Alejado de las posturas que sostenían que un historiador debe tomar distancia de su objeto de estudio, Luis Alberto Romero reeditó su libro “Breve historia contemporánea de la Argentina” que extiende su análisis desde 1916 hasta el 2010. Precisamente, los años del nuevo siglo bajo el signo de los gobiernos kirchneristas aparecen como una preocupación central del historiador que se muestra desilusionado con el devenir del presente. Romero sostiene que “en estos años el espectacular crecimiento de las exportaciones agrícolas y la solución de los problemas fiscales no bastaron para cambiar las condiciones del país, profundamente transformado desde 1976”. En el marco de su presentación en Rosario, el historiador dialogó con El Ciudadano y reflexionó acerca de los vaivenes de la Argentina, que describió como “desastrosa”.
—¿Qué desafíos propone la historia del presente?
—Un desafío está presente en este libro porque su primera versión es de 1993. Cuando aconteció el Pacto de Olivos se estaba terminando de escribir y estaba muy impregnado de 1983. Esto es, mirar la Argentina con la llegada de la democracia institucional. El presente condiciona la mirada hacia el pasado y las dudas, ilusiones e interrogantes de 2010 no son los mismos que en 1990. Actualmente soy menos optimista. Releí después de diez años el capítulo sobre Carlos Menem y me di cuenta de lo difícil que es escribir en caliente. Es casi una diatriba. El historiador no está para hacer una diatriba, para eso está el político o el ciudadano. Lo que hice en el de Kirchner es cuidarme de ser menos anecdótico y ser más conceptual. Con Kirchner yo terminé de hacerme la idea de que estamos ante una versión del peronismo muy arraigada en esta Argentina desastrosa que tenemos. Se llevan muy bien la Argentina desastrosa y el peronismo actual, son tal para cual.
—Es contundente su postura de que hay una continuidad de Menem a Kirchner, con respecto al manejo del Estado.
—Yo veo eso, aunque hay diferencias importantes. Pero lo que yo aprendí en estos diez o quince años, es que el tema del Estado es muy importante. Porque la democracia es una proyección de la parte del Estado, y éste tiene que ver con la manera en cómo los privados le meten la mano, con los mecanismos de regulación y control. En esa historia veo una continuidad, no sólo entre la etapa de Menem y la de Kirchner, sino casi desde la época de los militares. Veo que desde que Alfredo Martínez De Hoz dijo “achicar el Estado es agrandar la Nación”, hasta ahora hay una continuidad. El punto polémico es que el kirchnerismo se presenta como estatista y yo no creo que un gobierno que destruya el Indec pueda ser considerado así.
—Usted dice que su principal desilusión es que los Kirchner están ganando poder para ellos mismos. ¿Cree necesario una sumatoria de poder para enfrentar a otros, como ser el grupo Clarín?
—No veo la necesidad de que un gobierno se ocupe tanto de Clarín. Ahora que el gobierno se ha quedado con todos los otros medios corporativos, mucho menos. Ha convertido a Clarín, que no lo era, en un baluarte de la libertad de expresión. El gobierno, y esto lo dice su filósofo Ernestro Laclau, construye enemigos que no son reales con el objeto de justificar la acumulación de poder, así que es al revés, no es que se crea poder para (enfrentar), sino que se crea un enemigo para justificar.
—En cuanto al discurso kirchnerista, ¿tiene que ver con el viejo peronismo?
—Sí, tiene mucho que ver. Cuando digo el viejo peronismo me refiero al de Menem y al peronismo clásico de 1945. Con el más antiguo tiene mucho que ver, en cambio, en ese sentido con el de Menem no. A éste último no le importaba el discurso; sí le preocupaba pero no le molestaba que otros dijeran otras cosas. En cambio, para este gobierno el discurso es una parte esencial de su construcción de poder. Ese es un tema interesante que no termino de entender. Todo político, partido o gobierno tiene un discurso que es una adecuación de la realidad a sus necesidades, pero siempre con una conexión que lo hace verosímil. Se puede fantasear hasta cierto punto pero no puede ser desmentido por el diario. Lo que se dice tiene un límite. Creo que el gobierno actual excedió ese límite con el tema de la inflación. También está la dimensión épica que se le da a la lucha del bien contra el mal. Eso es muy importante en el kirchnerismo y yo diría que técnicamente está bien hecho. Más allá de juicios valorativos, es evidente que para la construcción del discurso se están cuidando muchos costados, la escenografía, el vestuario, que nadie se salga del libreto.
—¿Qué opina del cacerolazo pasado y de otro que se está convocando?
—Hay un cierto punto en que deja de ser verosímil. La gente que ha depositado su fe y que ha transformado esto en una cuestión de fe, no va a cambiar por unos cacerolazos. Aquí es donde yo veo un parecido importante con el peronismo clásico. En el peronismo del 45 había una confianza y una fe en lo que se estaba haciendo y en la identidad, que ahora tiene que ver con una parte y no con el 54 por ciento de los votantes de Cristina, sino con el 20 por ciento. Luego está la gente que es oscilante porque está indignada y sale a los cacerolazos pero a la hora del voto dice “no hay otra” y la vota a la presidenta.
—¿Eso tiene que ver con lo que usted piensa en relación a la imposibilidad de crear un nuevo ciudadano?
—Si, ése es el problema de los partidos, se han quedado medio vacíos. Les falta la condición que es tener un programa mínimo. La cuestión de los partidos es que suelen restringirse a “mi límite es juntarme con todos menos con éste”, y eso es muy pobre.
—¿No le parece que Binner, con un partido atrás y un programa, no chocaría bastante si se reúne con Macri?
—Binner tiene un programa, no tanto sus aliados del FAP, porque allí hay mucho oportunismo de la gente de la CTA que también podría estar con Cristina. Los radicales lo tienen también, pero es como si se fueran olvidando de que son un partido. La UCR y el Partido Socialista (PS) son lo más parecido a un partido político.
—¿Y el PRO?
—No, el PRO no tiene nada, solo un candidato a presidente pero fuera de eso se puede llenar con cualquier cosa. Eso es justamente lo que no se puede hacer con el PS, que al igual que la UCR, tienen cuadros. En el caso del PS, mucho más estructurado porque tienen una cuestión de trabajo interno que pone límites a los vaivenes, pero el PRO no.