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El Flaco Chamot: la Biblia y el jugador

Por Pablo Soria. Artífice de una carrera intachable a fuerza de fe y capacidad de superación. Antes de ser futbolista exitoso y reconocido, estudió en escuela nocturna y fue albañil.

chamot

Cualquier búsqueda de Google puede citar referencias y estadísticas de la intachable trayectoria futbolística de José Antonio Chamot. Diecisiete años de carrera en el máximo nivel; catorce de ellos en el fútbol más competitivo del planeta. Tres Mundiales: Estados Unidos 94, Francia 98 y Corea-Japón 2002. Algo más de cuarenta partidos en la Selección Argentina. Siete clubes: Central, Pisa, Foggia, Lazio y Milan de Italia, Atlético de Madrid y Leganés de España. Cuatro galardones: dos Copa Italia, Champions League 2002/03 y medalla de plata con el representativo nacional en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96.

Lo que no aparece por ningún rincón cibernético, a pesar de las herramientas que ofrece la tecnología, es la historia de vida narrada por el propio protagonista en cuestión. De aquel introvertido pibe entrerriano que sufrió el desarraigo de tener que irse de Concepción del Uruguay para radicarse en San Lorenzo por razones familiares. Que fundamentó cada acción en el esfuerzo personal, el respaldo familiar y “la relación con Dios”, tal como le gusta aclarar. Y que antes de convertirse en futbolista reconocido y de conducta ejemplar, fue alumno de escuela técnica, albañil, revestidor de interiores y changarín. Lo cuenta el Flaco Chamot, en mano a mano con El Hincha.

—¿Cómo llegó la familia Chamot a vivir a San Lorenzo?

—En mi pueblo nos criamos con tíos, primos y abuelos. Habíamos hecho casitas para todos y vivíamos como en la vecindad del Chavo. Por cuestiones laborales, mi viejo probaba experiencia en otras ciudades. Estuvo por San Nicolás, Buenos Aires y Puerto San Martín. Trabajaba unos meses y después volvía para Concepción del Uruguay. Hasta que le propusieron traslado o indemnización. Y en tiempos en donde no estábamos bien en lo económico, se decidió la mudanza a San Lorenzo. En principio alquilamos una casita que apenas tenía un comedor, una habitación y un baño. Ahí vivíamos mis padres, mis cuatro hermanos y yo.

—¿A vos te tocaba trabajar y estudiar?

—En esa época los hermanos trabajábamos en albañilería. Mi viejo trabajaba en Cargill hasta las dos de la tarde y después hacía changas de albañil. Y con mis hermanos Daniel y Omar lo ayudábamos. Y de noche cursaba el secundario en la escuela industrial Combate de San Lorenzo. Allí hice desde segundo a quinto año. Me faltaron dos más para finalizar. Me costó adaptarme al cambio de ciudad, hasta que entendí que el cambio estaba hecho. Y después empecé a trabajar con un vecino que hacía revestimientos y otros oficios.

—¿Cómo llegás a Central?

—Después del Mundial 86, un técnico que había tenido en infantiles en Concepción del Uruguay me convenció de ir a probarme a un equipo de Rosario. Yo tenía la cabeza en otra cosa. Quería meterme de lleno en el estudio y recibirme para trabajar como tornero o electricista. Hasta que me animé a hacer una prueba en Central, cuando apenas cumplí 16 años. Ernesto Díaz fue mi primer técnico en cuarta división. De chico jugaba de cinco. Pero como a Central llegué en plena competencia, me utilizaban para cubrir otros puestos. Hasta que un día me pusieron como lateral izquierdo. Me las rebusqué y me dejaron en ese sector. El día que me dijeron que había quedado fue una alegría muy linda. Llegué a casa y lo compartí con mis padres. No sé si nos dimos cuenta de la magnitud de las cosas, ni lo que podía suceder. Mi objetivo era quedarme en el club. Mis ganas estaban puestas en llegar a primera, aunque sabía que era muy difícil.

—¿Siempre fuiste un tipo aplicado en lo que hacés?

—Sí, siempre lo fui para el fútbol y siempre me gustó entrenar. Y eso también me jugó en contra en el final de mi carrera. Muchas veces me pasé de entrenamiento. Practicaba en Central y después volvía a hacerlo en mi casa. Salía a correr por San Lorenzo. Buscaba esa diferencia para salir del montón. El después también es muy importante. Por ejemplo, llegaba de entrenar y me ponía a hacer soga para enriquecer otras aptitudes. Y en dos años llegué a debutar en primera división. En el 89, contra Argentinos en el Gigante. Se habían lesionado (Julio) Pedernera y (José) Di Leo. Justo apareció el lugar y encajé dentro del plan de Don Ángel Zof.

—¿Cómo hiciste para mantener el perfil bajo en medio de tanto éxito, fama y millones?

