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Moreno y su “política de terror”

Por Pablo Yurman.- El secretario de la Primera Junta, sostiene el columnista, fue el autor intelectual de la ejecución de Santiago de Liniers.


El 26 de agosto de 1810 morían fusilados en el paraje conocido como Monte de los Papagayos, cerca de Cabeza de Tigre, en inmediaciones de la actual ciudad de Los Surgentes, Córdoba, el ex virrey y héroe de la Reconquista Santiago de Liniers y el intendente de Córdoba, Juan Gutiérrez de la Concha, junto con otros colaboradores cercanos. Sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común de la capilla de Cruz Alta y, varias décadas después, exhumados para ser finalmente depositados en el panteón de los marinos ilustres de San Carlos de Cádiz, España.

La orden de ejecución fue firmada por todos los integrantes de la Primera Junta de gobierno, a excepción de Manuel Alberti, quien invocando su condición de sacerdote se negó a hacerlo, pero se sabe que el autor intelectual fue Mariano Moreno. El motivo: el no reconocimiento por parte de las autoridades cordobesas (Liniers se hallaba residiendo en esa provincia y respaldó la movida) de la legitimidad de la Junta elegida el 25 de mayo.

Ejecución sin juicio previo

Costó encontrar a alguien dispuesto a fusilar a Liniers. No tanto por su condición de ex virrey, aunque no fuera menor, por cierto, el hecho de haber sido el primer virrey elegido por el pueblo, sino por ser conocido como el héroe de la Reconquista de Buenos Aires, y en mérito al liderazgo que sobre las tropas criollas posibilitó la recuperación, el 12 de agosto de 1806, de la ciudad capital tras ser ocupada por tropas inglesas.

La orden de fusilamiento, firmada en Buenos Aires el 28 de julio, llegó en 48 horas a Córdoba. Pero el encargado de ejecutar a los prisioneros, Francisco Ortiz de Ocampo, no sólo no la cumplió sino que envió una nota a la Junta explicando los motivos que tenía para ello, los cuales no pasaban tanto por un sentimiento de misericordia sino por conveniencia política, destacando que a su criterio si se derramaba la sangre de Liniers y sus camaradas la Junta no haría sino aumentar la impopularidad que ya poseía en los pueblos del interior.

Nos dice el historiador Vicente Sierra que ante la negativa de Ortiz de Ocampo de cumplir con la orden “la Junta acordó en que uno de sus miembros partiese de inmediato a hacer cumplir la orden de ejecución. Moreno no se consideró llamado para tal empeño y señaló a Castelli, y tras él a Larrea. Castelli aceptó la abrumadora comisión y partió inmediatamente llevando consigo a Nicolás Rodríguez Peña como secretario y una escolta de cincuenta hombres seleccionados de los regimientos América y Húsares”.

El fusilamiento se llevó a cabo sin juicio previo en el que se demostrara la culpabilidad de los reos. En su Historia Argentina, José María Rosa relata que “el fusilamiento de los jefes de la resistencia de Córdoba causó horror en todas partes, especialmente en Buenos Aires. Fue necesario simular una justicia distributiva y la piedad que no se había tenido”, lo cual se llevó al papel por la siempre lista pluma de Moreno en un documento que se hizo público a los pocos días. Parece ser que el secretario era de “pluma fácil” pero no de “gatillo fácil”, dado que prefirió mandar a otros para que ejecutaran la orden por él firmada.

Los “jóvenes idealistas”

Moreno y los de su facción, es decir, Castelli, Monteagudo, Vieytes y otros, invocaban en sus documentos a un pueblo abstracto e impersonal, pero en rigor nunca gozaron de popularidad alguna. Quizás por ese motivo estaban dispuestos a imponer su concepto de revolución por la fuerza. El ya citado Rosa destaca que a los pocos días Moreno mandó instrucciones secretas a Castelli en las que le ordenaba: “…en la primera victoria dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir terror en los enemigos… en cada pueblo donde llegue averiguará la conducta de los jueces y vecinos, los que se hayan distinguido en dar la cara contra la Junta serán remitidos a las provincias de abajo.”

Lamentablemente, los modos morenistas tornaron impopular la Revolución de Mayo, no sólo en las provincias interiores sino en el mismo pueblo de Buenos Aires, que sólo retomará las riendas de la misma en las jornadas del 5 y 6 de abril del año siguiente, echando del gobierno a los morenistas que quedaban tras la muerte de su líder.

Las especulaciones en torno a los verdaderos motivos que llevaron a la Junta de Mayo por instigación de Mariano Moreno, a fusilar a los opositores en Córdoba, han existido desde aquel lejano día de agosto de 1810. Es cierto que la enorme popularidad de Liniers sumada a que se había pronunciado contra el paso dado el 25 de mayo hacía imposible una coexistencia entre ambos. Pero es posible que hayan existido otros intereses deseosos, quizás por espíritu de venganza, en ver morir al héroe de la Reconquista. Dice al respecto Sierra: “No faltan indicios para inferir alguna indicación de origen británico, dado el temor de que Liniers encabezara un movimiento bonapartista”.

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