Las ansias y el sueño por ser padres llevan a muchas personas a enfrentar y sobrepasar barreras, incluso hasta fronteras impensadas. El caso de Gladys y su esposo es muy particular en ese sentido: después de varios intentos médicos no lograron concebir un hijo, y tampoco funcionó el camino de la adopción en el país. Entonces se fueron a Ucrania para adoptar. “Siempre quise una nena y, por mi edad biológica, no quería adoptar un bebé”, sostuvo Gladys, de 52 años. Fue así como hace ya un año y cuatro meses que es madre de Dasha, de 14 años. La chica admitió que aún le cuesta acostumbrarse a su nueva familia, sobre todo por algunas costumbres, pero ya tiene su propio grupo de amigos y aclaró que no quiere volver a Ucrania. Habla un perfecto castellano y lo primero que aprendió fueron las «malas palabras». “Le enseñé todas las malas palabras que conozco para que no le tomen el pelo”, apuntó su madre, quien le cuenta su particular experiencia a El Ciudadano en un bar frente al teatro El Círculo, antes de asistir al concierto sinfónico coral Carmina Burana, a cargo del maestro Fernando Ciraolo.
—¿Cómo llegaste, junto a tu esposo, a la idea de adoptar?
—Durante años hicimos unos cuantos tratamientos in vitro para tener un hijo pero salieron mal. En el último, incluso, tuve un aborto. Entonces ahí dijimos “basta” a la parte biológica. Nos pusimos de acuerdo y decidimos adoptar. Intentamos adoptar en Argentina y fue muy difícil, no encontramos chicos con la patria potestad libre, y con los chiquitos había muchos riesgos. Además, nunca quise un bebé, por mi edad biológica. Entonces con mi esposo acordamos buscar a alguien más grande.
—No encontraron una criatura más grande, pero también es difícil adoptar bebés.
—En realidad, hay dos vías para adoptar en el país: una es la legal, anotándote en los registros de adopción; y la otra, hacer un trato con la mamá biológica ya desde el embarazo. Generalmente es con mucha plata en el medio, y nada te asegura que el día de mañana la madre no se arrepienta, o bien siga pidiendo más y más para darte al chico. Si algo tuve bien en claro, es que no quería pagar por un hijo. Creo que si nadie pagara, no habría tráfico de chicos.
—De todas maneras habrás tenido gastos importantes para viajar a Ucrania…
—Sí, claro. Gastamos dinero en asesoramiento jurídico, en los pasajes, en la estadía por un mes en Ucrania, el juicio de adopción, los trámites correspondientes, pero no pagamos un peso por la adopción en sí.
—¿Cómo fue el proceso de investigar por una adopción internacional?
—Arranqué por Haití, pero desistí porque me pidieron 20 mil dólares de contado para traer un chico desde allá. Entonces, cuando me encontré con que era algo así como una venta de chicos, descarté la idea. Asimismo, te asignan una criatura y después de hacer todo te volvés sin ella, que fue la experiencia de aquellos que adoptaron luego del terremoto. El problema es que Argentina no tiene convenios internacionales y si el otro país no tiene claro la adopción internacional, la ley no sale ni de uno ni de otro. Ya pasó con la mujer que alquiló el vientre en la India. En el caso de Haití, además de no traerte a tu hijo, tenés que enviar una manutención mensual de 700 dólares, dependiendo la organización con la que te hayas contactado, y no tenés seguridad alguna de cuándo podrán salir los papeles correspondientes para poder traértelo a tu casa. Conozco a una familia en Buenos Aires que el año pasado viajó seis veces a visitar a su hijo, y aún no lo tienen en su casa.
—¿Y por qué Ucrania?
—Porque era el país más barato en materia de gastos. Con mi esposo nos preguntamos dónde adopta Europa, y dimos con el dato: Ucrania. También en Rusia y Kazajistán.
—¿Qué requisitos debían cumplir?
—Por suerte no tuve inconvenientes. Hicimos la papelería desde acá, nos presentamos como candidatos de adopción, estuvimos unos tres meses en trámites porque hay que demostrar que podemos mantener a nuestro futuro hijo, que convivimos en un hogar familiar, que no tuviéramos sida, cáncer o hepatitis B… no fue nada fuera de lo normal. Es más, no podíamos poner en la solicitud que queríamos un chico estrictamente sano, sino que aceptábamos uno con alguna enfermedad leve recuperable. Todo ese papelerío va a un informe ambiental, de idoneidad, y a uno psicosocial. Visitaron nuestra casa y observaron cómo vivimos, también nos entrevistó (por separados y juntos) un gabinete para ver si estábamos capacitados para adoptar.
—¿Cómo fue este nuevo rol de madre?
—Para mí fue una locura, me cambió la vida y mi hija es un sol. Lo tomé con humor, porque al comienzo mi casa fue un despelote, nadie creía que iba a soportar y que iba a tener paciencia. Fue difícil, hasta nos turnábamos con mi marido sobre quién descansaba un poco de la nena, porque tiene un carácter muy fuerte, pero la sentí mi hija desde el primer día.
—¿Y el cambio cultural? ¿Cómo se vive a diario?
—Hay cosas de las que ella no quiere hablar sobre su lugar de origen, pero nos costó adaptarnos a algunas costumbres, como bañarse muy poco. La ropa también ha sido un motivo de discusión y aún se sonroja cuando me paseo en casa un poco “destapada” delante de mi marido. Dasha me dice: “Mamá, tapate”, y yo le explico que no está nada mal andar así en mi casa, delante de mi marido. Es más, sobre temas como la sexualidad y su ciclo menstrual, ya hemos hablado bastante, quiero que esté informada para saber qué hacer, qué no y cómo cuidarse. Hasta ahora, la batalla que llevo perdida es la de la comida. No come carne, sólo frutas y verduras crudas, porque cocidas no le gustan, pero bueno, es cuestión de seguir probando.
—¿Dasha tiene hermanos, mantuvo o mantiene contacto con su familia biológica?
—La nena tiene seis hermanos, cuatro mayores y dos menores, y no volvió a tener contacto con su familia biológica. De hecho, intenté hacer una segunda adopción: le ofrecí a mi hija adoptar a uno de sus hermanitos, el menor de todos, y me dijo que no.
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