En la semana previa a la muerte de Hugo Chávez, Cristina de Kirchner conversó dos veces con Nicolás Maduro, a quien el bolivariano bendijo como su heredero político y que, para la presidenta, es una incógnita.
Volvió a hablar el martes minutos después del anuncio del fallecimiento. Cristina recibió la noticia en su despacho mientras estaba con Héctor Timerman. Luego ordenó suspender su acto en Casa Rosada y, tras consultar con Brasilia, canceló la cumbre con Dilma Rousseff. Y decretó tres días de duelo.
Desde la internación del comandante en Cuba, la mandataria vio una vez a Maduro y mantuvo varias charlas telefónicas. Fue parte de un proceso de reconocimiento mutuo porque, con Chávez en funciones, el vínculo fue exclusivo y excluyente entre los presidentes.
Obsesivo y detallista, Chávez atendía en persona –sin importar la hora ni la relevancia– todas y cada uno de los expedientes referidos a la Argentina. Esa característica, recuerdan en el gobierno, estaba potenciada por la relación “de afecto” que la unía a Cristina.
Menos en público que en privado, la presidenta habló de su amistad con el venezolano. El teléfono rojo entre Cristina y Chávez sacaba a cancilleres y embajadores del medio. Por esa razón, y por el tipo de vínculos formales pero distantes que, salvo excepciones, establece la presidenta, es reducida la empatía previa con Maduro.
Otra era la cercanía entre el sucesor bolivariano y Néstor Kirchner. El patagónico, como jefe de la Unasur, construyó una relación fluida y amable con el canciller venezolano durante un episodio: la negociación para reunir a Chávez y al colombiano Juan Manuel Santos.
En agosto de 2010, Kirchner tuvo una estadía intensa en Caracas y Bogotá. Se vio dos veces con el venezolano –la segunda se sumó Luiz Inácio Lula da Silva– y viajó a Colombia para encontrarse con Santos, recién electo en reemplazo de Álvaro Uribe.
En una hora difícil, fue el mensajero de una noticia saludable: Maduro asistiría a la asunción de Santos a pesar del clima hostil entre los dos países.
Eran días de extrema tensión. Una denuncia de Uribe ante la OEA, la movilización de tropas en la frontera y la decisión de cortar las relaciones diplomáticas sumergió a la región en un clima de incertidumbre.
Al frente de la Unasur, como antes había hecho durante la crisis de los rehenes de las Farc en la selva colombiana, Kirchner intercedió para facilitar un acercamiento. Maduro se movió toda la semana como una sombra del patagónico.
Kirchner –asistido por Juan Manuel Abal Medina y Rafael Folonier–, Maduro y la canciller colombiana María Ángela Holguín, quemaron horas en busca de la llave para un encuentro que, finalmente, se produjo en Santa Clara, una ciudad colombiana sobre el Mar Caribe, el 10 de agosto.
El patagónico falleció dos meses y 17 días más tarde.
Transiciones
En los últimos meses, la Casa Rosada trató de construir certezas para la hipótesis de la ausencia de Chávez. Venezuela ha sido un socio político y económico, y una crisis en ese país puede rebotar en el país. En las últimas horas se deslizaron algunas pistas:
Sin Kirchner y sin Chávez, los artífices primarios de la relación entre Buenos Aires y Caracas, la relación de Cristina con Maduro tendrá que construirse sobre todo en el plano de la confianza. Así y todo, para el gobierno argentino, la elección del ex canciller como heredero fue una jugada inteligente de Chávez porque corre con la ventaja de haber sido, durante los últimos seis años, el encargado de las relaciones políticas con los países de la región. Es el más conocido de los desconocidos del chavismo, lo que en términos de aproximación aparece como una enorme ventaja. Se advierte, en esa línea, que será una continuidad convencional tanto en la política interna como en la cuestión externa.
Según el diagnóstico K, la transición fue hasta ahora ordenada, y Maduro tiene, a priori, calmo el frente interno –a pesar de una disputa intestina con Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Venezolana– y con pronósticos optimistas en el frente electoral: con comicios para dentro de 60 o 90 días, Maduro se recorta con chances en tanto no se parta el frente chavista.
En paralelo, la presunción es que, a diferencia de Chávez, que irradiaba su “revolución” fronteras afuera, Maduro tenderá a enfocarse para consolidar su liderazgo en su país, con lo cual el protagonismo venezolano en el exterior, que fue visible en varios países de la región, y que en la Argentina tocó su pico con la movilización contra el Alca en 2005, se reduciría a niveles prácticamente nulos. Queda, todavía, una estela de kirchnerismo chavista que, en algunos casos, tiene incluso relación previa con el bolivariano que con Kirchner.