España está grogui. Recibe el castigo, se tambalea, ya no sabe cómo contestar. El presidente Rajoy quemó las naves. Hizo todo lo que le dictó Berlín. El Congreso aprobó el jueves el recorte adicional al presupuesto de 65 mil millones de euros. ¿Shock de confianza? El viernes la prima de riesgo español cruzó el Rubicón de los 600 puntos y batió todos los récords. En paralelo, el eurogrupo consagró el rescate bancario que se anunció en junio. El ministro alemán Schauble enfatizó que ahora los bancos españoles dejarán de ser “una fuente de inquietud”. En plena corrida sobran otras vertientes: la desconfianza brota, aquí y allá, como agua mineral. El ministro Montoro le dice al Congreso que no tiene plata para pagar los sueldos estatales si no aumenta la recaudación. El capital huye. No importa lo que disponga el Congreso, es la recesión rampante la que no aprobará que crezca la recolección de impuestos. ¿Habrá dinero, entonces, para atender a Valencia? La Comunidad Autónoma ya se anotó para el rescate. Y otras seis, con Cataluña a la cabeza, forman fila. Conste que en España la deuda de los privados es más voluminosa que la pública. ¿Qué les espera si el soberano paga el 7,27 por ciento a diez años (y casi el 6 por ciento a dos años)?
España se desangra. Arrastra a Italia. Arde la deuda de media Europa. Sus economías se cocinan en las brasas de la doble recesión. Empero, la otra mitad se beneficia del mal llamado vuelo a la calidad. Alemania, Holanda y hasta Bélgica y Francia pueden colocar sus papeles a tasa cero (o, esta semana, negativa). Como si cobrasen por los servicios de caja de seguridad. ¿Es tanto mejor la calidad de su madera? ¿O sólo su reputación? ¿Resistirían una corrida Bélgica o Francia si de repente el humor se volviera en su contra? ¿O, simplemente, se presume que no se les vedaría el acceso al BCE? Nadie tiene más para perder si Europa zozobra y, sin embargo, Alemania fue la que bloqueó el camino a una solución incruenta para la crisis cuando rechazó, a principios de junio, la recapitalización directa de la banca de España. ¿No querrá Berlín jugar a fondo? ¿De qué sirve esculpir la cintura de España e Italia si se le va a permitir la obesidad a Francia? Para salvar la moneda común, la Europa de Merkel va a exigir un talle fiscal único.
Se comenta que Mariano Rajoy no tiene plan B. Error. Su plan A fracasó cuando tuvo que solicitar el rescate bancario, el plan B era la recapitalización directa que Alemania bochó. El plan C –el rescate bancario Berlín-compatible– desnudó su ineficacia no bien se anunció.
El plan D de Rajoy es que Alemania le permita usar la carta comodín. Que el BCE salga al ruedo. Y la intención no se oculta. Se la propaga a los cuatro vientos. ¿Cómo se frena una corrida cuando no opera la persuasión de la credibilidad? Con un prestamista de última instancia.
Que España se canse de remar –por falta de resultados– no debe extrañar. Es la fatiga de Berlín, exhausta de ideas pero atada al timón, lo que debería preocupar. ¿Atenderá las razones de a quienes tapa el agua? ¿No? Asistiremos, entonces, como en Bruselas, a otro motín y a un peligroso forcejeo sobre cubierta. ¿Cómo convivir con el disenso en plena tormenta y con las rocas a estribor?