“Mi papá está shockeado, estuvo 10 días sin comer, en la oscuridad, no se acuerda de nada, sólo le daban agua. Lo dejaron tirado en la ruta y empezó a caminar hasta que se dio cuenta que estaba cerca del puente Rosario-Victoria y volvió caminando. Tenía todo la ropa rota y estaba desmejorado, pero afortunadamente está sano y salvo”. Así explicaba ayer Cristian, hijo mayor de Oscar Darío Bárbulo, el hombre de 44 años que desapareció 9 días atrás de su hogar en el barrio de Arroyito, la reaparición de su padre. Y así también lo creía, como el resto de su familia. Pero con el correr de las horas la versión despistó: el propio Bárbulo terminó admitiendo en sede policial que se había refugiado en el fondo de la casa de su madre, en un lavadero en desuso, donde se mantuvo escondido. ¿La razón? Una deuda que no puede afrontar. Y ante el temor creciente de que “algo” le pasara a él o a su familia, se escondió. “Fue un alejamiento voluntario”, sintetizó la ex jefa de la Comisaría de la Mujer y actual titular de la sección de Seguridad Personal de la Policía, Mariel Arévalo.
“De ahora en más se hará cargo la familia. Nuestra tarea terminó acá y todo queda entre ellos”, explicó Arévalo dando a entender que no hay intención de buscar penalizar lo que ni siquiera fue un autosecuestro, ya que no existió demanda alguna: sencillamente Bárbulo se había esfumado.
El hombre llegó a su casa alrededor de las 15.30 de ayer, más delgado, desmejorado y con la misma ropa con la que se perdió de la vista pública, lógicamente más sucia. “Estoy feliz, muy feliz, los chicos están contentos”, había dicho su esposa, Cristina, también convencida de que había sido un secuestro, difícil de explicar, pero secuestro al fin.
Bárbulo había desaparecido el pasado miércoles 8. Hasta ese día su rutina no había diferido en nada: se despidió de su familia y partió de su hogar a bordo de su motocicleta Zanella 50 con asiento verde y una llanta roja, rumbo a su trabajo, un local de venta de rulemanes ubicado en Dorrego y La Paz. Pero nunca llegó y ahí comenzaron a tejerse todo tipo de conjeturas, y también de temores. Todo se disipó ayer, cuando decidió regresar a su domicilio de pasaje Estrada al 600.
“Él tenía una radio en el lugar donde estaba, y escuchaba las noticias. Así se enteró de que su madre estaba convocando a una misa y a una marcha por su desaparición. Y eso lo movilizó y lo hizo salir”, explicó anoche Arévalo a El Ciudadano.
Bárbulo estaba, entonces, al tanto de las repercusiones, cada vez mayores de su caso. Y se desprende que comprendió que su situación no daba para más. Pero antes de reaparecer decidió dar una versión de lo ocurrido que a la postre se desbarató.
“Nos dijo que antes de llegar a avenida Avellaneda, lo encapucharon, lo subieron a un auto y se lo llevaron, no sabe dónde”, había contado Cristina, la esposa. “Dice que lo tuvieron encerrado en un lugar oscuro, sin darle de comer”, añadió mostrando sincera alegría por el reencuentro con su marido.
El matrimonio tiene dos hijos, un varón de 16 años y una nena de 10. Están juntos desde hace 18 años y, aparentemente, nunca antes se había producido un episodio fuera de lo común.
En los últimos días, Bárbulo fue buscado intensamente por efectivos de la división Seguridad Personal y de la comisaría 9ª, sin resultados. Quienes trabajaron o se interesaron en su caso tendrán algo para reprocharle, pero lo cierto es que no cometió delito alguno. Y si lo que necesitaba era hacerse visible ante el temor a ser atacado, lo cierto es que lo logró: se pueden contar por decenas de miles –y acaso más– quienes conocen su nombre y el de los suyos. Demasiado para ser víctima de alguna agresión.
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