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Vulnerabilidad y resiliencia

Por Adriana Tarrab / Psicóloga.- Los efectos dañinos que tienen eficacia en los sujetos pueden provenir de su propia psiquis o del mundo exterior. Los golpes que reciben las poblaciones en situación de exclusión y marginalidad las hacen más vulnerables.

Vulnerabilidad. En nuestra práctica como psicólogos algunas veces nos vemos enfrentados a organizaciones familiares atravesadas por la vulnerabilidad y el desvalimiento. Ambos implican riesgo social.

La vulnerabilidad, del latín vulnerare, herir, incluye la idea de recibir un golpe. Los efectos dañinos o destructivos que tienen eficacia en los sujetos pueden provenir de su propia psiquis o del mundo exterior. Los golpes que reciben las poblaciones en situación de exclusión y marginalidad las hacen más vulnerables y desvalidas. El desvalimiento tiene que ver con la carencia de recursos para hacerse escuchar. La exclusión no es sólo carencia económica, es falta de lugar en la estructura social.

Lo que define la situación de exclusión es el trabajo, que implica lazo social. Ya Freud hablaba de dos condiciones que nos acercan a una existencia más o menos saludable: amar y trabajar.

Las condiciones de pobreza extrema llevan a que las personas se concentren permanentemente en las tareas necesarias para la supervivencia, no quedando margen para las necesidades afectivas propias de lo humano; es una vivencia signada por la urgencia y un continuo presente: todo sucede aquí y ahora y debe solucionarse de la misma manera.

Hay pocos recursos simbólicos, escasa capacidad de fantasía, de proyectos, pensamientos y reflexión. La acción es la respuesta por excelencia y los adultos suelen repetir sus experiencias de desvalimiento infantil.

Las patologías del desvalimiento son el maltrato físico y psicológico, la violencia familiar, el abuso sexual, el abandono, las adicciones, el alcoholismo.

Resiliencia. Existe la tendencia de abordar las situaciones de riesgo y los contextos de pobreza sólo desde la perspectiva del daño y de sus connotaciones devastadoras. El enfoque de resiliencia nos permitió una mirada diferente, centrada en las capacidades y potencialidades de la población que se trate, para hacer frente a la adversidad.

Esta posibilidad daría por tierra el determinismo fatalista e irreversible de un destino infeliz, casi una transmisión generacional automática e ineludible.

La resiliencia es la capacidad del ser humano de enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias adversas. Todo apoyado en un proceso de subjetivación y en un contexto sociocultural determinado.

El proceso de resiliencia se basa en dos planos principales: 1) La adquisición de recursos internos construidos en los primeros años de vida, a partir del vínculo con sus padres. Esto explicará las formas de reaccionar ante las agresiones de la vida, ya que pone en marcha una serie de modalidades más o menos sólidas. 2) Es necesario para determinar la eficacia traumática del suceso adverso, la significación que ese golpe haya de adquirir más tarde en la historia personal de la víctima, su familia y entorno social. Este segundo tiempo marcará lo traumático o no de ese golpe, pudiendo cada sujeto tramitar y afrontar dicho suceso, o en otros casos padecer los efectos devastadores del mismo.

Este conjunto constituido por rasgos de carácter personal, una significación cultural y un sostén social, explica la asombrosa diversidad de los traumas.

Desarrollaré el primer punto desde el psicoanálisis. ¿Qué significa analíticamente hablando vulnerabilidad y resiliencia?

¿Por qué ante el encuentro siempre acechante en una vida humana con la adversidad, el trauma, la mala suerte, las catástrofes, las enfermedades, algunos sujetos salen airosos y otros quedan varados en un duelo interminable, enfermedades psicosomáticas, alteraciones del carácter, actos destructivos para él mismo o para la sociedad?

Cuando Freud planteó las series complementarias que serían los factores determinantes en la personalidad del sujeto, insistió en la importancia de lo constitucional ¿La carga genética? Si hubiera tal carga nada podríamos hacer sobre ella.

Los psicoanalistas podemos asegurar que las primeras marcas de la relación del bebé humano con el otro auxiliar, léase la madre o sustituto, resultarán cruciales en su futuro. Sobre esa constitución el psicólogo puede y debe actuar. Entonces dependerá de la calidad del vínculo inicial con el otro materno la debilidad o fortaleza con que el sujeto responda a un choque brutal con la adversidad.

Si la mamá tiene capacidad de holding, de sostén, entonces lo dotará de recursos internos para enfrentar las vicisitudes de la vida. La capacidad de sostén tiene que ver con la forma que lo alimenta, la mirada, el abrazo, la voz, su presencia-ausencia.

Es importante, para el devenir “fuerte” de un sujeto, la presencia constante no sólo del deseo de la madre, sin el cual no hay posibilidades de subjetivación, sino también la entrada de la función del padre, permitiendo una triangulación que de no ser posible deja al niño y a la madre en una díada no saludable.

Con respecto al segundo punto, la resiliencia implicaría la capacidad de la psiquis en tramitar lo traumático, gracias a un soporte vincular, creando condiciones psíquicas nuevas, con un potencial creador y un grado de transformación inédito e imprevisible.

La resiliencia no es resistencia, no es negación, ni una vuelta a un estado anterior al hecho traumático. No es resignación ni conformismo social. Es un fenómeno activo y transformador usando el Yo mecanismos psíquicos que sostengan y garanticen respuestas posibilitadoras.

Un sujeto capaz de crear sentido a su vida, de producir nuevas significaciones a los acontecimientos, un sujeto activo de su propia experiencia. Para finalizar quisiera citar una frase del escritor Boris Cyrulnik: “Una infancia infeliz no determina la vida”.

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