La mañana del martes 30 de junio de 1908 unos 2.200 kilómetros cuadrados de bosque cerca del río ruso Podkamennaya Tunguska, en la meseta de Siberia, fueron destruidos por la explosión más grande de la historia. La detonación aérea, similar a la de un arma termonuclear de altísima potencia, fue tan grande que hizo pensar a los testigos que el fin del mundo estaba por llegar. Y 104 años después sigue siendo un enigma.
Aquel día, a las 7.15 de la mañana, habitantes de la región siberiana vieron una bola de fuego, procedente del sureste, que cruzaba el cielo a gran velocidad. Dos minutos después, el bólido, de unos 80 metros de diámetro, detonó en el aire y la gran explosión arrasó con el bosque, en las cercanías del río que da nombre a la región, el Podkamennaya Tunguska (Tunguska bajo las piedras).
La energía liberada fue de 30 o más megatones, cientos de veces la de la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945.
Los sobrevivientes de la zona afectada por la explosión la describieron como un hongo gigante que se elevaba por los aires. Un número indeterminado de personas murieron, al igual que miles de animales, y las tiendas de los tunguses (hoy conocidos como evenks) ubicadas a más de 50 kilómetros de distancia volaron por los aires.
En un artículo publicado en la revista Axxón el periodista y divulgador científico Marcelo Dos Santos cuenta que aquella mañana, unas 900 personas (tunguses y colonos rusos) observaron, desde las montañas junto al lago Baikal, una gran columna de fuego azulado, casi tan brillante como el Sol, que se desplazaba rápidamente a través del cielo diurno. Uno de estos testigos, que se encontraba en un bosque a 6 kilómetros de la ciudad de Kirensk, dijo haber escuchado un estruendo como de cañoneo, que se repitió al menos 10 veces a intervalos de 15 minutos. Los vidrios de toda la ciudad de Kirensk se destrozaron. “Vimos pasar un cuerpo celeste de un color blancoazulado hacia el noroeste, bastante alto sobre el horizonte y muy brillante, tanto que era imposible mirarlo directamente. Parecía un tubo vertical, una especie de cilindro. El cielo estaba despejado y el tiempo era caluroso y seco. A medida que el objeto se acercaba al suelo, en el bosque, comenzó a difuminarse y a borrarse, para convertirse en una gigantesca columna de humo negro. Entonces se escuchó un tremendo golpe. Los edificios se sacudieron. La nube emitió llamaradas de fuego, mientras los aldeanos corrían aterrorizados. Las mujeres gritaban, pensando que había llegado el fin del mundo”, contó un sobreviviente.
Nunca se supo el monto de los daños ni las pérdidas en vidas humanas y animales, ya que la zona estaba ocupada principalmente por pastores y por personas dedicadas a la actividad forestal. Además, en la convulsionada Rusia de principios del siglo XX, la catástrofe pasó prácticamente inadvertida y sus causas no fueron investigadas. Los primeros datos recolectados se perdieron en los cimbronazos políticos y sociales que siguieron: la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la Revolución Soviética de 1917 y la Guerra Civil Rusa que duró hasta 1922.
Hasta que, 13 años después, Leonid Andreiyevitch Kulik fue el primer científico en organizar una expedición a Tunguska. La primera impresión que el científico recibió de la zona del suceso fue de devastación total: además de los millones de árboles caídos, recogió los testimonios de los tunguses, algunos de los cuales habían sido derribados de sus caballos a 600 kilómetros del sitio central. El “sol cilíndrico” que los testigos habían visto desplazarse por el cielo estalló a 8.000 metros de altura sobre el río Tunguska, destrozando todo en un radio de 32 kilómetros. El ganado, en fuga por el espantoso ruido, fue incinerado al ser alcanzado por la masa de aire en ignición, mientras que las tiendas de los tunguses, a 60 kilómetros, volaron por el aire junto con sus caballos.
La gente aseguró haber visto una monstruosa nube en forma de hongo elevándose desde los bosques de Tunguska, creciendo en el aire y cruzada por muchos colores. Una visión apocalíptica similar se observaría casi 40 años después en Hiroshima.
El evento de Tunguska alimentó más de 30 teorías, que van desde el impacto de una nave extraterrestre, un experimento de alta energía del físico serbio Nikola Tesla, un agujero negro errante, una tormenta magnética, hasta el choque de la Tierra con un trozo de antimateria.
Sin embargo, la explicación sostenida hoy en día por casi todos los astrónomos es que la tremenda explosión de Tunguska se debió a la colisión de un fragmento del cometa Encke que, afortunadamente, se volatilizó antes de tocar el suelo.