Domingo 4 de noviembre. Mauro Vigliano pitaba el final de un pobre empate 1-1 entre Central y Ferro. Y el Gigante, en ese momento, estallaba de la bronca. El Canalla volvía a jugar mal, llegaba al quinto partido sin triunfos y el hincha auriazul reprobó a todos. Ni Miguel Ángel Russo se salvó aquella vez de los silbidos. La paciencia del simpatizante auriazul llegaba a su límite. El equipo no mostraba nada en el campo de juego. Sin ideas, sin carácter, sin alma. Pero el entrenador, en la conferencia de prensa, repetía que había que seguir trabajando. Solamente él contaba con la fe necesaria para dar vuelta el pobre arranque, que en ese momento lo dejaba al equipo a cuatro puntos del último y muy lejos de los puestos de ascenso.
Lunes 4 de diciembre. Juan Pablo Pompei señalaba el final de la gran victoria de Central 2-0 sobre Gimnasia y Esgrima La Plata. Y Arroyito era toda una fiesta. El Canalla una vez más demostraba que estaba vivo, conseguía la quinta victoria al hilo y llegaba a los puestos de ascenso compartiendo el tercer lugar con el Lobo jujeño a cuatro unidades del líder Olimpo y a dos de Banfield, el escolta. El Hincha se rompía las manos despidiendo a un equipo que un mes dio un vuelco fundamental. Un conjunto que supo cambiar a tiempo, que demostró solidez defensiva (lleva más de 500 minutos sin recibir goles) y que principalmente aprobó la materia de cómo jugar en la categoría.
En la conferencia de prensa post partido ante el Lobo platense, Russo destacó que aún falta mucho camino por recorrer y resaltó la predisposición de sus dirigidos en esta racha positiva de triunfos.
El técnico, en esos treinta días, encontró el once ideal, apostó por los juveniles y entendió que si no daba una vuelta de timón, el prestigio que supo ganarse con los hinchas iba a tener fecha de vencimiento.
Ahora le resta un partido, el lunes en el Gigante ante Instituto, para ratificar esta levantada, igualar la campaña de Pizzi a esta altura del torneo y mantenerse en los puestos de ascenso.