Ciudad

A los pies de Fontanarrosa

Por Guillermo Correa.- El jueves el Concejo decidió por unanimidad cambiar el nombre del centro cultural al que la última dictadura llamó Rivadavia. Pero hubo más denominaciones sobre el espacio que a dos cuadras tenía una laguna.


Hasta 1962, cuando fue demolido, en el predio municipal de San Martín, San Luis, San Juan y la cortada Barón de Mauá se alzaba el edificio del viejo Mercado Central de Rosario. Se había construido para ampliar lo que hasta entonces, según recuerda la museóloga Lorena Ratner, desde 1857 hasta 1903, había sido el Mercado Sud, el primer centro de abasto popular que tuvo la ciudad. Por allí, a dos cuadras de la vieja “laguna de Sánchez”, en lo que fue una ciudad que nada tiene que ver con lo que es ahora, pasaron muchos nombres a medida que transcurría la historia hasta llegar a los dos definitivos: el del pulpero Santiago Montenegro para el espacio y, desde el jueves cuando lo votó el Concejo Municipal, el del Negro, el genial guionista y dibujante rosarino Roberto Fontanarrosa, para el centro cultural que se alza allí.

En 1855, durante la gestión de José María Cullen, el Ejecutivo provincial había llamado a licitación para construir un mercado público en el predio que entonces delimitaban las calles San Luis, Puerto (San Martín), San Juan y Libertad (Sarmiento). “La construcción del edificio se hizo de ladrillos, lo mismo que el piso. Los techos de baldosas; las galerías sostenidas por columnas de hierro; las veredas exteriores de piedra labrada y las entradas pavimentadas y con portones de hierro”, recuerda la museóloga en el artículo “Los Mercados de Rosario” – http://rosarioysuzona.blogspot.com.ar/2010/06/la-historia-cotidiana-los-ambitos-del.html–. El nacimiento del Mercado, donde se comerciaba todo tipo de productos perecederos, había abierto lugar a la sanción de diversas normas y reglamentos para la convivencia y la higiene. Uno de ellos fue la tercera ordenanza que tuvo la ciudad, que disponía nombrar para cada mercado “un comisario con el número de empleados subalternos que se considerara suficiente para atender el orden, aseo y demás necesidades policiales”. Los comisarios –recuerda la autora– se dedicaban a dirimir cotidianamente las diferencias entre abastecedores y compradores, imponían multas a los abastecedores que falseaban el peso o medida de los artículos, vigilaban la calidad de los productos puestos en venta, el orden público “y que no se virtieran palabras inmorales, penando con sendas multas a aquellos que lo hicieran”.

Las normas eran estrictas: “Dentro de los mercados estaba prohibida la venta de bebidas alcohólicas. Asimismo estaba reglamentada la cuestión de la limpieza de los puestos, para dar comienzo a la misma se tocaba una campana y en el acto, todos los inquilinos de cuartos y puestos se dedicaban a barrerlos y asearlos, y se depositaba la basura en un cajón que cada uno tenía a tal efecto, para ser entregados al hacerse la limpieza; ésta corría a cargo de dos o más carros, los que concurrían al mismo tiempo a levantar las tierra y basura que se amontonaba”, escribe Ratner.

Pese a ello, cuatro décadas después, el lugar no sólo había perdido todo su esplendor inicial sino que, más bien, estaba en ruinas. Fue entonces que, durante la intendencia de Luis Lamas se inició una “reconstrucción”, que en realidad era una obra totalmente nueva, lindera al viejo Mercado Sud. Cuando se terminó, en 1903, éste fue demolido, a la par que abrió sus puertas el Mercado Central. “El nuevo edificio tenía 13 metros de frente a la calle San Martín y a la cortada Riva (Barón de Mauá) y 64 metros a las calles San Luis y San Juan. Además de funcionar como local comercial, fue la sede de instituciones culturales como el Ateneo Popular Rosario y la Biblioteca Popular, las cuales poseían locales para el desempeño de sus tareas, y en el piso superior se encontraba la Escuela de Danzas dirigida por Ernesto Larrechea”, rememora Ratner.

El nuevo Mercado se iba a mantener vivo por 57 años más, mientras todo lo que tenía alrededor iba cambiando, y el casco histórico de la ciudad pasaba a ser el “centro”. El intendente Luis Cándido Carballo dispuso el cierre por cuestiones de higiene, y el centro de abastecimiento fue demolido. Pero con ello nacía el acaso primer “monumento al pozo”, hasta que, un par de años después, un convenio entre la Municipalidad y el Automovil Club Argentino hace posible transformar el pozo en una cochera subterránea, mientras en la superficie se construyó una plaza seca. Paradójicamente, cuando todo se inauguró surgió el primer problema de nombres: el intendente, que ya era Luis Beltramo, resolvió nombrar al espacio público como “Ingeniero Emigdio Pinasco”, en homenaje a quien había sido varias veces titular de la Asociación de Ingenieros de Rosario. Pero al hacerlo desoyó a la propia entidad, que pedía nombrar una obra que tuviera relación con la profesión, y proponía el viaducto de bulevar Avellaneda. Además, se impuso el nombre sin que sin que hubiesen transcurrido por lo menos cinco años de la fecha de fallecimiento del ingeniero Pinasco, como establecía entonces la ley Orgánica de Municipalidades.

Todo siguió de igual modo hasta el Mundial 78. Por decisión del Ente Autárquico Mundial constituido por la última dictadura, un sector de la todavía plaza Pinasco, sobre la calle San Juan, fue cedido para el emplazamiento del Centro de Prensa Rosario, un proyecto de carácter provisorio, que luego se decidiría en permanente. Los arquitectos Juan y Mario Solari Viglieno, Andrés Facchini y Rubén Giménez Rafuls llevaron adelante la obra que, una vez finalizado el campeonato de fútbol sería destinada al centro cultural. El capitán de la Armada Augusto Félix Cristiani, intendente de facto impuso el nombre de Bernardino Rivadavia al centro cultural.

Dos décadas después, en 1991, el Concejo Municipal hizo el primer cambio de nombre del ingeniero por el del propietario de una pulpería: Santiago Montenegro, quien se radicó en el Pago de los Arroyos en 1724, cuando tenía menos de 30 años emigrando de Santiago del Estero, que se supone su lugar de nacimiento. Dedicado también al transporte y la cría de ganado, fue encargado de la Fábrica de la Capilla del Rosario y administrador de los fondos provenientes de las limosnas de los feligreses y después alcalde de la Santa Hermandad, por entonces con mayor poder que el que tiene la actual intendenta Mónica Fein hoy.

La plaza Pinasco fue desde entonces la plaza Montenegro, aunque en la boca de los vecinos el cambio tardó bastante más. No se espera lo mismo para Fontanarrosa, cuya raigambre en los rosarinos es mayor que la de Bernardino de la Trinidad González Rivadavia y Rivadavia, el primero en ocupar el cargo de presidente de la Nación, creado de urgencia por la guerra con Brasil.

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