Sudáfrica es un territorio de contrastes y paradojas, con una notoria diversidad geográfica y una riqueza en el subsuelo que sólo es apropiada por una minoría de sus pobladores. Sudáfrica se destaca también por la variedad de culturas, que arraigan en ella, idiomas y creencias religiosas, y se la llama la nación del arco iris. Aunque esa variedad no siempre se expresa de modo armónico.
El colonialismo que comenzó a acechar a la población originaria desde el siglo XVII principalmente de potencias europeas como Holanda e Inglaterra ha dejado sus marcas indelebles. Entre otras, guerras intestinas entre diversos grupos étnicos.
El flagelo de las desigualdades persiste y tiene como coartada intelectual el racismo que arraiga en lo profundo de la historia y es el sostén ideológico de las clases dominantes.
El régimen de segregación racial del apartheid rigió formalmente desde 1950 hasta 1992: por ley se clasificó por raza a los individuos habitantes del país. Irritante e infame paradoja, ya que es África el continente del cual provienen los ancestros comunes y más antiguos de toda la especie humana. La minoría caucasoide de origen europeo inglés y holandés conocida como boers impuso este sometimiento a la mayoría negroide.
Ahora Sudáfrica es noticia por la matanza de 34 mineros en huelga y al menos 78 heridos. Los obreros reclaman un aumento salarial y la repuesta de las fuerzas policiales fue disparar a la multitud que lucha por sus derechos elementales, los capitalistas de la corporación transnacional Lonmin de origen británico no sólo no dan respuesta a la demanda proletaria, sino que exigen el inmediato retorno al trabajo con amenaza de despidos masivos. La actitud insumisa de los trabajadores es mantenerse firmes, sólo un 27 por ciento de ellos volvió a la labor en las minas.
Franz Kafka, autor checo, nacido en Praga en 1883, que entonces formaba parte del imperio Austrohúngaro retrató en sus cuentos y novelas el mundo impersonal que se fue estructurando con el desarrollo del capitalismo. La lectura de las novelas de Kafka comoLa Metamorfosis(1917), El Castillo (1922), El Proceso (1925), pone de manifiesto el absurdo de las sociedades modernas, el aparentemente irrefrenable avance la burocracia a la que el sociólogo alemán Max Weber definió como “máquina inerte, espíritu coagulado”.
En efecto, la huelga comenzada hace más de una semana al oeste de la ciudad de Pretoria en Sudáfrica recibió la respuesta más brutal de que se tiene memoria desde el año 1994, en que quedó abolido el régimen de segregación racial del apartheid.
Franz Kafka muestra en sus relatos el andamiaje burocrático que va arrebatando la esencia de las vidas humanas, la cosificación que se experimenta bajo el sistema del capital–mercancía. La paulatina robotización de los seres humanos que se internan a diario en laberintos sitos en fábricas y las oficinas de grandes edificios, donde los funcionarios se esconden tras los expedientes.
Desde las atalayas modernas tras los cristales de altas torres encristaladas y plagadas de cámaras de control, los burócratas elaboran planes políticos y económicos, elaboran estrategias para campañas militares como las que se expanden por todo el mundo y dictan sentencias de muerte tales como las órdenes que en el presente hacen que se dispare contra las multitudes como ocurrió con los huelguistas sudafricanos.
La extracción minera parece marcar el destino trágico del continente africano, múltiples territorio se hallan en disputa desde hace décadas teniendo en la superficie la apariencia de enfrentamientos interétnicos, pero lo que subyace son confrontaciones entre mega-corporaciones del capitalismo global. Esto está ocurriendo por ejemplo en Sudán y enla Repúblicadel Congo.
También el petróleo desata la furia belicista de las principales potencias de Occidente que se manifiesta en territorio africano. La secesión de algunas provincias de Libia, proceso que se acentuó tras la caída del gobierno de Muammar Gadafi.
La sucesión de conflictos armados como el de Egipto y Argelia es la manifestación de una presencia a veces soterrada y otras explícita de agentes diplomáticos y asesores militares o directamente tropas. Todos ellos, operan a favor de la continuidad de los baños de sangre, lo que garantiza la continuidad los fenomenales negocios de los complejos industriales militares de Europa Occidental y Estados Unidos de Norteamérica.
Además las elites locales que en apariencia rotan en el ejercicio de la dominación política, es un juego permanente, paraque poco o nada cambie para las mujeres y los hombres de a pie.
Es pertinente entonces traer a colación este pensamiento del gran escritor y humanista Herbert George Wells: “La historia humana es cada vez más y más una carrera entre la educación y la catástrofe”, Claro está, una educación sin contenidos de nacionalismo e intolerancia.
Este autor de ficciones solía decir también que las guerras las deciden muy pocas personas que se conocen bien, y las padecen miles y miles de personas que no se conocen en absoluto.