La palabra cáncer es una de las peores catalogadas del mundo, y si además se trata de cáncer infantil, la angustia y desesperación afloran de cualquier ser humano, junto a la pregunta “¿por qué?”. Sin embargo, en el Día Nacional de la Lucha contra el Cáncer Infantil, los testimonios de Juan, de 3 años, Ana Paula, de 11, y Florencia, de 19, le dan un revés al temor y demuestran que tras el cáncer hay vida.
En el país, el 60 por ciento de los chiquitos se cura y la mayoría de ellos no vuelve a tener noticias de este mal en el resto de su vida. De todas maneras, el diagnóstico temprano y un tratamiento médico junto a la contención familiar son esenciales para su recuperación.
En el Hospital Provincial de Rosario el equipo de trabajo de la pediatra hematóloga y oncóloga infantil Sandra Zirone sobrepasa los límites médicos y humaniza cada acción por la recuperación de los chicos y la fortaleza de sus padres.
Zirone recibió a El Ciudadano y remarcó que cada efector de salud del país “trabaja con el cáncer en base a un protocolo internacional. Hay reglas, métodos y tratamientos que así como se realizan en cualquier otro país, tienen lugar en Argentina y en Rosario”. Sin embargo, lamentó que en algunas localidades “aún hay un largo tiempo de espera entre el control pediátrico y la derivación a un especialista. Por una cuestión humana, y de un ‘no sé qué’ que tienen las madres, acuden rápidamente al médico para consultar por una anomalía que ven en su hijo o hija. Pero es el pediatra el que debe realizar todo tipo de estudios hasta desterrar dudas, porque a veces se subestima un dolor y se pierde tiempo para su tratamiento en el momento adecuado”.
Moretones repentinos
El caso de Juan puede conmover por lo chiquito que era cuando le diagnosticaron leucemia. Tenía un año y medio y su madre se alarmó al ver que el cuerpito mostraba moretones y “chichones” sin motivo alguno. “Empecé a ver que le salían moretones, era chiquito y cualquiera puede pensar que se debían a un golpe o algo así, pero lo fui controlando y salían de la nada. Después le descubrí unos chichones en la cabeza y sentí que estaba pasando algo raro”, comentó Mabel.
Esta vecina de barrio Ludueña agregó también que el médico le advirtió que en los últimos años habían crecido los casos de chicos con este mal en la zona, lo cual podía deberse a una contaminación ambiental de algún tipo. Lo cierto es que tras una punción en el pecho que le realizaron al poco tiempo de la primera consulta médica, la mitad del diagnóstico ya estaba listo: Juan, el menor de cuatro hermanos, tenía leucemia y le esperaban unos largos ocho meses de tratamiento.
“Escuchar que tu hijo tiene leucemia es lo peor que te puede pasar en la vida, todos quedamos paralizados con la noticias. Gracias a Dios, nunca registró mucho lo que le estaba pasando, y hoy está muy bien”, confió.
A crecer de golpe
El caso de Florencia tuvo como antesala la inacción médica en su Villa Constitución natal. A poco de haber cumplido los 15 años se vio invadida por un dolor en la rodilla derecha tan intenso que no la dejaba caminar, mucho menos dormir. Recibió la atención de un traumatólogo, que sólo atinó a revisarla superficialmente y le dio algunas pomadas para controlar el dolor. No hubo caso. Al notar meses después que no desaparecía, su madre la llevó al médico clínico que le recetó hacerse unas placas, donde apareció un quiste.
“Era un ostiosarcoma, un cáncer fácil de dispararse a todo el cuerpo”, comentó Gladys, la mamá.
Florencia pasó por 14 ciclos de quimioterapia además de transfusiones de sangre y la respectiva operación. La pesadilla duró un año. Por ese tiempo la joven no pudo asistir a clases ni tenía fuerzas para estudiar. “Decidí repetir de año, era la única manera de estudiar tranquila. Fue difícil no estar con mis amigos de siempre pero esa era mi historia. Lo primero era curarme y luego pensar en el resto” confió.
La joven aseguró que hoy “es un tema casi olvidado, fue un año muy duro, pero estuve junto a mis padres. Muchas veces el ánimo caía, estaba triste por lo que me pasaba y por el sufrimiento de mi familia, pero ante un caso así no existe opción: hay que salir de la mejor manera”.
La bailadora
Ana Paula llegó desde Las Rosas y demostró que cuando se quiere, se puede. Padeció el mismo cáncer que Florencia, pero con menos fortuna, dado que el tratamiento recibido no fue suficiente y la única salvación fue amputarle una pierna.
Ana Paula reconoció haberse sentido mal por saber que iba a perder una pierna, “pero sé que los médicos hicieron todo lo que pudieron. Estuve siempre junto a mis padres y mi hermanito, ellos me ayudaron mucho, hasta pusieron luces de colores en la sala para que yo pudiera bailar. Verlos tan fuertes no me dejaba sentirme triste”, expresó esa misma nena que sueña con ser abogada y tener su propio local “de cinco pisos de altura” de venta de ropa de mujer.