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El problema argentino y el orden moral

Por: Carlos Duclos

¿De qué proviene en realidad el problema argentino? Escuchaba hace unas mañanas atrás al periodista Carlos Fechenbach hacerle esta pregunta a un productor rural en el programa que conduce junto con Verónica Maslup por la radio FM Antena 5 (88.1 del dial). El entrevistado enfocó el problema del campo y de la economía nacional en un punto técnico.

No pude con mi genio y me dispuse a lanzar mi opinión al aire. Deseo abundar en la cuestión y aprovecho para ello esta columna. Con frecuencia escuché decir a dirigentes políticos que el problema argentino no es de índole económica, sino política. Tienen razón, sólo que ello por sí mismo no alcanza a explicar la cuestión, porque la palabra política se bastardeó tanto que la cuestión semántica, el sentido extenso de la palabra fue fulminado.

Digamos que política es, en el carácter lato del término, el desarrollo de todas aquellas acciones del líder tendientes a satisfacer las necesidades del ser humano conducido, de manera de colocarlo en un estado de vida en donde la constante sea la paz interior y, en consecuencia, la paz social. Desde luego, y como queda visto, esto que es perfectamente posible, es vergonzosamente imposible en una sociedad como la nuestra, en donde la política no es lo que debiera pues los políticos se han convertido en verdugos que la corroen, socavan y debilitan a cada instante. Es decir, en todo orden lógico la política es una virtud y el político un virtuoso. Es cierto que este contexto es prácticamente inexistente en el mundo, porque aun en las sociedades más serias la virtud en el político no es lo abundante, pero no es menos cierto que en la República Argentina una gran parte del poder político, una porción importante de esa estructura, es no ya lo menos malo, sino lo degradado y echado a perder. De virtudes ni pizca. Que lo digan, si no, las crónicas periodísticas diarias.

Reiteremos, pues, la pregunta: ¿De qué proviene el problema argentino? No caben dudas, al menos para mí: de la indiferencia, de la ignorancia del orden moral y ético. No puede haber, no hay ni habrá jamás corriente de pensamiento político o escuela económica que atine a dar en el clavo, que brinde soluciones a un pueblo históricamente humillado, salvo ciclos cortos de bonanza, porque el problema argentino es de orden moral. No hay corrientes progresistas ni conservadoras que puedan sacar del túnel sombrío en que se encuentra el ciudadano argentino si antes no hay un acogimiento, una decisión por respetar principios morales y conductas éticas que hoy han sido amordazadas, maniatadas y enclaustradas en el fondo de la torre oscura del desenfado, el inescrúpulo y la impunidad.

Por buena que sea cualquier corriente ideológica o pensamiento político, será infructuoso si quienes tienen a su cargo el aplicarlo están contaminados, por ejemplo, con la mezquindad, el vil interés, la corruptela de utilizar la política para satisfacer las propias necesidades y no las de la sociedad. Pero la verdad es que no sólo hay responsables públicos, porque es un error suponer que la política es una cuestión del gobernante. De ningún modo. Si bien es cierto que tiene éste gran cuota de responsabilidad, también es verdad que el dirigente privado ayuda de manera importante a generar políticas para la paz o el disloque social. Vana será la mejor escuela filosófica, el adecuado perfil económico si el empresario o productor, por ejemplo, antepone la avaricia al principio de solidaridad aplicada al bien común. ¿Cuál es la causa del problema argentino? La indiferencia ante el orden moral.

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