¿Cansado de leer sobre la saga de Grecia: que si entra en default, que si sale del euro, que ahora, que dentro de un mes, que dentro un año? Usted, estimado lector, al igual que yo y millones de personas en todo el mundo ya está seguramente harto del tema. Cabe preguntarse por qué un país que no tiene importancia geopolítica o económica alguna desde hace dos años es tapa permanente de todos los diarios del planeta, tema sobre el que opinan recurrentemente premios Nobel de economía, mantiene en vilo a los mercados y les quita el sueño a los políticos europeos y a los banqueros centrales de Estados Unidos y Europa.
Desde principios de 2010 hasta ahora hemos sido testigos de una pulseada entre la terquedad germánica y la realidad económica y política de Grecia. Hasta ahora viene ganando la terquedad germánica a un altísimo costo para el pueblo griego. Pero si esta terquedad no viene acompañada de más apoyo financiero y cierta flexibilidad, Alemania inevitablemente va a perder esta pulseada. ¿Cuándo? Difícil saberlo, pero como aventuramos la semana pasada, probablemente pronto.
Mario Blejer, en un reciente artículo publicado en el Financial Times, explicó que el euro es mucho más que un régimen cambiario, es un proyecto político. Y este proyecto representa el punto culminante de un arduo proceso de integración iniciado después de la posguerra. Alemania jugó un papel central en este proceso y por eso lo quiere salvar a toda costa. Desde este punto de vista el argumento de Blejer en contra del default y la salida de Grecia de la eurozona es impecable: “Grecia es miembro de pleno derecho de un proyecto multilateral y tiene derecho a ayuda para sostener ese proyecto. Pero ¿es realista esperar el apoyo? Debería serlo, y no sólo a causa de la solidaridad europea. La salida de Grecia del euro está destinada a generar un contagio en toda la zona euro y a aumentar la probabilidad de un colapso”.
El problema es que, hoy por hoy, y también por razones políticas, no es realista esperar de Alemania el apoyo financiero que necesita Grecia (y que necesitarán Italia y España). Los votantes alemanes no han demostrado ninguna gana de subsidiar a sus socios de la eurozona, lo cual es bastante comprensible. La terquedad de Merkel simplemente refleja la terquedad del electorado alemán. Y por ahora no tenemos indicio alguno de que este electorado haya cambiado de preferencias.
Nouriel Roubini y otros han señalado que la solución más fácil a los problemas actuales de la eurozona sería una depreciación significativa del euro. También debido a la oposición de Alemania (no a su terquedad sino a sus temores a revivir un proceso inflacionario) esta solución es inviable. Teniendo en cuenta esto y que la salida de Grecia del euro está destinada a generar un contagio y una crisis aún mayor (aunque hoy el Bundesbank declaró que el impacto de la salida de Grecia de la eurozona sería sustancial pero manejable), quizás habría que enfocar el problema desde otro ángulo. Quizá sería mejor, como plantean algunos analistas, que Alemania sea la que salga del euro, y no Grecia.
En realidad el resto de los países de la eurozona (con excepción de Austria, Luxemburgo y Finlandia) se parecen más entre sí que a Alemania. Además, el marco (lo cual logísticamente presenta serias dificultades en el corto plazo) probablemente se apreciaría notablemente en relación al euro. De esta manera las deudas de los bancos centrales de España, Irlanda, Italia, Grecia y Portugal con el Bundesbank se verían “licuadas” al igual que la contribución alemana a los distintos planes de rescate. La nueva eurozona reflejaría mejor la realidad económica de los países que la componen. Indudablemente esta opción sería mucho menos traumática para la eurozona que la salida de Grecia. Sí, ya sé, también es muy improbable que ocurra. Por eso es una tragedia griega.