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Usan un gusano para develar el misterio de las enfermedades

Por Antonio Capriotti.- El doctor Diego de Mendoza habla sobre su investigación para entender las bases moleculares de ciertos males.

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“El 2012 fue mi año sabático. Recibí un premio que en Alemania se les otorga a investigadores científicos en reconocimiento a sus trayectorias. Además, una invitación del instituto Max Plank de genética y biología celular y molecular que está en la ciudad alemana de Dresden”, afirma el doctor Diego de Mendoza, que ha dirigido el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR) desde su creación. En 2011 dejó el cargo para continuar sus investigaciones en Alemania, donde recibió el premio de la Fundación Alexander von Humboldt a su trayectoria académica. En esta entrevista concedida a El Ciudadano, De Mendoza se explaya sobre su proyecto de investigación y vuelca algunas consideraciones sobre la relación maestro-discípulo.

—¿Cuál fue su proyecto de investigación?

—Mi idea era trabajar en un proyecto nuevo, en algo que no se hacía en Rosario y que me parecía que era un sistema muy interesante. El Instituto Max Plank tiene desarrollados grupos de investigación en un modelo que se estudia en un gusano, el Caenorhabditis elegans, que cuenta con entre el 75 y 85 por ciento de identidad con los genes humanos. O sea, una fisiología muy parecida a la de los humanos. Crece en condiciones muy elementales, ya que no requiere ningún tipo de precaución, ni esterilidad. Es un animal muy fácil de manejar y su estudio puede desarrollarse perfectamente en nuestros laboratorios. Ésa fue una de nuestras razones para elegirlo. La homología que tiene con el ser humano nos permite usarlo como modelo para estudiar enfermedades humanas.

—Eric Kandel hizo aportes al estudio del sistema nervioso a partir de un molusco llamado Aplysia, que tenía grandes puntos en común con el sistema nervioso humano. ¿Este trabajo estaría enmarcado en objetivos similares?

—A Eric Kandel le dieron el Premio Nobel por elegir ese molusco, con el que hizo contribuciones originales a la base molecular de la memoria. Con el Caenorhabditis elegans ya se otorgaron varios Premios Nobel. Algunos de ellos por haber elegido a este pequeño gusano de apenas un milímetro, al que hay que mirar con lupa. Fue elegido como modelo por Sydney Brenner, quien pensó que era ideal para extrapolarlo a algo humano. Otro Premio Nobel fue otorgado porque utilizando ese gusano pudieron seguir toda la línea celular, o sea, desde que el animal pone un huevo pudieron observar cómo esas células van dando lugar a los diferentes tejidos; es decir, es el único animal en el que se sabe cuáles son las células que dan origen a los diferentes tejidos. Otro Premio Nobel lo recibió Craig Melo, junto con dos científicos, ya que al estudiarlo hizo un aporte único, un descubrimiento seminal: lo que se llama ARN de interferencia, donde por una técnica muy simple se puede bloquear la expresión de genes en animales, y eso tiene potencialidades espectaculares para el entendimiento de las bases moleculares de varias enfermedades, entre ellas el cáncer.

—¿Cuál fue su hipótesis de trabajo?

—En principio, no tenía una idea clara. Sí sabía que quería volver a trabajar con mis manos. Hacía diez años que no ponía manos en ningún experimento. Quería empezar a entender al gusano, aprenderlo a mirar, verlo crecer, conocer su ciclo de vida. Lo que lo convierte en un fenómeno interesante es que su ciclo de vida, desde que nace hasta que es adulto, es de sólo tres días. En tres días uno puede hacer un experimento. Luego, el gusano adulto muere a las tres semanas cuando completa su ciclo de vida. Lo que pude observar es que mientras está creciendo si observa que hay poco alimento porque son muchos en la colonia o porque la temperatura es elevada, entra en un estado larval que lo mantiene latente y en ese caso sobrevive seis meses. Esto me permite hacer conjeturas sobre un tema siempre crucial para el ser humano: la longevidad. Sobre todo si podemos llegar a comprender cuáles son las razones por las cuales mantiene la vida muy por encima de su ciclo natural.

—¿Una razón sería el ahorro de energía?

—Exactamente, el secreto del gusano es que cuando entra en estadio larval, que es muy divertido y se lo diferencia muy bien, y que en alemán se llama “dauer”, que quiere decir “forma endurecida”, el gusano cierra la boca, o sea, en realidad se rodea de una cutícula muy dura que no le permite ingerir alimento, y empieza a consumir lentamente las grasas, detiene su metabolismo y puede vivir seis meses. Esto significa que uno de los secreto de la longevidad es comer poca comida. Eso está probado. Yo elegí hacer ese tipo de estudio de longevidad.

—¿Cuál es el estado de progreso del estudio?

—Está en progreso y tiene que ser terminado. El año pasado, en Alemania, trabajé con chicos que eran 30 años menores que yo, que fueron los que me enseñaron a manejar al gusano. Fue una experiencia notable para mí. Con ellos encontramos unas moléculas que desencadenan señales y que son las encargadas de regular si el gusano entra en ahorro de energía o, por el contrario, si sigue gastando energía. La que le indica qué tiene que hacer, si reproducirse o si parar todo el metabolismo y sobrevivir durante seis meses.

—¿Cómo se toma esa decisión?

—Cuando ve que hay muchos gusanos y que va a escasear la comida, o cuando siente que la temperatura es alta, entonces el gusano toma la decisión y se hace una larva que dura seis meses en vez de reproducirse y vivir tres semanas.

—¿Cómo fue su relación con investigadores y científicos mucho más jóvenes que usted?

—Me sentí bien. Es muy interesante; cuando uno llega a un laboratorio tiene que ganarse la reputación. Sobre todo cuando no lo conocen. Es de otro país, y desarrolla otra especialidad. Yo siempre trabajé en bacteria, jamás trabajé en gusanos. Es iniciarse y uno tiene que ganarse el espacio en el laboratorio, por suerte a ese espacio me lo pude ganar hablando con los chicos, dándoles consejos que a veces eran consejos elementales pero que ellos apreciaban, y a medida que fue avanzando el tiempo que compartíamos pudimos tener discusiones larguísimas que, café de por medio, nos ocupaban dos o tres horas. Compartíamos y diseñábamos experimentos. Para mí fue volver a vivir lo que tiene que hacer el científico: experimentos.

—Los beneficios de volver a sentirse un investigador principiante siendo, en realidad, un investigador senior…

—Exactamente, yo se lo aconsejo a todos los que puedan hacerlo, fue una experiencia buena e inolvidable. Por ejemplo, cuando empecé a hacer los experimentos recordaba que al último lo había hecho hacía quince años, cuando no usaba anteojos. Fue realmente muy estimulante; además el jefe de laboratorio, cuando hicimos la despedida, dijo que estaba celoso de mí porque sus discípulos pasaban mucho tiempo conmigo. Con ellos teníamos reuniones extralaboratorio. Íbamos a tomar cerveza o a un restaurante cubano, en Dresden, o al teatro. Fue muy interesante, porque yo sentí que los mismos chicos que eran de Alemania, de Bulgaria, de Ucrania, de Turquía, realmente me apreciaban. Aprendí mucho y siento que ellos aprovecharon mis años de experiencia de investigador y en la gestión, tan importante para nosotros.

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