* En la biodiversidad, observamos la sabiduría de la naturaleza o de la revelación de un plan mistérico. Esa biodiversidad natural nos eleva en lo cultural con el mismo nivel de representación. Como somos seres culturales y sociales, dependemos del símbolo, del lenguaje, de la denominación, de la construcción, para administrar aquello que vamos siendo.
La humanidad como especie es diversa. Culturalmente tenemos la posibilidad de administrar esa diversidad imprimiéndole un valor positivo o un valor negativo, difícilmente uno neutro. Una inferencia ya implica un juicio; el relieve, el contraste, marca que uno le asigne una valoración. La neutralidad sería una posición valorativa poco probable, porque nosotros estamos precondicionados, nacemos en un sistema de referencia, donde vamos aprendiendo la administración de los contrastes.
Me coloco en alguna posición valorativa subjetiva para juzgar la biodiversidad cultural. Entonces, ¿cómo podemos hacer para que esta biodiversidad natural se refleje en la concepción de biodiversidad cultural, como manifestación positiva que enriquece al conjunto?
Creo que en la condición cultural actual es poco probable que el modelo sea integrador de la biodiversidad. A lo largo de la historia de la humanidad, supimos no administrar la diversidad que la naturaleza nos brindó como especie humana, ni desarrollar un sistema de referencia cultural, que integre esa biodiversidad en ecosistemas humanos de naciones, de pueblos.
Apuesto a la espiritualidad como dimensión de restitución de las categorías culturales que no integran la biodiversidad humana; es ineludible abrir la mente para articular otra dimensión y volver a lo natural.
[…]Considero la espiritualidad como la síntesis de los planos cultural y natural. Los seres humanos por naturaleza, todos en potencia, somos seres espirituales. Esto no tiene ninguna vinculación con la asignación cultural de la categoría de definición de lo espiritual: por religión, por arte, por sensibilidad.
[…] La concepción espiritual implica el reconocimiento inicial de que todos somos una potencia espiritual, que nos revela al ser humano. En el plano cultural, cada uno le pondrá su formato: “La espiritualidad es mi religión” o “soy un agnóstico pero creo en una energía superior”, o “para mí, se relaciona el arte”, “está en la naturaleza”, o “está en la meditación”. […].
No somos sólo mamíferos, no estamos en este mundo para sobrevivir, sino que estamos siendo interpelados por el sentido de nuestra existencia, y estamos sujetos a la angustia existencial de ser conscientes de nuestra finitud.
[…] Los seres humanos necesitamos, para sostenernos en la experiencia y en la existencia humana, darle un orden racional a aquel fenómeno encriptado en un misterio indescifrable. Creo que lo espiritual necesita una capacidad y una posibilidad de estar inmerso en las coordenadas existenciales, pero transitar la experiencia de vida y pensar en la trascendencia es de otro orden. Proviene de hacer lo que deseamos, de ser seres conscientes. La conciencia, la cual asignaría la libertad, la responsabilidad, la creatividad, el libre albedrío, esta idea que nosotros estamos en la escala más alta de la evolución del mundo, en términos de resolver problemas, no necesariamente se cumple.
Al ser seres conscientes, corrido el velo y deteniéndonos en la conciencia, no podemos dejar de interactuar. A veces, la cultura produce artefactos para anestesiar y demorar los niveles de expansión de la conciencia, para que consumamos el enlatado cultural que simplifique el mundo y descienda los niveles de angustia social.
Podemos elegir tomarlo o dejarlo. Una vez que lo aceptamos, determinadas cuestiones solicitan espacio y tiempo; las conciencias expandidas abren oportunidades de ese universo, sirven para responder la angustia por la experiencia vital, pero ponen mucha más responsabilidad en el actor protagónico.
Decíamos que lo espiritual tiene una base natural y está conectado con lo cultural, ahí se forma un puente. Lo espiritual conecta, tiene una parte dentro de la naturaleza de lo humano, y nos pone en el plano de la biodiversidad del mundo de lo creado. Nosotros tenemos esa expresión consciente, que nos permite separarnos o integrarnos a ese conjunto de biodiversidad natural.
Esa potencia espiritual, natural e inherente a la categoría de lo humano, si se desarrolla y expande, logra la unidad de la totalidad en la conciencia, aun siendo siempre una parte. A la unidad totalizadora no se llega nunca, porque ninguna parte puede ser el todo, pero una parte puede tener conciencia de la totalidad y puede percibir que, más allá de sí misma, hay una unidad que se integra en una totalidad, que puede ser representada o nombrada, pero nunca tomada o poseída.
(*) Fragmentos del libro “Celebrar la diferencia. Unidad en la diversidad”, del rabino Sergio Bergman
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