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¿Cree que el amor es más fuerte?

Por Raúl Koffman.- Para entender algo sobre las “cosas del querer” hay que hacer una diferencia, la misma que existe entre una casa y un hogar. Por eso, suele decirse que una persona no se enamora de otra persona, sino de lo que ésta le hace sentir.


Tema archiconocido, con cantidades de publicaciones dedicadas, entre mitos y realidades, interpretaciones fantásticas y realistas, “las cosas del querer” nunca dejan a nadie callado (salvo a veces, para sufrirlas en silencio). Mucho se dijo y se seguirá diciendo del amor. Muchísimas veces, más de lo mismo. Parece que sobre este tema, el aprendizaje es lento y doloroso y, por eso, mucho se dice, de y sobre él. Lo que parece confirmar la vieja presunción de que las personas hablan de lo que no pueden solucionar.

Para comenzar a entender algo de las “cosas del querer” habría que comenzar haciendo una diferencia. La diferencia entre casa y hogar (las house y home de los ingleses). La primera se refiere a lo material, los ladrillos. Y la segunda a cómo se los siente y qué significados se dan a esos ladrillos. Nuestro tema pertenece al segundo caso. Las cosas del querer son eso: sentires e interpretaciones. No una referencia directa a un objeto material. Cuánto será así que muchos dicen que las personas no se enamoran de otra persona, sino de lo que esa persona les hace sentir. Que se enamoran de su propio estado de bienestar por lo que el otro pasa a ser sólo un proveedor.

Veamos algunas descripciones que se escuchan con frecuencia sobre “las cosas del querer”.

Para algunos pertenece al campo de lo sagrado.

Para otros es lo más fuerte que existe.

Otros dicen que es una construcción diaria que sólo se mantiene con mucha paciencia y tolerancia.

Otros lo definen como un choque entre dos planetas.

Para algunos el amor es incorruptible y para otros, degradable.

Para algunos el amor es un niño frágil que hay que proteger, y para otros, un adulto que nunca aprende.

O como decía la canción: “La mujer que al amor no se asoma, no merece llamarse mujer…”.

Y a no minimizarlo, porque estas imágenes del amor, verdaderas para cada uno, son las que gobiernan las diarias decisiones amorosas. Y sus efectos, que no son pocos ni tampoco intrascendentes.

Veamos un ejemplo concreto: “Te quiero con todo mi corazón”. Nada confirma hoy que el corazón es la sede, el asiento de los sentimientos. Al pobre corazón, porque bombea sangre todo el tiempo para mantenernos vivos, le adjudicaron esa función. Es que si se apaga ese motor, se pierde el calor. Pero a las “cosas del querer”, de ubicarlas en el cuerpo, debería ser en el llamado “cerebro emocional”, zona que se activa (y esto se puede comprobar) en el momento en que usted siente una emoción. Por lo tanto, sería más correcto que le confesaran “te quiero con todo mi cerebro emocional y con todos mis neurotransmisores relacionados con el placer y la recompensa”. Y ni hablemos de si le confiesan que sienten “mariposas en el estómago”. Ésta es la diferencia casa-hogar a la que antes se hacía referencia.

¿Significa esto que estamos gobernados por procesos químicos, por imágenes y quizás también por mitos? Veamos las imágenes, por ahora. Cuando somos niños creemos que cuanto más grande es algo, más pesado es. Claramente una conclusión derivada del poder de las imágenes, que es lo mismo que decir: “Si se preocupa por mí, es porque me quiere bien”. Una muy bella imagen construida a partir de la propia necesidad afectiva. Y digo imagen porque cuando alguien dice y/o sueña con esa frase, ésta seguramente  estará acompañada de escenas amorosas anheladas.

