Miles de oficialistas egipcios juraron ayer venganza en los funerales de dos personas muertas en choques con opositores, que por su parte volvieron a marchar en multitud al palacio presidencial para mantener su presión luego de que el mandatario Mohamed Mursi rechazara sus exigencias.
Con la creciente crisis política ya en su tercera semana, el malestar aumenta en las calles, sobre todo después de que ambos bandos libraran una verdadera batalla campal el miércoles pasado frente al palacio presidencial que dejó seis muertos y casi 700 heridos. Cada una de las partes presenta el conflicto como una pelea a muerte por el futuro de Egipto.
La oposición acusa a Mursi, a su movimiento Hermandad Musulmana y a otros aliados también islamistas pero más conservadores –los salafistas– de un giro autoritario para imponer su agenda al país y monopolizar el poder, comparándolo con su autocrático antecesor, Hosni Mubarak, derrocado en una revuelta popular el año pasado.
La Hermandad Musulmana y los salafistas dicen que los opositores quieren recurrir a la protesta callejera y a la violencia para derribar a un gobierno legítimo que llegó al poder gracias a ganar limpiamente las elecciones legislativas del año pasado y las presidenciales de este año.
La división entre partidarios y detractores de Mursi creció aún más cuando dio un airado discurso por TV en el que denunció a sus oponentes y rechazó sus llamados a revocar un decreto por el que amplió sus poderes y a cajonear una nueva Constitución.