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Un Alma distinguida en el Concejo

Hacedora de una prolífera carrera como escritora y docente, Alma Maritano será reconocida hoy por el cuerpo legislativo local. Si bien se consagró en el género adolescente, no cree en las etiquetas sino en la buena literatura.

Alma tiene menos de diez años y está sentada sobre la falda de su abuelo en su casa de San Genaro, a 100 kilómetros de Rosario. Absorta, escucha cómo él recita las óperas aprendidas durante su desempeño como electricista en el teatro Colón de Buenos Aires a principio de siglo XX. El canto, que fuera elogiado por el mismísimo tenor Enrico Caruso, se detiene para explicar y traducir del italiano al español de qué se trata la escena, qué pasa con los personajes, para luego retomar la melodía. En 2012, muchos años después, esa primera aproximación a un esquema narrativo da más sentido al aria de Giacomo Puccini, interpretada por el rosarino José Cura, que llena el departamento de la escritora Alma Maritano en el centro de Rosario. La cocina de la autora, en términos metafóricos y literales, cuenta con una biblioteca en la que cuelgan adornos y regalos de sus múltiples aprendices obtenidos por más de tres décadas de talleres literarios. Frente a la cámara fotográfica de El Ciudadano, Alma sostiene una lupa y un sello de lacre, ambas pertenencias de su padre, y confiesa, a pesar de contar con una intensa carrera como escritora hoy premiada –ver recuadro–, que todavía tiene muchas historias para contar. Como la que uniera a sus abuelos, en una romántica postal de la argentina receptora de inmigración europea. Un relato que tendrá la siempre presente dimensión musical, tal como marcan sus obras en general, y en particular, su última publicación “La voz”(2011), una novela en la que conviven la ópera con el rock nacional de Divididos. Todavía la tinta fresca de “Requiem para Max”, el último episodio de la exitosa saga “El Visitante” (editada por primera vez en 1.984), Maritano, quien resiste la etiqueta de escritora para o de adolescentes, dialoga con este medio acerca de su carrera y cómo ve a la juventud actual. “No escribí para adolescentes sino que empecé a crear personajes chicos que crecieron. No creo que haya pautas para escribir sobre adolescentes, más allá de no montar planteos de alta complejidad espacial o temporal”, comparte.

Es 1978 y Alma está en la inauguración de la feria del libro de Buenos Aires para recibir el premio (faja de honor de la Sociedad Argentina de Escritores) por “Un globo de luz anda suelto”, aquella que escribiera durante recreos en el Colegio Nacional de Rosario, donde era profesora de literatura. Con gambeta de enganche, la escritora se escabulle del siniestro palco de los homenajeados y hace la cola donde Jorge Luis Borges firma ejemplares. “Así es como tengo «El Aleph» autografiado”, narra y admite que desde esas primeras publicaciones, los niños fueron vehículo de las temáticas “no dichas” aunque latentes durante la última dictadura, como “democracia” y “libertad”. Durante esa época, la Marina requisaba las editoriales en busca de material “subversivo”, otra de las palabras que incluiría la autora al final de la dictadura en uno de sus libros. Personajes de la milicia, “la guerra de Malvinas” o “participación popular” aparecen en las páginas de Alma a mediados de la década del 80. O la inclusión de un personaje homosexual, lo que le valió quejas de distintos colegios. “Me horrorizaron algunas respuestas a «En el sur» (de la saga de “El visitante”). Me preguntaban por qué hice al doctor Ricciardo, «que era una buena persona», un homosexual. Nada tiene que ver la moral con los hábitos sexuales. Ricciardo siguió siendo una buena persona. Lo hice adrede. Para que ese tema sea tratado en las aulas”, explica.

—Gran parte de su obra se trató de traducir y componer al modelo de adolescente. ¿Cómo caracterizaría al actual?

—Me parece que nunca estuvo tan divida la franja de los dos tipos de adolescentes. Unos activos, creativos, entusiastas, solidarios y fervorosos; y otros pasivos, abúlicos cuya única motivación es estar frente a la televisión o la computadora. Hemos tenido épocas en las que estaba más mezclado. Todos leíamos, veíamos cine. ¿Cuántos adolescentes hoy en día ven buen cine? Es raro y más a partir del bombardeo eterno de entretenimiento yanqui.

—En la actualidad, el oficialismo nacional promueve bajar de forma optativa la edad para votar a los 16 años. ¿Cree que están preparados?

—Me pronuncio a favor, aunque no con la seguridad de estar en lo cierto. Existen muchos chicos que tienen la facultad y les está ofrecido todo mediáticamente para poseer una opinión formada o manifestar sus posturas. Los 18 años son tan válidos como los 16 años. Si un chico no tiene claro o no esta interesado en la marcha del país, no tiene relación con la edad sino con la persona.

Más que el goce por tener un best seller, Maritano admite que disfruta más de su rol como guía de “La ruta de «El Visitante»”, un itinerario turístico-literario al que llegan cursos enteros de alumnos de tercer año de colegios de varios puntos del país. “El aeropuerto de Fisherton, la casa del doctor Ricciardo, la plaza Pringles”, enumera la escritora con amplia sonrisa todavía sorprendida por la respuesta de los chicos y docentes, que utilizan sus obras como insumo para las clases. Veinte años de cartas de puño y letra, correos electrónicos, mensajes por Facebook, rebotan en la cabeza de Alma mientras fundamenta la transgeneracional devolución de sus lectores. “Toco problemas de siempre –celos, discriminación y la formación de grupos– por más que parezca que coincidan con momentos históricos muy particulares (como la última etapa de la dictadura, los saqueos durante la hiperinflación, entre otros ejemplos)”, sintetiza modesta sobre la forma, aquella que recoge el habla de los adolescentes de forma realista.

A pesar de que recomienda autoras como María Teresa Andruetto y Sandra Siemmens, Alma no es devota de la idea de libros para (exclusivo) chicos. La libertad de elegir debe ser total y puede ir desde “Historias de Cronopios y de famas” (Julio Cortazar) o los cuentos de Roberto Fontanarrosa hasta Marcel Proust. “Hay que darles de elegir y dejarlos”, sintetiza.

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