“Hicimos una movida hermosa en la escuela. Estuvieron los chicos, los padres, autoridades de la Municipalidad, la GUM. Algo muy lindo para erradicar la basura en el barrio, que trae consecuencias desastrosas como me pasó a mí”, contó Gonzalo Lencina, el padre del chico de 15 años que hace dos semanas murió por hantavirus. Ayer la escuela Nº 457 fue epicentro del encuentro entre numerosos actores de la comunidad unidos por un mismo objetivo: poner fin a los basurales en el barrio, generar conciencia y difundir las enfermedades que ésta puede traer al lugar donde se vive.
En la puerta de la escuela que queda en la zona sudoeste de la ciudad, en Barra y Saavedra, había un afiche color azul, en el que escrito con letra infantil podía leerse: “No al hantavirus!! Seamos higiénicos para evitar una enfermedad trágica. Una ciudad más limpia para que convivamos limpios y sin enfermedades”. De la “celebración” que se hizo durante la mañana quedaron restos de globos y papelitos en el piso, también escritos por chicos y aludiendo a la higiene del barrio: “Usar bolsas de mandados”, “no arrojar vasura (sic) en la vía pública”. Tras la muerte de un alumno de ese establecimiento educativo que, tal como dijo el padre, “no murió por hantavirus sino de que yo no sabía cómo cuidarlo”, alrededor de la escuela comenzaron a tejerse una serie de redes interinstitucionales y entre vecinos para erradicar no sólo la basura, sino también la desinformación.
Gonzalo Lencina tiene ahora una misión: no quedarse ni callado ni quieto, y luchar para que se hagan campañas y que todos sepan “de qué nos podemos morir y qué tenemos que hacer para no contagiarnos”. El padre, joven, luciendo una remera de los Redonditos de Ricota y campera de jean, dijo que no está buscando culpables, sino que su meta es hacer pública la existencia de estos problemas. “A mi hijo no lo mató el hantavirus, a mi hijo lo mató el sistema, porque estaba desinformado. Yo tenía derecho a saber cómo cuidarlo. El Estado tiene la obligación de cuidarnos como ciudadanos. Si yo hago aportes y pago impuestos, quiero que me cuiden a mí y a mi hijo. No quiero que haya otros papás como yo. ¿Para qué van a seguir sufriendo otras familias?”.
La escuela Nº 457 –actual epicentro de trabajo, información y concientización– está situada frente al basural eje del conflicto, por las ratas y las infecciones que de ahí emergen. Hace 15 años que el establecimiento educativo viene trabajando en un proyecto contra la basura; en algunos momentos el trabajo se intensificó, pero siempre estuvo marchando. “Hace algunos años lo volvimos a tomar, debido al basural que se había formado frente a la institución. Después de que se murió un alumno, tomamos el tema y la escuela empezó a articular con salud, el Distrito Oeste, el centro Crecer. Esperamos que las instituciones articulen una idea política que generen el «no a la basura, sí a la conciencia» y puedan prevenir enfermedades que surgen a partir de esta realidad”, explicó Javier, docente de la institución.
Como pocas veces, el barrio huele a compromiso. A pesar de que se convoque por un hecho trágico, hay sonrisas por todos lados. Es una parte pobre del oeste, pero ayer al mediodía, con el sol renovado y las calles limpiándose –sólo había restos de globos y mandarinas–, se veía lindo. Como un hogar que estaba reconstruyéndose. “Lo que hicimos hoy (por ayer) fue una actividad para compartir un proyecto que hicimos con los chicos. El nombre que elegimos es «La basura es un problema de todos» e hicimos afiches, escribimos folletos, preparamos un rap con la profesora de Música, y estuvo la clásica batucada del barrio”, relató Silvia, otra maestra de la escuela.
Los docentes coincidieron en que la escuela se ha vuelto contenedora y marco referencial ante hechos como éste; precisamente, ante la muerte. Los dos fueron maestros del chico fallecido y lo describieron como un pibe dulce, cariñoso, seductor, encarador y “un bando de los que largaba un chiste cuando la clase estaba en silencio o de los que se ponía la gorrita cuando le decías que no lo hiciera”. En resumen, un chico de 15 años. “Esta muerte nos atravesó”, dimensionó Silvia. “La escuela es el espacio donde emerge este problema social y lo que hicimos fue transformarlo: ¿qué hacemos a partir de esto?”. Y su compañero Javier agregó: “Los chicos tienen temor a que les pase algo. Lo que pasó no es un tabú y le genera a los chicos un nivel de conciencia acorde a la edad que tienen que les hace decir que esto no tiene que volver a pasar”.