Algunas películas logran en el espectador extender la reflexión más allá del estricto ámbito de la sala y así sigue “funcionando”, disparando nuevas interpretaciones y búsquedas. Candidata argentina para disputar en la selección de la Academia para competir como mejor película extranjera en los Oscar, Infancia Clandestina se estrenó en las salas locales y su director, Benjamín Ávila, pasó por Rosario para contar su historia.
Producida por Luis Puenzo y protagonizada por Natalia Oreiro, César Troncoso, Ernesto Alterio y Cristina Banegas, la película (Premio Casa América en el Festival de San Sebastián y primer premio en ficción del Festival Unasur Cine) aborda la historia del hijo de una pareja de militantes montoneros que decide regresar al país desde Cuba durante la última dictadura militar en el marco de lo que se conoció como “La Segunda Contraofensiva”.
Desde los primeros minutos, el film convoca al espectador a dejar sus juicios a un lado y adentrarse en la historia con ojos de niño. Acostumbrado a ver el pasado con la perspectiva del adulto, el director ofrece aquí una nueva oportunidad: dejar de lado lo aprendido y acercarse –y volver a ver– desde una mirada desprejuiciada.
“La mirada del chico –desde el lugar que la planteo yo–, no es juzgadora porque si lo fuera tendríamos la construcción habitual que nos guiaría como espectadores hacia un lugar donde tendríamos que acomodarnos. Acá todo es parte natural de su vida, quizá es lo que genera mucha incomodidad. Encontré una metáfora para pensar eso y digo que es una película incómoda porque no ofrece sillones habituales”, dijo a El Ciudadano Benjamín Ávila.
No obstante esa incomodidad no se hace manifiesta a través de los golpes bajos en los que suelen caer películas de esta temática. “Es muy fácil caer en el golpe pero también poco ético relativizar la historia con ese recurso. No es una película dramática en el sentido de exacerbación del drama –aunque es inevitable que sea dramática–; la película viene a forzar a la gente a que la atraviese emocionalmente. Y como no hay bajada de línea, también le da lugar a conceptos que tal vez son contrarios a lo que opino y por eso genera mucho diálogo y debate”.
“Las lágrimas no son una emoción sino una descarga de emoción, dos cosas distintas. La descarga quita el compromiso. Ese efecto provoca en el espectador un rechazo; cuanto más entra el golpe, más superficial queda todo lo que estás viendo”, reflexionó.
Basada en hechos verdaderos, el cineasta (director del documental Nietos, Identidad y memoria) dedica éste, su primer largometraje de ficción, a su madre, desaparecida durante la última dictadura militar. No obstante el film marca una “distancia” que Ávila entiende como “necesaria”. “La distancia con respecto a la historia es muy necesaria para construirla y tomar decisiones con respecto a una película y no con respecto a mi vida. Necesitaba esa separación”, dijo sobre cómo fue filmar una historia basada en un hecho real y un recuerdo personal.
La tensión dramática del film está puesta en Juan y en cómo él vive con su familia y se relaciona con el mundo. En ese universo cada detalle tiene una explicación y no existe por una cuestión caprichosa.
“Es un relato con reglas donde los personajes evolucionan. No es una película ingenua en lo más mínimo, está muy trabajado el guión y muy editada, con un montaje largo y complejo que hicimos. Tomamos muchas decisiones narrativas; en ese sentido no es un film visceral, puede serlo en cuanto a la manera en que se filmó pero no desde el lugar en que se concibió y estructuró el relato”, destacó el cineasta.
Con esa premisa, las partes de la película que el director decide hacer en animación aportan un valor incalculable en la caracterización del personaje. Partiendo de entender que lo se está viendo es parte de la historia; desde allí, el propio pensamiento del personaje será puesto de manifiesto y ofrecido al espectador. “Las animaciones te hacen sentir que estás dentro de la cabeza de Juan. En la primera no entendés muy bien dónde estás parado; la segunda sentís un alivio porque todos necesitamos que esa escena exista para evitar la angustia total”, dijo el director, quien ahondó: “Ninguna de las animaciones está en el marco de lo onírico más allá de que la segunda sucede dentro de un sueño; lo que estamos viendo es lo que pasó de verdad”.
El sonido y la música tendrán gran importancia en la trama, “en la primera y última escena de animación se corta la imagen pero el sonido sigue, hiperrealista; la narración continúa pero lo que se desarma es tu cabeza junto con la de Juan”.
