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Hablar, sí, pero ¿para qué?

Por Raúl Koffman.- Principio de toda comunicación, alguien tiene algo para decir y quiere que otros lo sepan. Ese algo puede ser nimio, importante o trascendente pero estas variables son poco importantes. Hay una necesidad, y eso es lo que cuenta.

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El valor de la palabra dada, el mundo lingüístico, hablar y decir, callar o hablar, la palabra como creadora de sentido, el lenguaje articulado como logro evolutivo, el valor del silencio, el “hablando la gente se entiende” y el “dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. Todas expresiones de nuestra cotidianidad relacionadas con el hablar, al no hablar y también al callar. Pero, fuera de ellas, ¿para qué hablar? Obviamente, esta pregunta requiere ser contextualizada.

Hablar para hacer saber algo de lo que se piensa y se siente. Quizás lo básico, porque en principio se habla para eso. Principio de toda comunicación, alguien tiene algo para decir y quiere que otros lo sepan. Ese algo puede ser nimio, importante o trascendente; los otros pueden querer saberlo o no, pero estas variables en este momento son poco importantes. Hay una necesidad, y eso es lo que cuenta. En un segundo momento se complejiza: si alguien no quiere escuchar o si ya no se trata de hacer saber sino de convencer, etcétera.

Hablar para descargarse

A veces parece que algunas personas hablan para descargar tensiones (también hay una necesidad, pero de otro tipo), se descargan hablando como se descargan masticando o llorando. En este caso, “qué” dicen es lo menos importante, porque el “cómo” lo dicen tapa cualquier significado que quieran transmitir.

Estos son los casos de las personas que aturden, que no dejan pensar ni hablar y las que, como se dice irónicamente, “hay que esperar que respiren para meter un bocadillo”. Paradójicamente, son las personas que reivindican la comunicación como necesaria, aunque es lo que menos hacen. Una mayor cantidad de palabras por minuto no es más que un dato numérico en este contexto. La info es unidireccional, del otro lado só

lo una oreja; luego, cero comunicación. Estadísticamente, están en aumento.

Hablar para seducir

Seducir con las palabras, dicen, no es tan difícil. Lo difícil puede ser saber qué es lo que la otra persona quiere escuchar para ser seducida. Algunas personas seducen cantando, que es otro modo de decir.

Seducir con las palabras, dicen, “es todo un arte”, lo que implica ciertas condiciones previas que necesitan ser desarrolladas para hacerlo con efectividad. Algunos lo llaman también “hablar para dejar al otro sin palabras”. En última instancia, hablar para seducir apunta a la acción. A algo que se espera que la persona seducida haga o no haga, o deje hacer.

Hablar para no decir nada

Es la vieja “sanata” argentina: muchas palabras (labia), mucho enredo, pero nada con sentido. En general es utilizado para “hacer creer”. Hacer creer que se maneja el lenguaje, que se sabe mucho de algo, que vale la pena ser escuchado. Hay quienes lo valoran y quienes lo descalifican, y esto parece depender del oficio o profesión que se ejerza.

Hablar para entendernos

Más conocida como “hablando la gente se entiende” es un tema no confirmado aún como verdadero. Hay pruebas de que ciertamente hay entendimientos, pero también hay pruebas de lo contrario. Se puede hablar mucho, pero muchas veces “a las palabras se las lleva el viento” o, peor aún, no son más que viento. Es que hablar más no es garantía de entenderse mejor. Además, hablar mucho no es sinónimo de decir más.

Hablar lo justo y necesario

Pariente del “hablar en el momento justo” y envidia de los verborrágicos, es trabajo de grandes observadores o cirujanos de la palabra (porque el resultado puede ser otro). Observar las expresiones de los demás, y simultáneamente seguir el hilo de la conversación sin inmutarse, no es para todo el mundo. Es que supone un trabajo intelectual de producción y selección de ideas y palabras y también de modos de decirlas.

De la misma manera que siempre hay un “para qué hablar”, también puede haber “por qué no hablar”.

No hablar porque no hay nada para decir. Una situación posible es la siguiente: no hay nada para decir porque “está todo dicho” en palabras o en actitudes. Aquí es donde el silencio toma valor y hablar por hablar es como ensuciar el silencio. Hay otras situaciones donde “no queda nada por decir” porque los otros no dejan lugar a otras opiniones. El “nada para decir” habla de finales y/o de imposibilidades. Sociedades rotas, parejas en crisis; a veces, muchísimas veces, las palabras sobran y una nueva acción debe entrar en escena para que algo cambie.

No hay quien escuche

Esto se da en situaciones de extrema soledad o, peor, porque no hay interlocutores válidos. En la primera, la situación es objetiva: no hay quien escuche porque no hay nadie alrededor. En el segundo caso, es simbólica, es la soledad de la persona acompañada por otros pero que es como si no existiesen. Es que cuando no hay códigos comunes, pasa esto de “sembrar en el desierto”, o de “hablar con las paredes”. Es el caso de que del otro lado “hacen oídos sordos”. Expresiones que grafican con cierto dramatismo esta situación.

Que hable el otro

Pariente de “hablar lo justo y necesario”, como un juego de ajedrez, muchísimas veces, se hace intencionalmente un silencio para que el otro se exprese. En este caso un silencio verdadero, que no es lo mismo que callarse pero no dejar de hacer gestos. Esto requiere tener un muy buen manejo de los tiempos. La ansiedad y el apuro son los enemigos declarados de esta técnica. Relacionada con esta variable está el “hablar en el momento justo”, que debe ser como la caída del fruto maduro, cuestión de esperar hasta que sólo quepa decir en ese preciso momento exactamente eso.

“No avivar giles”

Deporte preferido de estafadores y mentirosos, hay datos que conviene guardar calladamente. Buenos negocios, buenas tajadas, curros nuevos, son convenientemente callados. Es el caso del poder de la información y de algún saber particular que da otros poderes que no es conveniente compartir.

¡Callate y escuchá!

Consejos de padres y abuelos, exactamente lo opuesto a “decí lo que pensás” y también a la verborragia, requiere de mucho autocontrol. Si hay dos orejas y una sola boca, no es por casualidad, afirman algunos. Algunos afirman que “es de gente inteligente”.

Por último

¿Para qué hablar cuando se puede disfrutar del silencio, del cantar de los pájaros, de los dibujos que hace el viento, del ruido del agua o de la buena música? ¿Para qué hablar si sólo se produce ruido o viento y nada se comunica? Como dio a entender Gilles Lipovetsky, en los medios masivos de comunicación que haya más personas que hablen y opinen no significa que se escuchen más o que se escuche más. Hablar, ¿para qué?

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