“El Negro en la mesa se mostraba como introvertido, pero tenía un registro de todo lo que cada uno decía porque lo que más hacía era escuchar, que es el déficit de todos. Tenía capacidad para procesar lo conversado y darle una racionalidad a lo que se había hablado de manera informal”. Así recuerda Carlos Turco Galli, uno de los tantos integrantes de la mítica Mesa de los Galanes del bar El Cairo, a su amigo Roberto Fontanarrosa, de quien se cumple hoy el quinto aniversario de su fallecimiento.
Galli, periodista, director de la revista El Vecino, llegó a El Cairo en 1979 como estudiante de Comunicación Social, y en aquellas mesas de bohemios y soñadores se acodaban Félix el Pelado Reinoso, los negros Rafael Ielpi y Centurión, los Chiquitos Martorell y Reyes, el Peruano, Luis Castillo y el Chelo Molina, quienes fueron rodeando al faro convocante: el Negro Fontanarrosa. Las conversaciones giraban, como siempre, en torno al fútbol, las mujeres y la política.
“Me fui acercando a la mesa del Negro de a poco, con respeto. Yo había seguido su trabajo en la revista Hortensia y le tenía gran admiración. Cuando escribió su primera novela, Best seller, en 1981, me eligió para salir en la tapa”, apuntó Galli, quien en aquellos años era redactor de la revista Para Vos, que dirigía Alberto Gabetta.
En 1984, el Turco se largó por su cuenta y, desde entonces, todos los meses edita El Vecino. “Cuando le conté al Negro del proyecto no dudó en colaborar con algunos chistecitos e incluso, de manera gratuita, con la tira de Inodoro Pereyra para que pudiéramos reproducirla. Cuando cumplimos un año nos hizo la tapa con un vecino en musculosa y pantalón pijama, asomado a la puerta, que lo seguimos utilizando”, repasa.
Respecto del nombre de la Mesa de los Galanes, Galli asegura que lo impuso el Pelado Reinoso, en su programa nocturno La Linterna que iba por Radio 2. “Empezaba el programa y decía al aire: ‘Vengo de estar con los galanes en El Cairo’, y así fue quedando”.
El Turco Galli rememora aquel viejo El Cairo donde “había una fauna variopinta, de acuerdo al sector del bar donde te sentaras: había un sector intelectual, en el fondo estaba el escalazo, cerca del baño los quinieleros…”.
“En los 80 comencé a ser más partícipe de la mesa –sigue Galli–. Cada uno de los integrantes de la mesa tenía con el Negro un vínculo subjetivo; en mi caso, tenía admiración, había consumido mucho la revista Hortensia, donde el Negro publicaba, y estar sentado a su lado era todo un honor. Después hubo gente que se fue agregando a la mesa, pero los de la primera hora eran el Negro Centurión, Chiquito Martorell, el Pelado Reinoso, el Chelo Molina… No había un número exacto, también estaba el peruano Marcelo Herrera, que escribía artículos en La Capital sobre cocina y ya falleció; como Willy Ryan, un psicólogo que murió muy joven, y era sarcástico con su humor. Después se sumaron el Pitu Fernández y otros. Había cierta fantasía respecto de la composición de la mesa, y su jerarquía, como que era una mesa de intelectuales y nada que ver”.
El periodista también hace referencia a aquellos que querían “pertenecer a toda costa, los plomos que arrimaban una silla, se sumaban a la conversación sin que nadie los llamara”. De esos hubo muchos, y Galli recuerda a uno: “Era un pibe, medio mitómano, que se sentaba junto al Negro y decía que trabajaba para Víctor Hugo (Morales) en Continental y lo hacía sentir muy incómodo, por eso se buscaba la manera de que no apareciera más…”.
La última noche
La noche previa a la muerte de Fontanarrosa, el 18 de julio, Galli estuvo junto a otros integrantes de la célebre mesa en el departamento del Negro de calle Wheelwright, compartiendo sándwiches de miga y viendo un partido de fútbol por televisión. Así la recuerda: “Hasta en las situaciones más complicadas el Negro mantenía el humor. Le habíamos comprado un amplificador porque hacía un esfuerzo enorme para hablar y esa noche nos decía que esperaba el verano para salir al balcón y comer mirando al río. En los últimos tiempos, con la enfermedad muy avanzada, atendía a su amigos en el bar que estaba debajo de su casa y por allí pasaban artistas que estaban haciendo sus cuentos en teatro o venía el director Rodrigo Grande, con quien había trabado una gran amistad, o sus amigos del club Universitario que tanto quería”.
“Tenerlo al Negro era como un tesorito –continuó Galli–. Hubo un tiempo en que una vez al mes nos reuníamos en el Sunderland, de Claudio Tedeschi, y siempre con el Negro ligábamos algo: tenerlo a Serrat en la mesa o a Les Luthiers o a (Eduardo) Galeano. También a figuras del espectáculo que venían a Rosario y pasaban por la mesa”.
El periodista señaló que cada vez que Fontanarrosa viajaba invitado como jurado o cuando el diario Clarín lo llevó junto a la selección nacional para cubrir eliminatorias o mundiales con su personaje La Hermana Rosa traía regalos para todos. “Nos trajo una bolsita con hormigas disecadas de Colombia, que en la cancha las comen como nosotros las semillitas. La verdad que no nos enterábamos qué estaba escribiendo, nos enterábamos después, al leer sus libros. Y ahí discutíamos: esta escena o personaje lo sacó de tal lado. Sus personajes hablaban como lo hacíamos en la mesa”, agregó.
Galli siempre optó por mantener un perfil bajo respecto a las repercusiones que tuvieron la Mesa de los Galanes y el propio Fontanarrosa.
“No sé bien qué lectura ha hecho cada uno del tema; me había llegado como que algunos se habían vuelto más mediáticos en los últimos años y eso a mí no me gusta. Eso es de cada uno; a pesar de que dirijo un medio, soy reacio a la exposición pública sobre el tema de la mesa. Hay fotos a las que llegué tarde a propósito. De la televisión han venido de Espn o de History Channel, o de los canales porteños, y a mí no me gusta ese tipo de exposición. El mejor homenaje que podemos hacerle al Negro es leyéndolo. La obra que ha dejado es impresionante. Mis tres hijos ingresaron a la lectura a través de sus cuentos. Por ejemplo, hubo una iniciativa muy interesante de que en las canchas de fútbol se entregaran cuentos de fútbol de Fontanarrosa, Sacheri o el Gordo Soriano, el tema es que tenga continuidad y no que sea un espasmo político aislado, porque el tema de la lectura hay que militarlo y no que se diluya. Es triste que en este momento, en que hay fragilidad de memoria, grandes escritores se diluyan. Hoy la obra del Negro está paralizada por razones ajenas, y es difícil conseguir un libro suyo para las nuevas generaciones”, concluyó Galli.