Rodolfo Urdiales Cano parece, en rigor, un bromista: en medio de la publicidad de detergentes concentrados que en lugar de dañar la piel “cuidan las manos” con aditivos como extracto de aloe vera, él habla de la “tensión superficial” y afirma que tranquilamente se puede quitar la grasa de platos y ollas con agua sola, y hasta hacer “detergente eléctrico” con un imán. Y al referirse a costosos líquidos o aerosoles de limpieza asegura que basta un trapo y una gota de aceite de cocina para reemplazarlos. Y en los tiempos del tándem de freezer y microondas, él recomienda agujerear una heladera vieja, y hasta no usar ninguna: sólo bacterias. “Las bacterias limpian, desodorizan, desinfectan, cuidan la salud, conservan alimentos, purifican el agua. En vez de matarlas, hay que tratarlas de otra manera”, sostiene. Todo sonaría a broma si Urdiales Cano no viviera de decirlo en serio: “Soy un sinvergüenza. Hago lo que me gusta y cobro por eso”, le dice a El Ciudadano el técnico mecánico “especializado en cañerías” que dejó todo lo que hacía para plantarse en una nueva profesión: permacultor.
Días atrás, Urdiales Cano pasó por Rosario. Pero sólo pasó: su destino era la “Casa de Tierra” de Oliveros, un emprendimiento particular y social donde se hacen actividades de difusión y enseñanza que van desde la autoconstrucción hasta las recetas de cocina con plantas silvestres. Allí Urdiales Cano está llevando adelante un curso intensivo de permacultura, que lo llevará a volver a la región en dos semanas más: el sábado 15 y domingo 16 de septiembre hablará sobre el eje temático “Diseño de vergeles”.
En el anterior, Urdiales Cano habló de la huerta. “Pero no de la que conocemos: la gente conoce la huerta clásica, que es dar vuelta la tierra. Y eso es matarla: donde hubo civilizaciones ahora hay desiertos por dar vuelta la tierra. Y después vino la huerta orgánica”, explica, saltando ahora a un agrónomo y lord inglés, Albert Howard.
“A principios del siglo XX Howard fue ala Indiaa enseñar y terminó aprendiendo. Y cuando vuelve a Inglaterra, empieza con la agricultura orgánica, que no da vuelta la tierra, no hace surcos, no riega con el surco, pone la plantas más juntas –en tablones de un metro de ancho– y produce el triple que la agricultura clásica. Y con la ventaja de que la clásica estropea la tierra cada año peor, y ésta no”, completa el permacultor.
Ahí Urdiales se detiene. Lógicamente no viajó para hablar de la primera. Pero de la orgánica tampoco: “Después vino la tercera huerta, que es la nuestra: la huerta-jungla. Es la que imita los patrones de la naturaleza. ¿La naturaleza usa la pala? ¿Usa el arado? No. Y nosotros imitamos eso: aflojamos la tierra, pero con bacterias; abonamos, pero no con fertilizantes. Tenemos bacterias que se ocupan de eso: del nitrógeno del fósforo… Tenemos otra clase que es “Mis amigos los bichos”. No le llamamos “control de plagas”. En la huerta clásica se usan venenos; en la huerta orgánica se preparan repelentes caseros que ahuyentan a los insectos y no son nocivos para la salud. Pero en la huerta-jungla, negociamos con los bichos. Y cumplen: ellos respetan los pactos, no son fallutos como nosotros”.
Urdiales marca que en realidad sus alumnos aprenden muy poco sobre plantas, “pero mucho sobre tierra”. Que la huerta-jungla, planteada como superación de la orgánica, se basa precisamente en las condiciones del suelo, y es lo que necesitan sus cursantes “porque la mayoría son «terrazatenientes»” que no tienen espacio para cultivar, pero así lo hacen igual. “Producen una terrazas increíbles. El aspecto de la huerta-jungla no es el de la huerta común: hay que imaginarse un baldío, donde las plantas están mezcladas y muy amontonadas, y se produce una cosa muy exuberante, por eso el nombre. No es el modelo de plantas en formación militar”.
