechini

La soledad es mala consejera, ya se sabe, y muchas veces, el vacío que genera obliga a las personas a tomar decisiones que, en gran medida, no tienen retorno porque se vuelven extremas. Partiendo de una premisa parecida, los autores Sergio Bizzio y Daniel Guebel, dieron forma a La China, acaso uno de los textos más misóginos y por momentos revulsivos que haya producido la dramaturgia nacional que, sin embargo, parece haber encontrado en el público un espacio en el que la risa se vuelve un mecanismo de defensa frente las situaciones que plantea la pieza, estrenada originalmente en Buenos Aires, en 1995, bajo la dirección de Rubén Szuchmacher, con las actuaciones de Ricardo Bartis y Gustavo Garzón.

Tras algunas funciones realizada en 2011, La China volvió a los escenarios locales, ahora de la mano del director Damián Ciampechini (se conoció otra versión dirigida por Miguel Bosco), quien inclinó la balanza en forma radical para el lado del humor porque, de otro modo, pareciera que no podría sostenerse hoy un texto semejante.

La China cuenta la historia de Páez y Sosa, o quizás un momento de la historia de estos dos gauchos prototípicos perdidos en un rancho en el medio de La Pampa, hastiados de un horizonte siempre lejano en el que lo único que esperan ver es la silueta de una mujer (La China en cuestión, a la que definen como “una mercenaria del amor”) que, al parecer, traerá a ambos un poco de alegría frente a tanta desolación.

Así, con la manifiesta intención de “pinchársela”, tal como ellos mismos dicen hasta el cansancio, la brutalidad con que son expuestos estos personajes, con sus aberraciones ideológicas y limitaciones físicas, no deja más remedio que la risa, frente a la crudeza y el desparpajo con la que describen su cotidianeidad y su falta de “afecto”.

Ciampechini tiene a favor el trabajo de dos actores entregados a la causa que entendieron su mirada pero que, quizás, estaban dispuestos a más, porque no temen a la hora de ponerle el cuerpo a dos personajes que pasan del grotesco al ridículo, del mismo modo que se desenvuelven con holgura dentro del rancho que comparten y que, junto al resto de la puesta, vestuario y maquillaje, se revela como  un claro homenaje a la estética de Florencio Molina Campos, dado que todo remeda a aquellas postales gauchescas casi paródicas que por décadas ilustraron los almanaques de Alpargatas.

Del mismo modo, ciertos giros en los diálogos que buscan la inevitable risotada de parte de la platea, están dosificados a modo de remates, de modo tal que la risa no se superponga a los parlamentos, en un devenir en el que la risa parece ser la única “reacción” posible de parte del público.

Sin embargo, algunos otros condimentos como una serie de proyecciones, empastan la imagen, saturan el cuadro compuesto correctamente en vivo por los actores y la escenografía, detrás de uno de los pasajes más logrados por la dupla Galati-Pagliaro, en el que los gauchos recurren a las drogas para paliar su soledad. A su vez, la continuidad de la trama no explota lo suficiente algunos correctos cambios de registro en los cuales de la risa se pasa al silencio, apelando a un recurso que es propio del grotesco,  que sirve para atomizar la “risotada” y poner en primer plano lo espantoso y hasta lo siniestro que ofrece el relato.

Por lo demás, resulta un hallazgo el guiño a Secreto en la montaña, la premiada película de Ang Lee, del mismo modo que el tratamiento que se le da a todo lo “pictórico” de la puesta, que luego del relato y de las actuaciones, es el otro gran protagonista de esta recomendable versión de La China.

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