Pensar el tránsito desde diferentes perspectivas parece ser la lección y el desafío de estos días. Visto el “caos” del centro de la ciudad, emergen numerosas propuestas para solucionarlo, voces a favor y voces en contra, y diferentes actores de la sociedad civil comienzan a tener participación en un debate donde el sentido común nunca los habría puesto. Así, arquitectos, técnicos, empresarios, choferes, políticos y diversas instituciones acercan herramientas y propuestas para que la movilidad de Rosario llegue a buen puerto.
Sandra Crescente es coordinadora de la Comisión Nacional de Psicología del Tránsito y miembro del área de Psicología del Tránsito del Colegio de Psicólogos de Rosario. El viernes pasado formó parte de la 2º Jornada “Nuestra Conducta en el tránsito: una mirada desde el factor humano”. Antes de la exposición y debate, dialogó con El Ciudadano abordando el tránsito desde la perspectiva de las conductas sociales y los desafíos de la sociedad frente a este problema común.
—¿Qué es la psicología del tránsito? ¿Por qué aparece esta disciplina?
—La psicología del tránsito aparece dando respuestas a diversas situaciones relacionadas a la conducta del sujeto en el tránsito. Toma elementos de las distintas ramas de la psicología para poder construirse y dar respuesta a los distintos componentes del tránsito. Por lo general, cuando se habla de tránsito pensamos enseguida en un auto, cuando, en realidad, tránsito es persona en movimiento. Una vez que se empieza a pensar desde ese eje, se ubica como protagonista a quien realmente lo es: la persona en movimiento.
—En ese sentido, también habría que cambiar el eje y no relacionar psicología del tránsito al accidente, ¿no?
—Es una primera confusión. Porque, en realidad, se asocia a que los psicólogos trabajamos con las secuelas del accidente. Pero ahí nos veríamos en una situación donde todo lo preventivo ha fallado. Y nosotros, sobre todo, realizamos un trabajo preventivo. ¿Eso qué quiere decir? Revisar, reubicar, educar a los distintos componentes del campo, desde una visión particular, la del sujeto que transita en un espacio público y compartido con otros. Muchas veces, la apropiación de ese espacio es total: “Por acá voy yo como automovilista, como motociclista, como peatón y no me importa lo que pasa con el otro”.
—¿Qué factores influyen sobre ese sujeto que transita?
—El tiempo, la economía, la historia, la cultura. No es lo mismo cómo se transita en Rosario, a cómo se hace en Mendoza. O por ejemplo: si tomamos en cuenta la crisis de 2001, donde nuestra economía se resintió, se pasó del automóvil a la bicicleta. Eso hizo que hubiese más propensión a accidentes por el uso de la bicicleta. En este momento, el panorama también cambia, porque el parque automotor está en alza.
—Y en Rosario en particular, ¿cómo es ese panorama?
—Acá hay que tener en cuenta el boom de la construcción. Si pongo muchos edificios en una manzana, aumentan los departamentos, la cantidad de personas, y ese va a ser el flujo de movimiento de una zona. ¿Cómo hacemos para que ese movimiento, que se ha incrementado, pueda seguir siendo medianamente posible? Porque si no, tenemos una ciudad imposible de transitar: la cantidad de gente aumenta, el parque automotor aumenta y el espacio es el mismo. Por eso se instalan pautas alternativas, como pueden ser los carriles exclusivos.
—¿Cuáles son las herramientas de la psicología para colaborar en este hacer que el tránsito “ande bien”?
—Lo que hacemos los psicólogos es escuchar, observar y analizar. Tomamos esto que a uno le parece que ya está dado, que es natural. Es poco el análisis y la observación que se hace acerca del traslado cotidiano, tenemos un aprendizaje asistemático. Y dentro de ese aprendizaje, tenemos al movimiento pensado como necesario, pero no lo revisamos. La electricidad es necesaria, y lo primero que le enseñamos al niño es no meter la mano en el enchufe. No le enseñamos que tiene que ir sí o sí atrás en el auto, o a aprender a mirar la luz del semáforo. En el mejor de los casos, le agarramos la mano y el chico no entiende por qué. Hacemos un adiestramiento, no un aprendizaje.
—¿Y qué pasa con los que ya son grandes?
—Que todo esté depositado en el niño es muy cómodo para los adultos. La esperanza somos nosotros porque somos nosotros los que enseñamos. Tenemos que empezar a observarnos en el uso que hacemos del espacio público, en todos los sentidos. Es muy poco el nivel de prevención que tenemos. Lo primero es observarnos en nuestro vínculo con nuestro espacio público. ¿Qué hacemos? ¿Lo transitamos o lo invadimos? Hay muy poco compartir, por más que sea público. Pensamos que como es público es propio y no vemos que el tránsito es una construcción social y que mi accionar va a influir inmediatamente en el accionar del otro.
—¿Recibieron consultas por algunas de las cuestiones que últimamente se vienen tratando públicamente, como carriles exclusivos o cocheras subterráneas?
—No, por ese tipo de cosas no.
—¿Y le parece importante y necesario que la psicología del tránsito esté incluida en esos debates?
—Sí, porque si hay una queja base desde todas las observaciones es que el problema es la conducta vial. Y nuestro campo de trabajo es, precisamente, la conducta.
—Como psicóloga, ¿cuál evalúa que es el costo social de que el tránsito esté mal manejado?
—Primero, el malestar con el que nos movemos. Cualquier persona que está tratando de moverse de un punto al otro dentro de la ciudad se enoja, se pone mal. Es una continua serie de obstáculos. No tomamos en cuenta que no vamos solos y también sucede que falta control. El control es necesario porque también hace a un aprendizaje, diferencia lo que está bien o mal. Hay un ordenamiento y tenemos que entender que no es en contra nuestro, sino que es lo que posibilita la circulación, andar, moverse.
—Y a nivel del conjunto, ¿qué genera el mal tránsito? ¿Existe una psiquis, una conciencia social?
—Primero hay que ver qué pasa cuando estamos en conjunto. Hay que ver qué nos está pasando que no tenemos un sentido de pertenencia. ¿Vivimos solos? ¿Los otros me son ajenos? El individuo no tiene una correlación con los otros, es él solo y no es lo mismo tener individuos que tener un grupo. Mientras que no sintamos que pertenecemos a un grupo, a una ciudad que realmente es de todos y no como eslogan, mientras no tengamos esa perspectiva, difícilmente vamos a cambiar. Y en realidad los perjudicados somos todos, pero como pensamos como individuos, creemos que las secuelas son individuales. Eso da pie para que la función del Estado se desdibuje y se diga que el problema es de los conductores. La transitabilidad es un derecho constitucional.
—En relación a las víctimas de siniestros viales, ¿Cómo puede trabajar con ellas la psicología?
—Puede trabajar en lo preventivo, en la situación del accidente, o en la rehabilitación o secuelas. La más rica es la preventiva, porque nos permite no llegar a un accidente. Las secuelas de un accidente pueden ser diversas. No es necesario que la persona participe del accidente o queden secuelas físicas, sino que puede ser que el impacto sea por haber visto o por lo que podría haber llegado a pasar. Además, después de un accidente de tránsito y en caso de pérdida, se atraviesa por un duelo que impacta, porque es sin tiempo, sin posibilidad de ser pensado.