Ciudad

En el cementerio y de noche, pero con propósito artístico

Por Santiago Baraldi.- Un periodista de este diario participó de la recorrida por El Salvador que, con cada luna nueva, organiza Dante Taparelli.


“El cementerio es un espacio increíblemente profundo y poderoso; la sociedad luego se ha volcado a lo material y se ha olvidado de lo único que te sostiene, que no es otra cosa que la memoria, lo que fuimos y seremos. La verdadera incógnita de la vida, que es la muerte, o yo diría la verdadera incógnita de la muerte, que es la vida…”, dice Dante Taparelli, en el hall del cementerio El Salvador, a modo de prólogo en las ya clásicas recorridas nocturnas por el camposanto de Ovidio Lagos al 1800.

Es jueves, de noche, y hay luna nueva. Unas cincuenta visitas se ubican en círculo y escuchan con atención, linterna en mano, al imponente guía, que viste de negro, con aspecto de sepulturero, pero con un relato que dejará en silencio a la concurrencia, atenta a cada descripción de las obras de arte que componen el patrimonio cultural del cementerio más antiguo de la ciudad.

Mientras los asistentes esperan el inicio del recorrido por los pasillos lúgubres del lugar, dos jóvenes amenizan la velada con la música alegre de sus flautas, y entonces Taparelli invita a recorrer el predio.

La noche cerrada deja colar la luz urbana, recorta las siluetas de los monumentos, perfiles de ángeles y cúpulas se asoman al paso de la comitiva que porta linternas; el anfitrión tiene la suya, bien potente, que utiliza oportunamente para subrayar las diferencias arquitectónicas de los panteones o señalar detalles que los viejos marmolistas italianos plasmaron para la memoria de generaciones.

Sin nombres propios

En el recorrido no hay nombres propios. No se habla de la historia de las familias rosarinas, no hay apellidos porque la idea es compartir el patrimonio. “Los porteños tienen a los próceres en La Recoleta, nosotros el Louvre”, subraya Taparelli, quien apunta una tumba mínima, sin símbolos religiosos, ni ornamenta pomposa. “Éste es un cementerio católico, apostólico, romano y para la Iglesia los suicidas no entran al paraíso; y si éste existiera, estoy seguro de que este hombre tendría un lugar de privilegio”, dice el guía, y entonces ilumina la lápida sencilla donde se lee: Lisandro de la Torre.

La idea de las recorridas nocturnas surgió hace tres años cuando Taparelli impulsó Rosario Mágica y después continuó a pedido del público. Se repetirá en las noches de luna nueva de octubre y noviembre, y volverá recién en abril próximo.

Los panteones de quienes fueran familias masonas tienen sus características propias, “con una arquitectura precristiana donde predominan los símbolos; los masones creen que las almas no descansan, están en movimiento. Hay símbolos como relojes de arena con alas, que nos dicen que la vida pasa volando; letras griegas como alfa y omega, antorchas encendidas que apuntan al suelo, y el compás y la escuadra son simbología masónica y están muy presentes”.

La recorrida hace escala en uno de los panteones imponentes, con una escultura de una mujer, aferrada a la estructura y, sobre ella, un ángel que le señala el cielo. Taparelli hace una interpretación libre y apunta: “La distancia entre la mano que se aferra y la que señala al cielo transcurre nuestra vida, podríamos unir de cada mano, una cuerda de violín y sacarle un sonido, ése el paso de nuestras vidas”.

Los que hablaban mucho

Los bustos de antepasados y próceres locales también se repiten, pero Taparelli señala con su linterna aquellos que están dentro de un campanario. “Seguramente eran personas que hablaban mucho. Miren, en frente, la tumba de Piñeiro muestra una estatua imponente de un hombre trabajador, con una bolsa y un rastrillo mirando hacia el busto de su patrón. ¿Hace cuánto tiempo que un trabajador no extraña a su patrón en este país? Habla de la generosidad de este hombre que construyó escuelas, fundó un pueblo. Los pueblos los fundaban gente generosa”, plantea.

Taparelli aprovecha la ocasión para destacar el trabajo del personal municipal que está a cargo de los cuidados y mantenimiento del patrimonio: “Contamos con un grupo de restauradores jóvenes que si trabajaran en Europa serían millonarios, talento rosarino que trabaja en la preservación de nuestra cultura”. La visita continúa por los vericuetos de El Salvador, con el mármol de Carrara como protagonista, hasta desembocar en el futuro Jardín de los Maestros, “donde está proyectado colocar cubos con letras plateadas donde comenzaremos con Julio Vanzo como uno de los maestros pintores”.

El final del recorrido será en el Memorabilia, una idea que hace unos años plasmó el propio Taparelli. “Pensar al cementerio como un monumento a la memoria y no como un depósito de huesos”, recita, y muestra una enorme reja de alguna casona del bulevar Oroño que ya no existe. La empuja y despierta la risa nerviosa de los presentes: tiene el mismo chirrido que en las películas de terror. “No le pongan aceite, queda buenísimo”, sopla un hombre desde el fondo del grupo.

Taparelli, en el cierre, deja a todos sin palabras y narra: “Tenemos la triste fama de ser un país con 30 mil desaparecidos y, nosotros, aquí, contamos con el primer mural de los aparecidos: en los depósitos del cementerio recuperamos lo que nadie se roba, porque se han llevado lápidas, los bronces, los floreros, pero lo que nadie se lleva es la foto del difunto. Esas fotos enchapadas las recuperamos y tapizamos la pared de rostros, nuestra historia, diez generaciones de rosarinos, donde vemos al inmigrante, al poeta, el albañil, al bebé, al de bigotes, los sueños… Cuando los fuimos colocando estaba en un andamio y pasó una señora, muy viejita, y disparó: ‘Está con las fotos más besadas, con las fotos lavadas con lágrimas…’; ahí sentí que se me estrujaba el corazón. Otra vez me pasó que sentía un perfume muy rico y cuando me asomo veo a un señor mayor que lavaba con perfume la foto de su esposa con un pañuelo… cosas muy fuertes. Es un mural que está vivo porque crece día a día con las fotos que aportan las familias, trepa como una enredadera donde se ven los rostros, los gestos, los sueños…”.

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