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Niemeyer y la necesidad del Puerto de la Música

Por Agustín Aranda.- Una semblanza sobre el arquitecto recién fallecido a través de la mirada del rosarino Daniel Pagano.

Cuando se habla de Oscar Niemeyer y de su obra, muchos lo hacen desde lejos. Sólo unos pocos privilegiados lo conocieron. El arquitecto rosarino Daniel Pagano es uno de ellos. Es que en un viejo colectivo encaró hace cuatro años el llamado “Proyecto Brasilia”, donde siete jóvenes profesionales viajaron por América y llegaron a entrevistarse con Niemeyer.

En dialogó con El Ciudadano brindó su mirada especializada sobre la cosmovisión y aporte de Niemeyer.

—Formó parte de proyecto Brasilia en 2008 y tuvo la oportunidad de entrevistarte con él. ¿Cómo fue el encuentro y cuáles fueron los preceptos más importantes que obtuvieron como arquitectos?

—El viaje rondó su figura desde el principio hasta el fin. A medida que nos acercábamos a Brasilia las referencias se sucedían: Curitiba, San Pablo y hasta en pueblos escondidos que tomaban líneas de su trabajo. Creo que su ejemplo fue lo más valioso. Durante la construcción de Brasilia, que pasaría a ser capital del país, trabajaba a la par de los obreros y cobraba lo mismo. Nunca recibió honorarios por cada una de sus construcciones. La búsqueda ideológica era distinta.

—Sin embargo, la ciudad fue resistida por la crítica ¿Por qué?

—Nace vieja. Si bien tenía una estética moderna, en términos urbanísticos era antigua: planteaba una circulación en automóvil, la zonificación comercial, como ejemplos de una forma cartesiana. La crítica la mató. Pasaron varios años y una nueva generación nació en Brasilia. La ciudad empieza cuando es humana. El mismo Niemeyer nos dijo que no estaba convencido de cómo la había planificado. Y sintió que el capitalismo había terminado de asesinarla. Pensemos que se instaló en el centro del país en pleno desierto.

—Como Las Vegas.

—Persiguen distintos fines. No es comparable desde el punto de vista social. Por ejemplo, la parte habitacional de Brasilia era de edificios bajos sin torres gigantes ni opulentos rascacielos, como en el caso del mundo árabe. Lucía Costa decía sobre esta escala humana: “Lo que se busca es un edificio familiar. Donde la madre pueda gritarle al niño que está jugando en la calle que es hora de comer”. Eran viviendas de clase trabajadora en la que se apelaba a la comunicación entre vecinos, por eso su forma de tiras y viviendas compartidas. Más allá de la crítica hay que mirar a Brasilia no por sus resultados sino por su utopía.

—En términos académicos, ¿dónde se enmarca Niemeyer? ¿Cuáles son las principales contribuciones teóricas al mundo?

—El abrió el juego al movimiento moderno europeo con la concepción de la curva libre y sensual. Toma a un profesional como Le Corbusier y la línea pura recta con espacios bien acotados y sin decoración. Significó la ruptura con el clasicismo y al estar en la postguerra no había plata para algo barroco. Él evoluciona desde la poética del espacio y las entradas de luz que coinciden con la última etapa de Le Corbusier.

—¿Qué queda del legado de Niemeyer?

—Nos dimos cuenta que la mirada fue reinterpretada por casi todos los arquitectos de Brasil. Aún con sus características propias, el germen estaba. Pero queda en Brasil, no se puede hablar de identidad Latinoamericana. Sí podemos relacionar la arquitectura uruguaya, argentina y paraguaya. Por fuera de Brasil, y sin contar lo realizado en Europa (entre los más destacados el edificio del Partido Comunista de Francia y el edificio de la Organización de Naciones Unidas), hay sólo una obra de Niemeyer en América ubicada en Paraguay, durante su exilio.

—De allí el valor que tendría el Puerto de la Música, como obra única en América…

—Por supuesto. Además hay que pensar en lo que significaría contar con una sala musical para 2.500 personas con la versatilidad para alojar 20 mil personas. Se revitalizaría la zona del puerto, entre otros beneficios.

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