Alicia Caballero Galindo
Si vamos a hablar del respeto, debemos empezar por tratar de explicar ¡qué es! De acuerdo con la Real Academia Española, el significado literal del vocablo procede del latín; respectus que significa atención, consideración. Veneración, acatamiento que se hace a alguien. Miramiento, consideración, deferencia. Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía. Si lo vemos desde la perspectiva de la ética y la moral, es el reconocimiento de algo o de alguien que tiene valor y el valor es el equilibrio, el justo medio, ya que la gama de pensamientos del ser humano es tan amplia que va desde el mal hasta el bien, la ignorancia y la cultura, la ambición y el conformismo, el liberalismo y el fanatismo, ubicándose a los seres humanos en distintos puntos de esta escala de conceptos y “todos son respetables” gracias al derecho que nos asiste de ser, pensar y actuar, de acuerdo con los dictados de la conciencia, la cultura, y los sentimientos de cada uno, entendiendo que los extremos rompen el equilibrio y se cae en el fanatismo que es hermanito gemelo de la ignorancia. Hablar de respeto, es entender y aceptar la diversidad que existe entre pensamientos y comportamientos de los seres humanos y no por ello habrá de tipificarse como “malo” o “bueno;” aunque, desde luego, existen normas morales de carácter universal que no deben de ser transgredidas.
No se le da en las instituciones educativas la importancia debida a la formación ética de los individuos, dejando esta tarea totalmente en manos de los padres de familia. Hay que recordar que tanto maestros como padres, tienen la “obligación moral” de hacer la parte que le corresponde en el ámbito en que se desenvuelven; los padres en el hogar y los maestros en las escuelas. El resultado del poco aprecio al aspecto cívico ha acarreado una serie de vicios en las relaciones de los adultos con los niños y jóvenes, al grado que esa línea de respeto que debe existir en forma natural, se ha roto en aras del modernismo. Es común ver actos irreverentes de niños y adolescentes hacia los adultos y la primera intención de los mayores, es decir “que la juventud está perdida ahora” pero… ¿quién o quiénes están formando a estas generaciones? No podemos perder de vista que un niño o joven, es el fiel reflejo de su hogar y de su escuela. La conducta de los menores se moldea en la familia primeramente y después en la escuela. La experiencia que me da ejercer la noble y hermosa tarea de ser maestra, me ha permitido aprender que un niño es un reflejo fiel de su casa y un grupo la imagen de su maestro. Un maestro apático tendrá alumnos que asuman tal postura y el mismo grupo en manos de un maestro activo, asumirá una actitud distinta; es increíble la influencia que podemos ejercer en las generaciones en formación y debemos tener conciencia de ello. ¡No existen malos alumnos! Su actitud depende de la dirección de los adultos.
Los valores éticos y morales, se enseñan más que con las palabras, con las acciones; si los niños escuchan a los adultos emplear palabras lascivas tácitamente los están invitando a que imiten tal comportamiento; ellos no entienden porqué los mayores pueden usarlas y ellos no. Los alumnos deben ser encaminados con respeto a su personalidad y necesidades; no podemos exigir a los menores lo que no somos capaces de dar. Respetar para ser respetados, entender para hacerse entender, compartir para buscar canales francos de comunicación. Por desgracia, en la actualidad se va de un extremo a otro; es común que los maestros “tengan miedo” de reprimir a los alumnos por temor a que éstos se quejen y culpan a las políticas de Derechos Humanos de ello. La verdad es que un buen educador es aquel que tiene la habilidad de manejar inteligentemente a sus alumnos a base de conocimientos y razones; es sabido de todos que, dentro de las relaciones humanas, la violencia para dirimir desacuerdos comienza donde termina la inteligencia, una persona que razona con claridad no necesita recurrir a la violencia física o verbal para solucionar problemas. La base de cualquier estrategia de comunicación es el respeto a la inteligencia y el razonamiento. Tanto padres como maestros, habrán de desplegar todas sus habilidades para hacerse entender por los jóvenes y en esa relación debe prevalecer el respeto mutuo y la comunicación ¡No la imposición irracional!
No podemos quejarnos de las generaciones nuevas porque son hechura de nosotros, ellos aprenden lo que ven. De acuerdo a la psicología infantil, los primeros cuatro años de vida de un niño son determinantes para la formación de su carácter y la estabilidad de sus emociones; ¿analicemos qué ven los niños de hoy durante sus primeros cuatro años? Si los padres trabajan son atendidos por terceras personas; cuando éstas cuentan con preparación para ello, ¡qué bueno! pero cuando no es así… lo más sencillo, es prenderles la televisión mientras se realiza el trabajo doméstico y ¿qué programas ven? No todas las caricaturas son aptas para niños porque tienen un alto contenido de violencia física y oral; se escuchan palabras como ¡imbécil!, ¡estúpido!, ¡tarado!, ¡tonto! Como parte normal del vocabulario. Podríamos seguir agregando otros de mayor tono. Lo primero que los niños hacen es aplicar lo que escuchan en el momento preciso y no entienden por qué los regañan al emplearlas, ya que los adultos son quienes les ponen las caricaturas o dibujos desde ahí empiezan los conflictos de valores y respeto hacia los mayores. También van adoptando palabras y actitudes generada por los adultos y después se les pide tener una conducta distinta. ¡No podemos pedir lo que no somos capaces de dar!
En sí, el problema de irreverencia y falta de respeto de los jóvenes y niños, se genera con la actitud de los adultos; los niños y jóvenes son fiel reflejo de la actitud de los adultos y cera blanda que se puede moldear. Es tiempo de reflexionar, poner soluciones y corregir lo que nuestras generaciones y sus devenires han provocado. Viene a mi memoria un verso de las Redondillas de la inmortal Sor Juana: “Parecer quiere el denuedo/de vuestro parecer loco,/al niño que pone el coco/y luego le tiene miedo. . .”.