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Se cumplieron 95 años de la Reforma Universitaria

El “manifiesto liminar” del 15 de junio de 1918, escrito por Deodoro Roca, se convirtió en uno de los más originales del siglo XX.

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“La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América”. Así encabezaba Deodoro Roca el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, reforma que el 15 de junio de 1918 estalló en Córdoba y se extendió por el país y América latina y fue un punto de inflexión en la comprensión del significado que el conocimiento y la educación tienen para las sociedades.

Sus principios están hoy vigentes y constituyen los puntos centrales del debate sobre la universidad y su función social. Las universidades nacionales argentinas en ese tiempo eran solamente cuatro: la de Córdoba, fundada en 1613 por los jesuitas; la de Buenos Aires, fundada por Rivadavia, en 1821; la de La Plata, de 1905; la de Tucumán, de 1912 y la universidad provincial de Santa Fe, creada por José Gálvez, en 1889.

Algunos años antes ya se habían planteado episodios reformistas que anticiparon los hechos de junio del 1800. El de 1871 fue un año nefasto en Buenos Aires a la epidemia de fiebre amarilla le siguió, en diciembre, el hundimiento del “vapor de la carrera”. Y, en el mismo mes, se suicida Roberto Sánchez, un estudiante de abogacía que había sido aplazado en el examen de Derecho Romano. Este episodio enerva los ánimos de los estudiantes y de no pocos profesores de la Universidad de Buenos Aires que exigen reformas en profundidad. Como consecuencia de este movimiento, se introducen cambios que anticipan los que sobrevendrían más de cuarenta años después. Luego, en 1904, volverían a conmoverse los claustros y nuevas transformaciones abonarán el camino hacia 1918. Las reformas antes de la Reforma es un tema de gran interés para comprender la historia de la universidad argentina.

Pero es, sin dudas, la de ese año la que nos convoca y que trasciende los límites nacionales y temporales para reverberar en varios países de América latina, en el Mayo Francés de 1968 y en la recuperación democrática de 1984. Córdoba, la Docta, la ciudad que brindó su Universidad al mundo y a América desde los comienzos del siglo XVII, la Universidad que cumple cuatrocientos años nos dio la chispa formidable de la rebeldía, la imaginación y la dignidad del saber al servicio del pueblo.

La indignación estudiantil estalló cuando la oligarquía académica de la Universidad confluía para perpetuarse en el poder y mantener sus privilegios. La elección del rector estaba amañada por las camarillas asociadas al poder local. La cátedra vitalicia, la alternancia previsible en el poder de una cofradía de profesores, la exclusión del pensamiento divergente en los debates internos, el autoritarismo pedagógico, la universidad enajenada de los problemas reales de la sociedad y sin investigaciones relevantes eran algunos de los graves problemas que caracterizaban a las pocas universidades existentes en Argentina en aquellos años.

Como producto de la Reforma, fue posible la autonomía universitaria, la cátedra libre, los concursos docentes, la periodicidad de la cátedra, el cogobierno, la extensión universitaria, el compromiso del conocimiento, la ciencia y la educación con las necesidades populares. La alianza estratégica de Universidad y pueblo comenzó a labrarse en aquellos años. Con múltiples encuentros y desencuentros, nuevos capítulos fueron escribiéndose en estos noventa y cinco años.

La universidad autónoma y cogobernada es hoy, por definición, la institución que puede ser nombrada como tal. La sociedad argentina espera, exige y encuentra en sus universidades el espacio sociocultural que posibilita la producción de conocimiento, la formación de los intelectuales y profesionales que abren perspectivas para nuevas preguntas, para nuevas respuestas.

Nuevos desafíos se instalan en el horizonte y la Reforma sigue siendo la matriz para repensar la universidad y diseñar las estrategias que permitan afrontarlos con la misma ética y renovando el compromiso. Tal como reza el Manifiesto… los dolores que quedan son las libertades que nos faltan… y los universitarios asumimos la responsabilidad de dar respuesta a la necesidad de ampliar la base social de nuestros estudiantes: más estudiantes de todos los sectores sociales deben poder cursar sus estudios. Llevar la universidad adonde hoy aún no ha llegado, a nuevas regiones, a quienes no pueden acceder por limitaciones sociales, culturales, económicas o legales. Los universitarios conocemos y asumimos el compromiso de contribuir a mejorar el sistema educativo en su conjunto, más y mejores oportunidades educativas para toda la población. Es preocupación permanente la ampliación de la democracia y el mejoramiento de la calidad institucional de los estados municipales, provinciales y nacionales. La salud, la vivienda, la educación, la seguridad, los ambientes naturales, el transporte, el comercio, la industria, la política, son algunos de los temas centrales en los que día a día son objeto de estudio, ensayo, investigación, producción de conocimiento, debate de miles de estudiantes, docentes, no docentes, investigadores, graduados, técnicos, profesionales de todas y cada una de las universidades argentinas.

La calidad de las universidades argentinas es permanentemente puesta a prueba. La evaluación de actores, conocimientos, sistemas y organizaciones es un modo de ser en la Universidad. Se generan, diariamente, miles de procesos, informes, mediciones, precisiones sobre los conocimientos que se producen, acumulan y distribuyen. La ciencia, el conocimiento científico enuncia verdades que son tomadas por la comunidad como tales y actuamos en consecuencia. Por ello, la enorme responsabilidad de una institución en la que todos confiamos nuestras vidas, nuestras propiedades, nuestra fe, nuestra confianza, nuestra salud física, mental y social. Dar fe de todo ello es gratificante y tremendamente grave toda vez que allí está el pasado, el presente y el futuro de todos y de cada uno.

Con cierta recurrencia, en Occidente, vuelve a plantearse la cuestión de la Universidad como un tema de la agenda política. Hace algún tiempo, Chile vivió las alternativas de ese debate en las calles enfrentando un sistema que escamotea el acceso a los estudios superiores a la gran mayoría del pueblo.

Hace algunos días, un notable intelectual italiano ponía en la picota el tema del acceso del pueblo a la Universidad recomendado que estuviera reservado para cierta élite. En 1993, un documento del Banco Mundial recomendaba restringir el ingreso a las universidades públicas y cerrar –lisa y llanamente– el Ministerio de Educación de la Nación. Los argentinos podemos sentir que nuestra Universidad Pública está en el camino de la ampliación de la democracia y no, precisamente, en las restricciones que se pretenden.

Para ello es imprescindible no cejar en el empeño de cuidar cada uno de los valores que están contenidos en el mandato de aquel manifiesto liminar. Seguir a pie juntillas aquel programa que estampó, en 1918, un sello indeleble en la política universitaria argentina es la mejor garantía de avanzar en el sentido de una mejor Universidad para una sociedad mejor.

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