Imágenes

Las investigaciones demostraron que el primer modo de construir conocimientos con el que contamos es a través de las imágenes. De bebés miramos pero no sabemos qué miramos. Lentamente armamos imágenes mentales de lo que percibimos con nuestros sentidos, y así nos apropiamos del mundo externo. Con el paso del tiempo las imágenes se organizan y dejan de depender de los objetos externos. Un mundo rico en imágenes se arma y subsiste y convive en paralelo a lo percibido. Estas imágenes primitivas comienzan a retenerse dando lugar a lo que luego constituirá la memoria. Ya en la adultez forman parte indisoluble de lo que se conoce como psiquismo. Por tanto, las imágenes nunca nos abandonan. Por eso el amor se acompaña de imágenes y, quizás también por eso, hay tantas y tan diversas imágenes del amor.

Pero el amor es más fuerte

Veamos otro ejemplo: la canción dice “…pero el amor es más fuerte”. ¿Es realmente el amor el diluyente universal (aquello que todo lo diluye y disuelve, como irónicamente lo describía Baudrillard)?, ¿es el pegamento universal? El amor como fórmula salvadora ante la indiferencia y crueldad del mundo es una buena propuesta. Pero para funcionar necesita de la incondicionalidad y la lealtad ante todo. Y no todos coinciden con esta propuesta. Algunos ponen condiciones para sostenerlo (la incondicionalidad sólo es materna, dicen) y afirman, además, que “como nada es para siempre, no quiero sufrir”. Los encuentros y desencuentros siguen a la orden del día. Es que, como decía otra vieja canción, “no se puede, no se puede, vivir del amor…”.

Primero hay que quererse a una/o misma/o. Hay tantas frases circulando alrededor de las “cosas del querer”. Una de ellas dice que para querer a otros primero debe una/o quererse a sí misma/o. Frase algo ambigua y confusa, porque no aclara algunos puntos. Por ejemplo, quererse sí, pero ¿cómo? Porque sobre el famoso “amor propio” hay mucha tela para cortar. Probablemente se refieran a las personas que necesitan confirmar que son queribles, que pueden ser queridas. Pero también sucede que hay personas que se quieren tanto a sí mismas que apenas pueden considerar a los otros como pares queribles. Lo suficientemente valiosas como para que ellas/os depositen sus reales miradas en algo fuera de ellas/os mismas/os. Reyes, reinas, príncipes y princesas abundan y se amontonan. “Quiero que me traten como una reina” o “yo soy el que manda acá”, son las frases que las/os identifican. Mucho cuidado, entonces, a la hora de elegir o de ser elegidas/os.

El amor y sus contrarios

Si es cierto que lo contrario de querer es no querer (la indiferencia), el odio se parece mucho al amor aunque lleve el signo contrario. Prueba de ello es que quien odia tiene tan presente al otro que no le es indiferente. Y su contrario, hacerse odiar es un modo de estar siempre presente en el otro, de no ser olvidada/o. Es el “rencor tengo miedo de que seas amor” del tango Rencor.

La indiferencia (finalmente el desamor), por su parte, es ciertamente lo más temido por los humanos amantes. Porque la indiferencia es falta de diferencia, es cuando “da lo mismo que cualquier otra/o”: nada tan importante como para que genere diferencias. Y eso duele en el peor de los lugares, en el amor propio (“órgano” ciertamente muy sensible). El miedo al abandono, uno de los miedos más temidos, es la más cruda imagen de la indiferencia. Cómo no recurrir entonces a “las cosas del odiar”.

Yo me amo

¿Por qué duele tanto el amor propio? El rechazo y la indiferencia son sus principales enemigos. Y le ganan siempre. El miedo al rechazo es una luz roja en este sentido. Fíjese cuán importante será el amor propio que muchas personas para sentirse inteligentes se rodean de tontos. Y otras, para sentirse valiosas desvalorizan a los demás. Y ni hablemos de las personas “orgullosas”, las que contentas de ser como son nunca reconocen delante de otros que se equivocan. Como si esto significara perder valor (valía, no valentía).

En síntesis, las imágenes de las “cosas del querer” están para graficar, para darle una forma visible y comprensible a la necesidad básica de ser querida/o. Y también para explicar la a veces inexplicable cotidianidad del querer.

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