“…qué sucederá? Yo tengo fe en el niño.
¿Les parece poco?
“Vida de un maestro”. Jesualdo
Corre el mes de mayo de 1993. En su amable casa del barrio Alberdi Leticia Cossettini recibe la visita de Rubén Naranjo y comienza un reportaje “sin grabador y sin apuntes” para la revista cuyo director era el mismo entrevistador. Soy testigo mudo y muy conciente del regalo que me ofrece la vida de estar entre dos Maestros que con calma reflexionan sobre el niño, la escuela.
Entre ambos, hablar de educación y arte es tan sencillo y vital como lo es para las azaleas del jardín de Leticia florecer en primavera. Dice Leticia: “El niño no es el fragmento de una persona. Esa comunidad libre de la que hablamos, necesitará de hombres dispuestos a ver más allá de lo codificado. A utilizar y a expresarse, con materias y ritmos diferentes, con la soltura de un juego –que no se repite nunca de la misma manera– juego no competitivo, sí fraterno, amistoso y festivo. La escuela no robotizará al niño”.
En este momento releo y recuerdo, no sólo el momento de la entrevista en que, con su cabeza sesgada siguiendo el movimiento de sus manos, responde de esta manera a una pregunta de Naranjo,sino también mis primeros años como alumna de la Escuela de la Señorita Olga, donde no fui “robotizada”.
A la luz de tantos años recorridos en este oficio de maestra, pisando muy distintas geografías, y conociendo escuelas y maestros con posibilidades y formaciones disímiles, intentaré compartir con el lector mi actual apreciación sobre la educación a través del arte en la escuela primaria.
Palabras robadas de Leticia vertebrarán mis reflexiones sobre el hacer actual en las escuelas.
Fragmentos no sólo del niño sino del adulto que comparte las horas de escuela. Campanas que marcan recreo y trabajo. Pupitres que permiten una visión perfecta de la espalda del compañero de adelante y no cruzar mirada con el de atrás. Horas especiales donde cada profesor desarrolla su lenguaje: el cuerpo en educación física, el canto en la hora de música, la habilidad manual y la creatividad en plástica, los nuevos lenguajes en tecnología, la lectura sin prisa y voluntaria en la hora de biblioteca. Actos escolares donde discursos y presentaciones gozan de la desatención del público sea ella tanto de los alumnos como de los padres. Equipo directivo encerrado en la resolución de conflictos y tareas administrativas. Personal de apoyo cumpliendo sus tareas según estipula el reglamento escolar o su sindicato.
Codificado:“Hacer o formar un cuerpo de leyes metódico y sistematizado”. Esto nos dice el diccionario y no parece mal. Pero retomando lo expresado por Leticia anteriormente, la escuela buscará formar personas dispuestas a ver más allá de lo codificado. ¿Se avizora ver más allá cuando se organizan las reuniones de personal, las reuniones de padres, los actos escolares y los paseos y viajes de estudio? ¿Cómo se eligen los manuales y los libros de lectura? ¿Se buscan los que respondan a lo codificado por los programas o vemos más allá buscando calidad literaria, creatividad y gozo en el contenido y diseño creativo? Cuando tenemos la posibilidad en estos tiempos de recorrer los cuadernos y carpetas de clase o materias especiales salta inmediatamente la rigidez de las fotocopias: pequeñas, ilustradas con los estereotipos que con tanta maestría nos impone la publicidad con sus dibujos de princesas, autos mágicos, súper héroes, payasos y animalitos varios. Exactamente igual es la respuesta sistematizada al pedido de ilustrar carteleras, escenografías, frisos de aulas y números artísticos para las conmemoraciones y efemérides patrias. El formato A4 es la máxima superficie que aborda un chico para expresar su preferencia.