La fórmula, asegura el permacultor, permite crear huertas de autoconsumo en la ciudad. “Se enseña a cultivar en techos, paredes, veredas. Hacer una huerta en un árbol, por ejemplo, es una cosa muy sencilla, muy fácil”, sostiene Urdiales. Y subraya: “Esto no una ciencia difícil de entender. Lo mío es fácil de entender y difícil de creer. Pero si lo practican van a ver que de verdad es así”.
No hay por qué no creerle: Urdiales lleva publicados 23 libros que conforman la “Colección Permacultura” y son prácticamente compendios de “recetas”, la mayor parte comprobadas por él mismo. Acaso podría objetársele que el conocimiento que divulga lo precedía, pero no que no haya hecho un trabajo de recopilación y de sistematización que sorprende por su amplitud, pero sobre todo por la simplicidad de entenderlo y llevarlo a la práctica. Por caso, Urdiales habla de la utilización de bacterias para hacer fértil una parcela de tierra dura y pelada, donde parecería imposible sembrar nada. ¿Y cómo hace? Sencillamente la tapa con papel de diario y hojas o pasto seco, y va renovando el manto cuando se achica. “En solamente una semana ya se ve el cambio. Va a tener medio centímetro de tierra negra y blanda”, afirma sin dudar.
Claro está, para llegar a entender cómo funciona ese método o muchos otros, como la conservación de alimentos sólo con “bacterias aeróbicas” en “la vieja fiambrera de nuestros abuelos” en lugar de una heladera, para aprovechar la presencia de hormigas en los huertos en lugar de combatirlas o hasta para calefaccionar o refrigerar una casa sin aire acondicionado, hay que leerlo, o escucharlo.
Las pilas, todo un tema
“Soy el único altoparlante que lo dice: las pilas no contaminan”, se planta y sorprende Urdiales Cano. En su página web www.permacultura.com.ar, en el apartado “Soluciones” se puede leer que “las pilas ácidas (de carbón y óxido de zinc) no contaminan la tierra ni el agua”, y que “las pilas alcalinas, de dióxido de manganeso y zinc no son lo más contaminante que hay”. Y allí también explica por qué lo asegura. Pero su intención no es polemizar con ambientalistas –la gran mayoría– que consideran a las pilas como uno de los grandes contaminantes modernos, ni menos sostener que se pueden tirar sin más. Todo lo contrario: Urdiales dice que las pilas comunes se pueden recargar, y allí explica cómo hacer. El permacultor explica en su página cómo hacer con pasos sencillos para seguir aprovechando las pilas. Claro, suena fácil, pero hay que comprar un cargador, dos lamparitas –una tipo led– y hacer una soldadura. Pero el precio de una “pila común” y más todavía el de una recargable pueden llegar a convencer de que las dificultades son una nimiedad. La receta de Urdiales consta de tres pasos. El primero es el “preciclaje”. Sostiene que cuando cualquier artefacto alimentado por pilas deja de funcionar, no quiere decir que todas las pilas se hayan agotado. Entonces recomienda hacer un “probador” con una pinza de hielo, soldándole una lamparita de linterna de 1,5 voltio. El resultado es obvio: si la lámpara enciende con luz blanca, la pila sirve. “De cada cuatro hay una, dos, y hasta tres que sirven”, dice.
El segundo paso es con las que no: esas van a recarga. Allí Urdiales advierte que debe usarse un cargador “que se consigue en comercios” y que carga a cada pila en forma independiente. Se consigue como “Cargador Universal de Baterías Ni-Cd”. Pero hay otro paso: intentar hacerlo sin más hace que exploten. Y eso lo evita soldando un led de 1,6 voltio al cargardor de pilas: evita que sobrepase la tensión y avisa cuando está lista cada una. “De un lote de 100 pilas ácidas se pueden preciclar 20 y recargar 5. De 100 pilas alcalinas se preciclan 40 y de las 60 restantes se recarga la mitad. Quedan 30 con las que no sabemos qué hacer. Pero vamos a dejar de comprar 70, y algunas se pueden recargar”, remata el pemacultor.