Lidia Cejas Chiezza tiene 90 años y una vida de película. Desde muy joven se declaró atea, estuvo en prisión junto a la Flor de la Mafia, Ágata Galiffi (hija de Juan Galiffi, Chicho el Grande), está en contra del aborto (en cualquier caso) y, “después de pensarlo bien”, aprueba el matrimonio igualitario. En el Día Internacional de la Mujer, una historia de vida cuyo eje ha sido la defensa de sus derechos, el luchar por lo que se quiere y el vivir a pleno, “aprendiendo, siempre aprendiendo de todo lo vivido”.
Hija de madre católica y padre de legendaria familia de demócratas progresistas y “latorrista”, Lidia inició sus estudios en un colegio católico al cual decidió dejar cuando tenía 10 años. “Siempre respeté a las monjas, pero no eran más que mujeres de polleras muy largas, no sé cómo, pero desde siempre fui atea, por eso le pedí a mi madre que me cambiara de colegio”, recordó.
Las niñas cerca de Dios
Buscando en su memoria algunos recuerdos breves “si no, te tendría toda la vida sentada escuchando”, Lidia compartió que su padre decía que “era importante que las niñas estuvieran al lado de la Iglesia para tomar como costumbre el rezo de las novenas”. Claro que don Cejas nunca hubiera imaginado que la niña de apenas 10 años discutiría con una hermana superiora y pediría el pase a otra institución, por la relación sentimental que mantenia el parroco del pueblo con una de sus compañeras más grandes. Tampoco hubiera imaginado (o tal vez sí, si se revisara el mapa genético) que su hija volvería a un convento, pero ya en calidad de presa política.
Mujer independiente desde la primera hora, Lidia nunca usó su apellido de casada y es “una de las pocas abuelas del mundo que no cocina”, según aclaró uno de sus nietos. “¡Claro que cocino! Si no, ¿cómo vivo? Para mi cena tomo unas latitas de atún, un poquito de arroz o huevo duro, mayonesa y listo, para qué pasar todo el día en la cocina si te alimentás bien igual”, sostuvo.
La mujer de hoy
Su militancia constante, su defensa por los derechos de varones y mujeres le dan la opinión de la mujer de hoy, de la cual reconoce que “se han ganado muchos espacios, aunque lamento que queden luchas por ganar”. Lidia asegura que la mujer es un gran pilar en la sociedad, pero no encuentra diferencia alguna entre tener como máxima autoridad en el país a una mujer o un varón. “Es bueno ver que las mujeres tienen un lugar mucho más notable en la política, pero que el presidente sea una mujer no debe asombrar a nadie, las cosas se deben hacer bien y punto”.
Asimismo, la abuela de 90 años se manifestó en contra del aborto “en cualquiera de sus modos”. “Estoy en desacuerdo por completo del aborto. Es una barbaridad, se está atando a alguien, pero hay que perdonarlo. Hoy muchas chicas no saben cuidarse y abortan porque sí. Se marca la vida para siempre, pero no por eso deben quedar excluidas de la sociedad, eso es una locura”, aseguró.
Por otra parte, defendió el matrimonio igualitario, al cual se había opuesto en un principio. “Pero luego recapacité y pude ver que quien lo rechaza es egoísta. No sabemos cómo llegaron a esa unión, es cierto, pero se ponen en juego los sentimientos de dos personas, ¿por qué los vamos a juzgar? Si no, ¿qué democracia queremos?, ¿la casta y pura o pedimos libertad?”, razonó.
Se muestra paciente, tiene una mirada llena de paz pero que encierra una gran fuerza. Debe preguntar qué edad tiene porque a veces lo olvida, pero cuando comienza a recordar sus años mozos el brillo de la mirada inunda su rostro completo, al punto de darle fuerzas para seguir en la lucha. A sus 90 años dice que aún debería hacer algo. “Lo mío no es estar en el campo, viendo por la ventana de mi casa cómo pasa la vida. Sigo peleando por los derechos de mis vecinos y por que las cosas salgan bien, aún queda mucho por hacer, siempre hay algo por hacer, desde nuestra propia casa hasta mucho más lejos”, postuló.
Ante la pregunta inevitable de cómo se llega a estar así a los 90 años, Lidia aseguró que tanta lucha, tanta actividad, tantos proyectos la llevaron a tener una lucidez importante a sus nueve décadas. “Si te quedás achanchado no creo que dures mucho en este mundo”, advirtió.
En Hungría, contra la guerra
De muy joven Lidia estuvo en Hungría, donde participó de las protestas de Pozna que cuestionaban la guerra. “Éramos jóvenes de todo el mundo en contra de la guerra, conocimos muchísima gente en esa experiencia. La verdad que me encantaría revivirla, de haber tenido la posibilidad. Hoy, con internet y esas cosas que usan los chicos ahora, el contacto hubiera sido constante y quién sabe cuántas mejoras se podrían haber tenido en todo el mundo”, sostuvo con añoranza. Luego, agregó que le hubiera gustado mucho conocer a Hugo Chávez. “Fue un gran presidente, y pensé que le iba a ganar al cáncer, pero no fue así y me dolió mucho saber de su muerte”, dijo.
Pero eso no le impidió retomar sus recuerdos de militante y compartió sus experiencias cuando trabajó en el Sindicato de la Sanidad, participó del movimiento que hoy tiene el Sindicato de Empleadas Domésticas y trabajó junto a su marido en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.
“Durante muchos años defendimos los derechos de los hombres. Es más, todos los camioneros nos saludaban y sabían de nuestro trabajo. Recuerdo que cuando nos casamos éramos unos crotos, como todo empleado, y unos camioneros tenían que ir a Mendoza, así que nos llevaron de luna de miel a esos lares. Fue hermoso, porque en cada parada nos presentaban a otros camioneros y éstos nos hacían un asado para festejar la unión. El compañerismo por esos días era puro, no estaba tan contaminado como hoy, donde cada uno no da un paso sin esperar algo a cambio”, se lamenta.
En prisión con Agata Galiffi
En su vida, Lidia Cejas Chiezza no se privó de nada. Quien esté frente a esa abuela de prolijo peinado y caminar pausado no se imaginará su experiencia con la mafia argentina. “Estuve detenida durante una semana en el Buen Pastor. De ahí surgieron los mejores recuerdos, porque estaba presa con Ágata Galiffi y aprendí mucho de ella. Es más, las monjas, cuando iban a misa, nos encerraban en una habitación y a las mujeres que estaban embarazadas, internadas allí, las hacían tirarse al piso y limpiarlo. Ahí tuve otra discusión porque le pedí a las monjas que no obligaran a estas mujeres a tanto esfuerzo. La verdad es que detenidas y todo, las monjas de ese convento no sabían qué hacer con Ágata y conmigo, les revolucionamos todo, pero sabían que teníamos razón”, recuerda.
Ágata Galiffi, conocida también como la Flor de la Mafia, heredó los negocios de su padre, Chicho Grande, en 1930. El 12 de julio de ese año, el secuestro y asesinato de Abel Ayerza, hijo de una acaudalada familia rosarina, salpicó a su padre, quien huyó a Sicilia y dejó todo al mando a su hija Ágata.