Es para reflexionar sobre los motivos que han conducido a esta necesidad de aferrarse a lo marcado por los programas, decretos y normas internas de cada escuela. ¿Es acaso temor a ser distinto? ¿Comodidad al repetir lo ya experimentado? ¿Falta de profesionalidad? “La escuela no es una máquina que calcula y mide el límite de la capacidad animal, y sí es un espíritu unido a otro espíritu a quien ayuda a crecer, desenvolverse y liberarse, sin perder su autenticidad” (Olga Cossettini “La escuela viva”, 1935).
Desde este palco de maestra jubilada que poseo y me permite escuchar y observar libre y sin despertar inquietud en los grupos de estudiantes y maestros con los cuales comparto charlas, siempre aparece el miedo o la indecisión de actuar con soltura en este acto de enfrentar la clase.
Retorno a lo vertido por Leticia: “soltura de un juego”. No hablamos de juego recreativo sino en el acto que se gana o se pierde pero con sentido festivo y solidario. No soy ingenua, reconozco y sufro la condición de la escuela y del maestro, que sucesivas crisis han llevado a este deterioro de la profesión, pero sé también que se puede enfrentar esta tormenta si nos guarecemos en el sentido común y con valentía, sabiendo que no estamos solos, y así comenzamos a revertir poco a poco esta anomia en que se ha sumido la escuela. La palabra festivo parece fuera de lugar rodeada de actos simbólicos como el izar la bandera, la fila, los pupitres alineados, los patios embaldosados y los padres ansiosos y confundidos, mezclando su biografía escolar con lo que creen que deben aprender sus chicos en la escuela. Tan fuera de lugar parece el término festivo como hablar de educación por el arte en la escuela común. Vuelvo al diccionario y allí la primera acepción de la palabra arte es “virtud, disposición y habilidad para hacer algo”. Sencilla definición que nada tiene que ver con la asociación inmediata que hacemos con artista, exposición, concursos o premios. Se trata, sencillamente, de posibilitar que cada uno, alumno y maestro, encuentren la disposición para hacer algo con entusiasmo y alegría, sin modelos ni temores para mostrar lo que se imagina, sienta u observa en su entorno.
La lectura que hago de la enseñanza en la escuela es parcial y parece no alentadora para la deseable educación a través del arte. Todavía cerca del comercial Día del niño, encuentro el blanco y el negro: muchos chicos han podido recibir de parte de sus maestros un regalo, hermoso gesto de ternura pero… ¡siempre estos peros! Voy a un ejemplo concreto que presencié con tristeza unas de estas mañanas donde alumnos de un tercer grado recibieron un pequeño libro para colorear en lugar de una hoja de cartulina acompañada de un lápiz de cera. ¿Qué mensaje lleva implícito este regalo? Sólo colorea según el “código” y no dibuja lo que quieras en tu día; y el lunes, con todos ellos, decoraremos el salón. Así de franca y natural es la posición de un maestro que valora y respeta la creatividad de cada uno de sus chicos. Sentido común y ver “más allá” antes de planificar.
Los diminutos recursos como contar un cuento en las tinieblas de un aula sólo iluminada por una vela, hablarnos sin voz a través de una mano enguantada, desconcertar entrando al aula con un paraguas abierto en un radiante día de sol, describir cómo se mueve el cuerpo cuando hacemos un gol. Sorprender y sorprenderse. Inventar, proponer, solucionar.
Para cerrar estos desordenados pensamientos y junto a mi ilusión de crear una red de comunicación que nos permita conocernos, va un ejemplo que lleva la esencia del Maestro que todos los que elegimos este oficio llevamos adentro.
Un maestro peruano, del Ande, como llaman ellos a las alturas de nuestra cordillera, bajó a Lima para un encuentro de perfeccionamiento docente. Pidió y reunió durante los tres días del curso cantidad de revistas coloridas. Ante la pregunta curiosa de para qué llevaba esos paquetones en su largo y azaroso viaje de regreso, respondió sencillamente: “Se las regalaré a mis alumnos para que empapelen la pared, o el tabique de la habitación donde duermen, y que el color los acompañe durante nuestras frías, largas y negras noches”.
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