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Es la crónica de una catástrofe anunciada

La naturaleza desborda ante la presión inmobiliaria y las malas obras hidráulicas.

Por su  emplazamiento y la inescrupulosa expansión inmobiliaria, la ciudad de Buenos Aires está condenada a la inundación, sostiene el investigador Antonio Elio Brailovsky, que en su obra “¿Por qué se inunda Buenos Aires?” rastrea los orígenes del fenómeno climático que dejó un tendal de pérdidas y damnificados.

“Esta inundación no es la consecuencia de un desastre natural sino de un fenómeno social que se ha construido a través de procesos históricos muy largos: el que se haya metido a cientos de miles de personas en zonas naturalmente inundables tiene un costo muy alto que estamos pagando hoy”, destaca el ecologista en una entrevista con Télam.

“Y en ese sentido, hay responsabilidad de los políticos, que en muchos casos quieren proteger a toda costa el boom inmobiliario, pero también de los ciudadanos, que se sienten tironeados en encontrar una solución para el problema y que por otro lado el valor de su propiedad no varíe”, apunta.

“Hay propietarios que anteponen lo económico a lo ambiental: no quieren tanto que se le solucione el problema como que su propiedad no se desvalorice. Y si el inmueble está en zona inundable vale menos. Creo que los políticos deberían  decir la verdad, pero en general no están dispuestos a pagar el costo político de que cientos de miles de personas se enojen”.

En “¿Por qué se inunda Buenos Aires?”, Brailovsky se remonta al episodio fundacional de 1536 y rastrea el progresivo avance de la urbanización sobre las zonas inundables de la ciudad para probar una hipótesis contundente: los desastres naturales no existen y la inundación de Buenos Aires no es obra de la fatalidad. “Tenemos la fantasía de que el desarrollo de la ciudad termina haciendo desaparecer la naturaleza, pero ésta sigue funcionando. Si escondemos un arroyo, sigue corriendo. Hay una dinámica de lluvias, de aguas subterráneas, de arroyos tapados, que cuando llueve empieza a funcionar. Y por algún lado sale esa agua”.

Brailovsky apunta en su obra que las Leyes de Indias establecieron la prohibición de edificar en terrenos bajos, pero el posterior desarrollo económico y social del país, el desmedido lucro inmobiliario, la soberbia tecnológica y la irresponsabilidad  política fomentaron la urbanización de los valles de inundación de los arroyos Maldonado, el Vega, el Medrano y el Riachuelo.

“Primero se mete a la gente a vivir adentro del río y después se busca cómo sacar el río de allí mediante obras públicas costosas y de resultados inciertos”, dictamina. El autor plantea cómo, a lo largo del tiempo, los ríos fueron borrados de los mapas y de las políticas urbanas, que también omiten expedirse sobre la ausencia de soluciones totalizadoras.

“No hay soluciones mágicas sino aproximaciones que implican sincerar cuáles son las zonas de mayor riesgo. El problema es esa dinámica perversa en la que los políticos no dicen lo que ocurre y los ciudadanos alimentan ese recorte con negación”.

“Los gobiernos porteños nunca pensaron que la naturaleza posee mecanismos que funcionan adentro de la ciudad –destaca–. En vez de reclamar a los gritos una solución definitiva, hay que preguntarse primero si existe y si podríamos pagarla”.

Brailovsky relativiza el aporte de las obras hidráulicas y apuesta en cambio a los beneficios de una conciencia ambiental ciudadana: “Siempre se plantea como solución el entubamiento de los arroyos que atraviesan la ciudad, pero esta alternativa siempre ha empeorado la situación. Un arroyo a cielo abierto siempre se comporta mejor porque no tiene obstáculos y de esta manera más rápido circula el agua”.

“Sólo la participación ciudadana puede orientar maneras diferentes de pensar la relación de nuestra cultura con la naturaleza. Hay que aceptar que estamos frente a un cambio climático y eso significa que podemos hacer una obra grande que alcanzará para la lluvia de hoy pero no para la de mañana”, señala.

El especialista postula paliativos para atenuar el impacto de las lluvias, entre ellos preservar los espacios verdes y que no haya garajes subterráneos o espacios habitables en sitios que se inundan. “Lo mejor es dejar los arroyos a cielo abierto, y parquizar a la zona de inundación. Pero hoy estamos en una situación irreversible. Se supone que los espacios verdes ayudan a que el agua siga, pero desde hace 20 años existe la tendencia a  eliminarlos. Es más fácil mantener espacios con baldosas que algo que está vivo”, asegura.

“Hay un mapa de riesgo hídrico realizado por un grupo de profesionales con mucho detalle, y que no ha sido oficializado”, precisa Brailovsky.

El ex defensor adjunto del Pueblo de la Ciudad vaticina un escenario de lluvias cada vez más intensas y frecuentes –asegura que antes se producían de forma masiva cada 15 años y ahora se repiten en lapsos menores a uno– y aconseja la implementación de un reordenamiento territorial ambiental participativo “que permita adaptarse a las características naturales del paisaje”.

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