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“Souvenir”, un viaje por los recuerdos de una mujer singular

Karina K personificó a Florence, la peor cantante lírica de la historia. Una joya que llega como evocación y recuerdo, bajo la dirección de Ricky Pashkus, que pasó este fin de semana por La Comedia.

Miguel Passarini.

Un “souvenir”, casi como una pequeña joya que llega en forma de relato, evocación y recuerdo. Es una época en la que en Estados Unidos brillan Noël Coward en el teatro y Cole Porter en la música, y en la lírica, Lily Pons. En una habitación del Ritz-Carlton de Nueva York, Florence Foster Jenkins, ya dueña absoluta de su destino, desafía las normas de la época y, por su osadía no premeditada, se convierte en un ícono, en una especie de leyenda viva del bel canto, aunque lo suyo sea un atentado para los oídos.

El relato de los últimos años de la vida de esta singular artista y mecenas que murió en noviembre de 1944, apenas un mes después de llenar el Carnegie Hall, se revela con vehemencia, humor y cierta nostalgia en Souvenir, obra teatral de Stephen Temperley que, protagonizada por la cantante y actriz Karina K y el actor, bailarín y músico Pablo Rotemberg y bajo la dirección de Ricky Pashkus, pasó el fin de semana por La Comedia.

Autoungida como una “soprano de coloratura” frente a tanta “mezzo de turno”, Florence comienza una carrera en la lírica casi sin importarle el rótulo de “la dama loca que no podía cantar”. Poco a poco, su convicción la lleva a posicionarse como una rara avis, como un icono kitsch, aunque en su momento, muchos fueran a sus conciertos en el auditorio del Ritz sólo para pasar un momento divertido.

El relato, distanciado y para el público, queda en la puesta teatral en manos de Cosme McMoon, personaje que lleva adelante el inclasificable y talentoso Pablo Rotemberg, que a lo largo de la puesta es el gran soporte para el lucimiento de Karina K, no sólo desde el anecdotario que despliega sino desde su acompañamiento al piano, donde pone de manifiesto sus dotes de exquisito concertista.

Fotos de Leonardo Vincenti

Souvenir es, ante todo, un homenaje al teatro y a la música, de la mano de una actriz-cantante como Karina K, que contradice con su performance las normas de la afinación, para lograr “distorsionar” su gran talento para cantar, y de este modo dar vida con frescura y desparpajo a esta “fantasía” acerca de la vida de Foster Jenkins. La artista, de vasta trayectoria en el musical, construye un personaje plagado de sutilezas, de pequeños detalles (la escena en la que junto a Cosme escuchan su primera grabación donde destroza el área “La reina de la noche” es de antología), donde a los desopilantes pasajes cantados le suma lo corporal, y donde, desde el personaje, conviven con su estirpe de gran dama inglesa los condimentos de otras damas más cercanas del humor nacional como las inolvidables Olinda Bozán o Niní Marshal.

Más allá de lo valioso de toda la puesta, el espectáculo se redimensiona en la última media hora: es el momento en el que se recrean algunos de los pasajes de lo que fue la gran noche de la señora Jenkins en el Carnegie Hall, donde la mismísima Greta Garbo fue sacada de la sala “con un ataque de histeria”. Es, además, el momento de mayor despliegue, donde se luce el determinante vestuario creado por Renata Schussheim, y donde Karina K pone a funcionar su inagotable galería de recursos. Es, también, donde el espectáculo se sustenta en los climas más variados: la risa pasa por momentos a un segundo plano; lo grotesco aflora desde su costado más melancólico y la muerte remeda y reconstruye un personaje plagado de encanto que regresa del pasado como un hermoso “souvenir”.

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