Héctor Álvarez Murena se destacó como ensayista aunque siempre se empeñaba en prevenir que sus trabajos no eran de interpretación sociológica ni filosófica sino una expresión literaria de idea y conceptos.
Murena, un pensador que incomoda porque no adscribe a secta alguna, no se alinea en las filas de los contendientes con aspiración de captar acólitos, sino que busca tensar las cuerdas de lo impuesto y lo supuesto para desmitificar, y como afirma contundente, incitar a “pensar para dejar de pensar”. Es decir, dejar de lado la mera especulación para concretar una reflexión de tal radicalidad que permita percibir las vibraciones del cosmos aunque para ello deba recurrirse a la metafísica y hasta inquirir ciertos saberes como la jasídica, indagar la cábala o las religiones precolombinas.
H.A.Murena fue ante todo un hombre de letras que sopesaba las palabras y su uso de manera exhaustiva. Traductor del alemán de obras filosóficas fundamentales como Los Ensayos Escogidos de Walter Benjamin (Sur, 1967) y Dialéctica del iluminismo de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer (Sur, 1969), o Cultura y sociedad de Herbert Marcuse (Sur,1970).
Un pensador de magna dimensión, revulsivo y punzante por su inconformismo y por rehusarse a seguir las modas y a encuadrarse en las sectas de izquierda o de derecha, actitud que suele pagarse con el aislamiento del ámbito de los “popes” y la soledad.
Una breve biografía del pensador
Héctor Álvarez Murena nació en Buenos Aires en 1923, en el seno de una modesta familia que no estaba demasiado preocupada por las cuestiones del mundo intelectual, gobernaba la Argentina Marcelo T de Alvear, sucesor de Hipólito Yrigoyen.
Realizó estudios de ingeniería en la Universidad Nacional de La Plata y de Filosofía en la Universidad Nacional de Buenos Aires, en ambos casos no los completó pero se transformó en un voraz lector y comenzó a escribir en su temprana juventud.
En el año 1946 da conocer su libro de cuentos Primer testamento, y desde entonces sus energías se orienta a la literatura y el ensayo de interpretación.
La labor de escritura de H.A. Murena abarca casi tres décadas y como afirma Esteban Moore, éste “atravesó el firmamento del período que le tocó vivir como un aerolito, y como tal se estrelló en la realidad del planeta. Los restos de su materia incandescente aún permanecen desperdigados en todos los géneros literarios.”
Según Christian Ferrer: “El ciclo de Murena comenzó con una primera etapa de visibilidad pública en la Revista Sur, disfrutando de una buena dosis de escucha entre gente de su generación, y duró hasta los primeros años de la década del 60. Durante el resto de su vida su ciclo autoral fue secreto: se había vuelto ilegible. No es cierto que se suicidara, como afirma la edición italiana de una de sus obras. Pero en sus últimos años variadas tribulaciones lo impulsaron a resguardarse en su departamento de la calle San José, esquina Estados Unidos –intersección de apóstol e imperio–, donde una placa recuerda hoy que allí vivió y escribió un ensayista argentino. De todos modos, para entonces él sólo estaba concernido por el absoluto y sobreviviendo de un cargo de representante de la editorial venezolana Monte Avila. Sólo el diario La Nación lo tenía en cuenta y la juventud moderna o revolucionaria no leía el medio de “los Mitre”. Mucho antes, había deambulado junto a tantos otros por las aulas de Filosofía y Letras, y más aun por las calles y bares de la proximidad. Una deriva generacional típica, como atípico fue su camino posterior, bifurcado de la ruta que seguirían muchos de sus compañeros. Había publicado en la revista del centro de estudiantes e intentado una aventura editorial efímera: la revista Ciento y Una.
Los Ensayos de Murena
“Una selección representativa de ensayos, quizás lo más perdurable de sus escritos, ocupa la mitad de este libro (Visiones de Babel). El hombre era duro, riguroso e intransigente en cuestiones de pensamiento. De El pecado original de América, de 1954 –un análisis existencial de la confusión histórica y del sentimiento de inferioridad cultural que asolaban al continente– a La metáfora y lo sagrado –su último y breve ensayo en el que la teología había germinado por completo–, la conciencia de una sola tarea lo impulsó y acompañó: purgar su mente de falsos problemas y de la servidumbre al “espíritu del tiempo”. ¿Qué pretendía? Eludir el conformismo de época y volverse anacrónico. Arte de lanzarse fuera y en contra de su tiempo y voluntad de disidencia que suponían desentenderse de la confusión, el conservadurismo y la quimera que llamaban a sus contemporáneos. Pero no-conformismo no es lo mismo que inconformismo, es decir, no es lo contrario de la tradición o de la indiferencia banal. Es lo opuesto de las trivialidades humanistas, el estridor de los muezines de las ideologías, y la afición a cíclicas sustituciones teóricas. Lo que Murena llamaba “la bobería ilustrada”. Pertrechado de un pensar propio, apenas influenciado por la lectura temprana de Ezequiel Martínez Estrada y de la Escuela de Frankfurt, Murena sostenía que la pauperización cultural y espiritual respondían a la dominación que sendos rostros de Medusa ejercían sobre países y poblaciones, ambos orientados por la tecnocracia y la voluntad de poder autócrata. Esos regímenes políticos y de vida cautivaban e impedían hacer luz sobre el drama espiritual de la especie humana. Señala Christian Ferrer que en Visiones de Babel es posible percibir que nuestro autor “recupera el estilo, los temas y la musculatura mental de sus poemas, estoicos y ásperos, escritos en la incertidumbre de fundamento; en sus cuentos, vagamente siniestros, que retratan una sociedad yerma y sórdida, desorientada entre la crueldad y el ansia de redención y cuyos personajes resaltan como inadecuados aprendices del anacoretismo en medio del columbario”.
Los escritos reunidos en su postrer libro La metáfora y lo sagrado evidencian ya desde sus títulos un tono fatalista de despedida son casi un réquiem que invoca la metafísica, la filosofía china del E Tao: sendero de la virtud, El I Ching: libro de las mutaciones y la mística jasídica, también los tópicos que lo inquietaron desde las décadas anteriores de su existencia, desarrollados en El pecado original de América. Es como si Murena deliberadamente nos exhibiera una síntesis de sus lecturas, su recorrido de profunda meditación y reflexión sobre lo real, lo imaginario y lo sagrado. Con la potencia de la vida y el acoso de la muerte. La de los ensayos de H.A.Murena puede continuar su interpelación a las nuevas generaciones de lectores que los aborden y de algún modo potenciar muchos de los debates filosóficos contemporáneos. Consideramos que la obra de H. A. Murena es un verdadero estímulo para la reflexión y el pensamiento críticos en tiempos de imposición compulsiva de banalidades.