Llamamos vida al recorrido que el cuerpo hace de la niñez a la vejez y esto nos hace creer que todo lo relacionado con nosotros es únicamente de cara al exterior, al mundo.
En nuestra sociedad sentimos que hay tantas exigencias y urgencias que nos mantienen alerta, en guardia, a veces nos sentimos desbordados. Nos hemos colocado en una posición en que dependemos de lo exterior, sentimos que las situaciones externas nos obligan a actuar. Atendemos asuntos y tratamos variados problemas y, desde allí, gestionamos nuestro tiempo, el cual parece ser a veces un enemigo omnipresente.
Si observamos nuestra vida, ocupamos todas las horas en asuntos externos, estamos pendientes del mundo exterior, y esto significa preocupación o tensión. Esta tensión se da, ya que al mirar hacia afuera sentimos insatisfacción o deseo. Lo exterior siempre representa en nuestra mente problemas que resolver o anhelos de que algo cambie, además de peligros que podemos enfrentar. Al sentir de esta manera, casi todas nuestras respuestas sicológicas son de defensa, y el significado de nuestra vida se traduce en lucha, y lucha significa tensión.
Por más que nos desarrollemos en cualquier campo del crecimiento externo, como ser monetariamente, intelectualmente o mentalmente, la actitud de base es defendernos, es tensión. La gran mayoría nos sentimos incompletos en el campo afectivo y buscamos la familia y los hijos en un intento de socavar el vacío interior, pero la experiencia no tarda en señalarnos que la incomodidad sigue estando allí, en el interior.
Además de esta sensación, son evidentes los trastornos fisiológicos producidos por la tensión mental como la hipertensión, el insomnio, afecciones estomacales y estreñimiento. Padecemos de distracción, falta de concentración y disminución de la memoria. Y aunque somos seres que vivimos en lo profundo del amor, toda nuestra vida afectiva se resiente, ya que no puede ser expresada debido a la tensión interna que produce la acumulación de tantas impresiones guardadas del exterior que no han sido evacuadas.
Es prioritario, por lo tanto, comprender que tenemos una gran necesidad de trabajo interior para lograr la estabilidad y el equilibrio que ahora buscamos afuera. Más allá de calmantes y píldoras que sólo ocultan los síntomas, debemos aprender a volver al ritmo natural y redescubrir la belleza de nuestros días.
El silencio
Como nosotros hemos ocultado en el subconsciente (hemos reprimido) grandes cantidades de energía como impulsos y pensamientos que van en contra de nuestra idea de ser, y que quieren expresarse, es que nos causa gran temor el silencio. El ego, por temor a ser encontrado en sus recamaras, nos dice que el silencio es como no hacer nada, y así lo sentimos. Para nosotros el silencio es como la oscuridad para el niño, representa lo desconocido, lo que nos sobrepasa y aquello que no está bajo nuestro control. El silencio natural de nuestra mente es cubierto con todo tipo de estímulos externos, los cuales constituyen toda la vida del ego. Estos estímulos del exterior nos distraen y entretienen, ya que “el silencio es un enemigo mortal”. De esta manera, creo que existe un peligro interno, así que me agarro de algo externo que me brinde una sensación de seguridad. Y por más bonito que lo externo pueda parecer, por más hermoso que se sienta el soñar despierto, es una distracción del sentir que viene del alma. Nos acostumbramos a soñar: desear, lamentarnos y atacar, pero para despertar es indispensable sobrepasar la sensación de incertidumbre que ocasiona el silencio. Ir hacia el silencio es como ir a un país desconocido: gente y situaciones nuevas, y por un tiempo la sensación de desconcierto, hasta que nos vamos adaptando a las costumbres y hábitos. De esta misma manera necesitamos abandonar lo que nos causa seguridad y soporte, necesitamos abandonar las garantías acostumbradas para conectarnos nuevamente a la vida real del amor sin dependencias.
Tan estratégica es la mente dormida en seguridades falaces, que cuando definimos nuestra vida al charlar con otros, hablamos de todas aquellas cosas que nos causan distracción y jamás del sentir. Y así, por nuestra forma de pensar, evitamos conscientemente vivir.
Cuando estamos en casa solos por ejemplo, tenemos la gran prueba de que tenemos miedo al silencio, por lo general salimos a buscar estímulos que alivien nuestras sensaciones internas o bien leemos o nos distraemos haciendo cosas. Buscamos constantemente actividades que nos separen de nuestro fluir interior, de esa vertiente interna que algún día será observada sin juicio, sin ideales en mano y liberada para siempre. Ese día ha llegado…
Estas siendo invitado hoy a acomodarte en tu mejor lugar y mirar sin distracción una película en el ojo de tu mente, unos instantes nada más. Tú ya sabes que la película no es parte de la realidad, entonces entra y observa, cumple con tu tiempo, cinco minutos por día es suficiente. En el silencio sin más hay gran liberación, y en el transcurrir de tus días encontrarás a un amigo interior que te guiará y llevará por más aventuras de liberación y tranquilidad.