Una canción sonará en momentos fundamentales del relato, en lugares previos a dos desenlaces disímiles. Por título lleva, nada menos que “No veo”, y se compone de un complejo entramado de palabras que forjan la singular canción cuyo autor es el director del film. “Es tremendo el tema porque nadie se puede acordar la letra, es casi un juego matemático. Cuando la escribí pensaba esas canciones que los chicos cantan inocentemente y en verdad tienen unas letras tremendas”.
Los ojos y la mirada son una recurrencia tácita dentro del relato que Benjamín Ávila plantea en Infancia Clandestina quien, además de haber escrito la canción “No veo”, posee un cortometraje que no casualmente lleva como título Veo Veo (ver aparte). “Muchas de las cosas que hice fue con chicos a través de sus ojos; Veo Veo es el germen de Infancia Clandestina. Me obsesiona la mirada de los chicos, la entiendo perfectamente y me encanta laburar con ellos”.
Juan nos permitirá, como espectadores, adentrarnos en un nuevo acercamiento al tema, el país, los ideales, el sacrificio, la educación, el amor, la escuela pública, los símbolos patrios, la complicidad, la amistad, la adultez, la vida. Y con guiños permitirá hacer nuestra propia configuración de ese mundo.
En una escena de la película Juan (Ernesto) se niega a izar la bandera nacional en un acto escolar porque la misma, como había aprendido en su casa, tenía un sol que la transformaba en bandera de guerra. “Cuando era chico y me quisieron hacer izar la bandera se armó el quilombo”, recordó Ávila sobre el hecho que después incluiría en la película.
“Esa escena está construida sobre la realidad: tenía siete años, estaba en segundo grado y la maestra –como era el nuevito, de onda– me dijo “Sergio –así me llamaba yo– vas a tener el honor de izar la bandera”; yo no quería. Insistió y empecé a los gritos hasta que me mandaron a dirección. No sé qué argumentó mi vieja para sacarme de ahí pero tuvo que ir a buscarme, lo que era todo un riesgo”.
Los ideales, antes y ahora
Con una película para todos los públicos, el director se encarga de mostrar a la militancia como un cotidiano real y así intentar separarla de la idea que la declamó como análoga de muerte. Se verá una discusión política pero también un festejo de cumpleaños, el día a día con los hijos formarán parte del entramado que configura esta ficción.
“Todavía no puedo encontrar frases para redondear la idea de lo que significa estar con una persona militante en esa época: su vida era ser eso. La palabra fe lo envuelve todo, pero una fe alejada de lo religioso. La convicción absoluta era el cotidiano; la militancia era todo”, explicó el director.
“Ahora no hay nada que se respalde con la vida excepto los hijos. Es otra época. Aquella fue una época que lamentablemente no va a volver. Ya no hay cosas que se respalden con la vida porque nada de lo que estoy haciendo está poniendo al mundo en juego. Eso hace que los conceptos de aquella época se sientan ingenuos, casi románticos”, concluye Ávila.
Una banda de talentos
La banda de sonido de la película merece particular atención, ya que es un capítulo aparte. Compuesta de forma original por Pedro Onetto, logra crear un universo impar con sonoridades justas donde se despoja de innecesarios accesorios dando a su piano la libertad de plantear un diálogo armónico con cellos y violines que remiten a una yuxtaposición de colores y entretejen un imagen de intensa nostalgia. Del trabajo también participaron músicos como Richard Coleman y Fernando Samalea. Natalia Oreiro y Ricardo Mollo interpretan “Sueños de juventud” de Discépolo. Además Mollo, junto a Diego Arnedo, dan vida a “Living de Trincheras” una canción que, interpretada con la garra de Divididos, hace honor a su mote de “aplanadora del rock”.
El germen de “Veo veo”
“Germen de Infancia Clandestina” según el propio director, el cortometraje Veo veo se desarrolla en 1977 y cuenta la vida de Juancho, un niño que se muda con su madre y hermana a una nueva casa. Hace tres años no ve a su padre. Un día ante la cercanía del Día del Padre, en la escuela le piden llevar una foto suya. Su madre dice que no hay pero el niño emprende una búsqueda que lo llevará a descubrir la verdad que cambiará su infancia.