El 4 de junio de 1846 en las barrancas sobre el río Paraná a la altura del paraje de Punta Quebracho, cerca de la actual ciudad de Puerto General San Martín, tropas argentinas al mando del general Lucio Mansilla asestaron un duro golpe a la escuadra anglo-francesa a su paso por el lugar. Fue, en cierto sentido, la contracara victoriosa para nuestras armas de la derrota militar recibida meses antes sobre el mismo río, pero a la altura de la Vuelta de Obligado, en la provincia de Buenos Aires.
Las hostilidades habían comenzado en 1845 y tuvieron su punto culminante durante ese año al pasar la flota invasora, compuesta por una gran cantidad de barcos mercantes escoltados por una docena de buques de guerra, por el sitio conocido como Vuelta de Obligado, entre las ciudades de Ramallo y San Pedro.
Allí, el 20 de noviembre, Lucio Mansilla y sus soldados, conocedores de la superioridad bélica del invasor, le presentaron resistencia pero no pudieron impedir que la flota siguiera río arriba.
En honor a esa gesta, que aunque fue derrota militar reavivó el espíritu patriótico no sólo de nuestro pueblo sino de toda iberoamérica, cada 20 de noviembre se conmemora el Día de la Soberanía Nacional, evocación que desde el año 2010 es, además, feriado nacional.
Flotas y shopping en Asunción
Vale aclarar que la armada combinada de barcos ingleses y franceses no intentaba por aquella época, al menos de modo prioritario, la conquista militar de estas tierras, es decir, no se deseaba la incorporación de la Argentina como colonia formal de ninguno de esos imperios. Inglaterra ya había aprendido que esas incursiones bélicas podían terminar mal en estos remotos parajes del Hemisferio Sur, como ocurrió con sus malogradas invasiones de 1806 y 1807.
Lo que ahora se intentaba, en cambio, era ganar estos pueblos pero como mercados donde colocar fácilmente la producción industrial de los países centrales, y que en simultáneo sirvieran de abastecedores de materias primas baratas y abundantes.
El conflicto se tornó inevitable: Inglaterra y Francia pretendían navegar los ríos interiores de la Confederación Argentina sin expresa autorización del gobierno de Buenos Aires, en el que las demás provincias habían delegado el manejo de las relaciones exteriores del país. Juan Manuel de Rosas, por su parte, interpretando el sentir de nuestro pueblo, juzgó que era necesario que las potencias invasoras descubrieran que, como en 1806 y 1807, los argentinos no seríamos, como dijo el general José de San Martín, “como empanadas que se comen de un bocado”.
Tras forzar el bloqueo en la Vuelta de Obligado, la flota siguió río arriba hasta llegar a Asunción, capital del Paraguay, donde desembarcó buena parte de las mercaderías que traía de Europa, pasando allí el resto del verano.
A comienzos del otoño de 1846 inició el viaje de regreso, para lo cual debía desandar el Paraná y pasar necesariamente por nuestras riberas.
Barranca indomable
El 4 de junio la flota llegó a la altura de Punta Quebracho y los barcos de guerra se acercaron a la costa en donde estaban situadas las baterías argentinas, pretendiendo que los cuarenta buques mercantes pasaran por detrás protegidos del fuego patrio. Pero la orografía de nuestras barrancas les jugaría una mala pasada que no olvidarían.
Como dice José María Rosa “la posición de la batería en lo alto de la barranca y fuera del tiro directo desde el río, hizo que el cruce resultase un desastre a los aliados (los invasores). Los estragos de los cañones argentinos en los buques del convoy resultaron definitivos: dos fueron a pique y otros debieron tirar su carga para aligerarse. (…) Los vapores eran el blanco preferido de los artilleros argentinos: el Harpy quedó inutilizado y el Gordon con serias averías; los demás con más o menos impactos”.
Por su parte el historiador Vicente Sierra nos dice que “después de dos horas de combate, los buques de guerra Firebrand, Gazendi, Gordon, Harpy y Alecto, retrocedieron para tratar de cubrir a los mercantes, pero tras una hora de encarnizado combate incendiaron los navíos y con los restantes bajaron el río precipitadamente”.
Como saldo del combate Adolfo Saldías sintetizó diciendo que el combate de la angostura del Quebracho fue una auténtica derrota para el enemigo “no sólo porque sufrió pérdidas más considerables que en Obligado, sin inferirlas de su parte a los argentinos, sino (porque) se convencieron de que no podían navegar impunemente por la fuerza las aguas interiores de la Confederación. Contaron cerca de 60 muertos fuera de combate y perdieron una barca, tres goletas y pailebote cargados con mercaderías valoradas en cien mil duros, una parte de la cual salvó (Lucio Norberto) Mansilla”.
El deber de nuestra generación del siglo XXI es recordar Punta Quebracho y actualizar permanentemente el sentido de la soberanía que aquellos bravos supieron defender.
Es posible que tal concepto sea hoy más complejo y no se limite a la defensa territorial como antaño. Hay también soberanía cultural, demográfica, jurídica y económica que puede ser botín apetecible de intereses foráneos y a la que debemos defender imitando la astucia de Mansilla, Thorne y sus gauchos.