—Nunca fui un tipo de hacer alarde. No creo que las personas que estén enfrente mío, puedan comprender todo lo que me ha tocado vivir en el fútbol. Detrás hubo muchas cosas que nadie vio: el sacrificio, el desánimo, el dolor, la fortaleza. . Mi debut en Central fue auspicioso, pero en el segundo partido fui un desastre. Jugamos en Córdoba y terminamos 5-5 contra Talleres. Cometí tres penales y me cobraron dos. El árbitro me tuvo piedad. Llegué a mi casa destruido, pensando que no iba a jugar más. Mi papá me dijo: ¡cómo vas a hacer tres penales! El periodismo decía “Chamot no puede jugar en primera”. Si yo no hubiese sido fuerte, mi carrera se terminaba ahí. Pero yo tenía las cosas en claro. Lo que significaba el sacrificio y la disciplina. No todo es talento. He visto muchos talentosos quedarse en el camino. . En mi caso, esposa e hijos. Mi mujer Mariela fue una columna muy importante de mi carrera. Tal vez sin ella me hubiera vuelto antes de Europa. Y me la llevé a Italia cuando yo tenía 21 y ella apenas 18 años. La supe escuchar, cuidar y valorar. Hemos vivido cosas buenas y malas. Y así hemos llegado adonde llegamos.

—¿Tu relación con Dios surgió por necesidad o agradecimiento?

—Dios es como el aire que respiro. Lo entendí de niño. No sólo en el fútbol. Cuando estábamos por irnos de Concepción del Uruguay, recuerdo haber estado angustiado porque apenas tenía 15 años y tenía que dejar muchos afectos. Entonces salí al patio de la casa de mi abuela y le prometí a Dios que iba a hablar todas las noches con Él. Y desde ese día empecé. Cuando llegamos a San Lorenzo teníamos una casita chica. Y yo le pedí a Dios por una casa para mis padres. . Así empecé a fundar todas las cosas en Dios. También en el fútbol. Dios no es una religión, sino un vínculo diario. Cambié religiosidad por relación. Y encontré la felicidad perfecta. Nunca van a desaparecer los problemas. Pero sí van a aparecer las soluciones.

“Almeyda tuvo poco respaldo”

El Flaco Chamot formó parte del cuerpo técnico de Matías Almeyda que devolvió a River a la Primera División, en el recordado campeonato de la B Nacional de la temporada 2011/12. Una experiencia que redundó en el objetivo alcanzado pero que resultó poco y nada apacible, entre las exigencias del propio club de Núñez y las constantes críticas del periodismo nacional. A tal extremo que, aún habiendo realizado una campaña aceptable en el Torneo Inicial 2012, al grupo de trabajo de Almeyda lo forzaron a dejar la conducción del plantel cuando ya asomaba la imagen de Ramón Díaz.

“Pedimos jugadores. Teníamos un plantel a la altura de lo que significa River. Pero necesitábamos reforzarnos en ciertos sectores para enriquecer el ciclo. Y las incorporaciones recién llegaron sobre el cierre de la pretemporada. Tuvimos que apelar a la cintura para armar un equipo competitivo sin tantos refuerzos. Ahora pasó que Ramón Díaz pidió tal o cual jugador y se lo trajeron. Después del ascenso que logramos y del trabajo que hicimos, creo que Almeyda debería haber tenido mayor respaldo”, enfatizó Chamot en dirección a la dirigencia millonaria que encabeza Daniel Passarella.

“Todos dicen que se necesita experiencia para jugar o dirigir en la B Nacional. La presencia de Almeyda se transformó en un punto de discusión y muchas veces hasta de envidia. A la par competimos con equipos como Central, Quilmes e Instituto, que no aflojaron la marcha durante todo el campeonato. ¿Fue fácil mantenerse en la punta? No, fue un desafío constante. Y los méritos nunca fueron nuestros. Siempre se dijo que el equipo jugaba mal. Sin embargo, dentro del grupo teníamos las cosas en claro”.

“Mi corazón, en Central”

Sensaciones encontradas vivió José Antonio Chamot en aquel torneo de la B Nacional, que consagró campeón a River y que dejó a Central con las manos vacías en un final con caída libre, que incluyó la pérdida de la Promoción en San Juan.

“Al paso por River lo tomé como un trabajo. Mi corazón siempre estuvo y va a estar en Central. Mi deseo era que ascendiéramos los dos. A nosotros para que no nos maten (risas) y a Central porque queremos verlo donde tiene que estar. Es duro verlo en el fútbol de ascenso. Pero noto que viene haciendo las cosas bien en el actual campeonato y hay que darle el tiempo necesario”, señaló Chamot.

Y en ese sentido, el Flaco ansía volver a trabajar en Central. “Obvio que algún día quiero regresar. Pero ahora hay un entrenador trabajando y (Miguel) Russo viene demostrando capacidad para estar a la altura de las exigencias. Mi deseo es tener un lugarcito en Central como técnico. Se dará en el tiempo que tenga que ser”, consideró.

Entre las sensaciones que más lo movilizaron en su carrera, Chamot eligió dos que tuvieron connotaciones especiales: aquellas del debut en Central y en la Selección Argentina. “Yo me quedo con las primeras. Haber debutado en cancha de Central, con el aliento de nuestra hinchada. Volaba en la cancha. Mi primer partido de local con la selección fue en cancha de River, en el desempate contra Australia para ingresar al Mundial 94. Estábamos cantando el Himno y yo no lo podía creer. Al lado mío tenía a grandes jugadores como Maradona, Ruggeri, Redondo… Cuatro años atrás estaba viviendo en San Lorenzo. Sensaciones increíbles aquellas que se sienten por primera vez”, confió.

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