El mal tiempo reina desde el viernes pasado con lluvias intermitentes y la humedad al ciento por ciento. Para peor, todo indica que la práctica de colgar la ropa mojada en sillas frente a la estufa y la infatigable lucha de las mujeres por mantener a raya la cabellera descontrolada por la humedad seguirán hasta la próxima semana, según los sitios especializados en pronósticos meteorológicos. Hace una semana que la ciudad está pegajosa. Este clima, insoportable por momentos, es de todas maneras un buen negocio para algunos comercios. Por el contrario, se ha convertido en un calvario para otros. Así, en las lavanderías no dan abasto con la demanda de trabajo; mientras que los lavaderos de autos lucen durante gran parte del día vacíos, a la espera de algún osado que se anime a desafiar a las nubes.
Con tiempo de sobra
Ariel, sentado sobre una butaca en la entrada de su lavadero, en Pellegrini 4433, espera por los vehículos que brillaron por su ausencia toda la semana. Le contó ayer a El Ciudadano que suelen lavar 300 autos por semana, pero desde el domingo sólo llevan 15 servicios. “Este mal tiempo nos mató, tenemos muchos clientes desde hace años y ellos mismos pasan y nos saludan, pero siguen de largo. Con estas lluvias no se animan a limpiarlo, si apenas salen se ensucian de nuevo”, contó el trabajador.
Como tiene tiempo de sobra, Ariel reveló algunos secretos de su actividad y “vendió” los beneficios que ofrece en su local: usa productos de primera marca, con lo cual el lavado sale un poco más caro que los de la zona, “pero son productos buenísimos, de calidad”.
El servicio comienza con un poco de agua para soltar la suciedad, shampoo activo y luego la hidrolavadora para profundizar la limpieza que cierra con un baño de espuma espesa que arrasa, literalmente, con lo que quede de tierra. “El toque final lo damos con una base de cera para que levante el brillo”, comentó Ariel, quien añadió que un lavado completo dura apenas 15 minutos.
Unas cuadras más al oeste de Avellaneda, por Pellegrini, la situación se repite. Si bien en ciertos lugares el lavado es más barato. La merma de pedidos también se nota por estos días. Por ejemplo, de un promedio de 60 lavados diarios, hasta ayer llevaban contabilizados apenas entre 15 y 20. “Tenemos cinco personas trabajando en el lavadero, pero a algunos les avisamos que directamente no vinieran; viven cerca, así que los llamamos si vemos que hay muchos autos, pero si no, no tiene sentido que estemos todos tomando mate y mirándonos la cara”, señaló, con cierto lamento, Miguel.
En tanto, en la vereda de enfrente, Plinio la pasa peor. El encargado del local comentó que sólo ha tenido entre 5 y 6 autos por día en la última semana. Su situación es algo más complicada: en el lugar no tiene techo, así que busca recovecos para cubrirse del agua.
Si bien es un denominador común del rubro, en esta ocasión no hay dudas: todos abrirán las puertas en el feriado de hoy, con la esperanza de tener “algo” de trabajo por si las nubes desaparecen. “No nos podemos tomar el día, necesitamos trabajar, así que vamos a abrir igual”, anunciaron.
Buena cara, y con olor a jabón
El trago amargo de los lavaderos de autos no es la misma cara de la moneda que les toca a las lavanderías. Es que en una ciudad que tiene cada vez más viviendas de pequeñas dimensiones, no hay balcón que alcance para secar ropa con tanta humedad. Es por eso que muchos de estos locales se encuentran abarrotados de pedidos y, según comentaron sus dueños, algunos debieron sumar a integrantes de su familia a trabajar, además de hacer algunas horas extra.
En el caso de Lorena, cuyo local se ubica en Ovidio Lagos al 700, su hijo debió integrarse al equipo de trabajo. “Hace tres días que me está dando una mano, en esta semana duplicamos la cantidad de pedidos”, relató la mujer que, a su vez, confesó que debió rechazar a algunos clientes “porque las máquinas no dan abasto; incluso, muchos toallones han salido secos de la secadora, y la misma humedad en el ambiente los afectaba, y ya no quedaban bien”.
La mujer tiene su local en la planta baja de una torre, en una zona que “está llena de edificios, y algunos ponen la ropa a secar frente a la estufa, pero ¿qué hacés con las toallas y toallones, las sábanas y el uniforme del trabajo y la escuela? Es imposible”. Asimismo, comentó que sus viejos clientes le han pedido “por favor” que aceptara los pedidos de sus familiares, que no suelen usar el servicio de lavandería pero que en esta semana se vieron obligados a cambiar de opinión.
En otro sector de la ciudad, en Pellegrini al 3500, Florencia no paraba de atender el teléfono. Es que esa lavandería también incluye en el servicio el retiro y la entrega de ropa a domicilio.
La joven dijo que en esta época se suelen llevar a lavar acolchados y frazadas, por ende siempre hay promociones al respecto. Pero aclaró que “esta vez las dejamos a un lado, que aguanten unos días más, y que mejor traigan la ropa que necesitan en el momento”.
“Es así, en esta época suelen llegar los acolchados y frazadas para lavarlos, pero esta semana trajeron ropa de trabajo, uniformes escolares, toallas y toallones”, señaló, y recordó que incluso hubo clientes que lavaron la ropa en casa “y la trajeron al local sólo para secarla”.