“Viva Alemania, viva la Argentina”, gritó Adolf Eichmann, considerado el arquitecto de la “solución final” para exterminar a seis millones de judíos, poco antes de ser ahorcado en Israel, el 31 de mayo de 1962, hecho del que se cumplirá mañana medio siglo. Los restos del ex agente de las SS fueron incinerados y sus cenizas arrojadas en alta mar para que “no contaminaran el suelo judío”, tras cumplirse la sentencia en la cárcel de Ramla, cerca de Jerusalén.
En una entrevista otorgada en 1950, Eichmann afirmó, según un informe de la BBC de Londres: “Millones de enemigos fueron aniquilados y según mi estimación, la guerra también mató a cinco millones de judíos. Ahora todo ha terminado. El Tercer Reich está perdido (…)”.
Durante su juzgamiento en Israel, donde fue acusado por sobrevivientes del Holocausto, Eichmann insistió en que era una figura menor dentro de la vasta maquinaria del Tercer Reich, y que sólo recibía órdenes de sus superiores.
Eichmann, quien ingresó a las SS en 1932, dirigió entre 1935 y 1945 la sección judía de la Gestapo, período durante el cual fueron deportados unos tres millones de judíos hacia los campos de concentración.
Aprendió a hablar hebreo, visitó Palestina antes de la guerra y cuando los nazis anexaron Austria en 1938 participó en la organización para deportar judíos desde Alemania a los campos de concentración.
La muerte a tiros de los detenidos empezó a resultar ineficiente para los nazis, y entonces fue que Eichmann pensó en “una solución más elegante”: matarlos con gas.
También al ex jerarca nazi se le atribuyó el término “la solución final”, pronunciado durante la conferencia de Wannsse en Berlín, el 20 de enero de 1942, según varios historiadores.
Eichmann entró a la Argentina el 14 de julio de 1950, procedente de Génova, Italia, tras un trámite de la Cruz Roja, de acuerdo al sello de su pasaporte emitido por la Dirección Nacional de Migraciones.
“Una vez en la Argentina trabajó en distintos lugares, entre ellos una empresa llamada Capri, que construyó una usina en la provincia de Tucumán, y en Mercedes Benz, donde estaba trabajando cuando lo secuestraron”, recordó Abraham Zylberman, guionista de la muestra Adolf Eichmann, él vivió entre nosotros, que se exhibe en el Museo del Holocausto de la ciudad de Buenos Aires.
“Quizá la anomalía mayor fue que el Consulado argentino en Génova le otorgó la visa a Eichmann, tras sellar el documento con la leyenda «documentación deficiente». Esto, por supuesto, implica cierta complicidad”, dijo Zylberman.
El guionista y profesor de historia del Holocausto afirmó que “no es casual que (Eichmann) haya elegido la Argentina y no otro país”.
“Primero por esa facilidad para entrar (a la Argentina) y segundo porque era un país que estaba muy alejado de los acontecimientos europeos. ¡Quién iba a venir a buscar a los que escapaban de Europa por cuestiones criminales!”, afirmó.
Para Zylberman, Eichmann “cumplió su tarea con mucha eficiencia: planificar y organizar el exterminio de los judíos europeos. Sentado en su oficina en Berlín, daba las órdenes y emitía los documentos para llevar adelante el proceso”.
Según algunos historiadores, llevar a los criminales nazis ante la Justicia no era una prioridad para los Aliados luego de finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945.
Quizá esta actitud fue la que obligó a Israel a justificar el secuestro en la Argentina del criminal de guerra, durante el gobierno de Arturo Frondizi, luego de que fuera descubierto por el célebre cazador de nazis Simón Wiesenthal.
Eichmann, quien vivía en la Argentina bajo el nombre de Ricardo Klement, fue capturado el 11 de mayo de 1960 por un grupo de siete agentes del Mossad conducido por Peter Zwi Malkin en una casa de la calle Garibaldi de la localidad bonaerense de San Fernando.
En su libro, Eichmann en mis manos, Malkin contó: “Eichmann estaba caminando hacia nosotros. Decidí enfrentarlo desarmado, pero usando guantes porque me disgustaba tocarlo. Mientras me acercaba le dije: «Un momento, señor», las únicas palabras que sabía en castellano. Eichmann se detuvo y dio un paso atrás”.
Diez días después, tras ser interrogado por los agentes del Mossad, el ex oficial de las SS fue sacado en forma secreta de la Argentina en un avión de la aerolínea israelí El Al que llevaba de regreso a la comitiva oficial del gobierno de Tel Aviv en los actos del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo. El procedimiento, sin respeto por los requerimientos judiciales y diplomáticos del caso, dio lugar a un fuerte reclamo del gobierno argentino que se extinguió con el paso del tiempo sin consecuencia alguna.
El juicio contra Eichmann comenzó en Israel el 11 de abril de 1961, en medio de sobrevivientes del Holocausto que en algunos casos intentaron hacer justicia por mano propia.
“Yo sólo fui una tuerquita diminuta”, dijo Eichmann, de 55 años, que fue ubicado en una cabina de cristal a prueba de balas, para escuchar las acusaciones en su contra.
Emitida la sentencia y dispuesta su ejecución, Eichmann rechazó ser atendido por un sacerdote católico canadiense y antes de ser ahorcado, el 31 de mayo de 1962, gritó: “¡Viva Alemania, viva la Argentina!”.