Hace un año, Tobías se convirtió en el primer niño anotado en el Registro Civil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como “hijo de dos padres” y ninguna madre. Su caso tomó estado público al conocerse detalles, que fueron brindados por ambos “padres” con vasta cobertura mediática del itinerario recorrido: viajaron a la India para que con los gametos de uno de ellos se inseminara el óvulo de una primera mujer, de nacionalidad canadiense, para luego implantarlo en el útero de una segunda mujer originaria del país asiático, quien finalmente dio a luz en una clínica privada de Nueva Delhi.
Hasta aquí el relato de los acontecimientos en torno del menor Tobías. De ello se pueden extraer, en contribución al necesario debate democrático (que descarta el acatamiento sumiso e irreflexivo de lo “políticamente correcto”), algunas conclusiones.
Por más que el eufemismo “maternidad subrogada” pueda presentarse como altruista y desinteresada, lo cierto es que en el caso, y conforme lo han relatado los mismos nominales “padres” del menor, se ha usado materialmente a una mujer pobre y extranjera, a cambio de una suma de dinero. Se sabe que el procedimiento cuesta en la India unos 30.000 dólares, suma que queda en manos de las clínicas privadas, y en el mejor de los casos apenas 2.000 dólares van al bolsillo de la mujer que lleva adelante el embarazo, siendo claro que ésta lo hace por necesidad, no por altruismo. No hay que olvidar que la persona, por su dignidad que le es propia y la distingue de cualquier otro ser vivo, nunca puede ser utilizada como medio para lograr ciertos fines por más loables que éstos sean, sino que en todo caso debe ser considerada como un fin en sí misma.
Pero atención al dato: en el caso de Tobías, se recurrió a dos mujeres, una canadiense que habría vendido su óvulo (¿acaso para garantizar ciertos rasgos físicos?) y otra de nacionalidad india que alquiló su vientre.
Como en general rige el principio de que la mujer que da a luz es la madre del niño, ese obstáculo legal motivó la diligente intervención de la Cancillería argentina para lograr destrabar la salida del menor de la India, con pasaporte argentino, y su posterior viaje a nuestro país. Cabe preguntarse qué sucedería si en el futuro la madre del menor reclamara ante los tribunales la tenencia de su hijo biológico, ello con independencia de que la obligaran a firmar un contrato que diga lo contrario, instrumento que podría considerarse nulo por su objeto. Un verdadero dilema, sobre todo para muchas organizaciones feministas, a las cuales no se escuchó, por cierto, quejarse de que dos varones usaran a una mujer por su condición de pobre.
Por otro lado, el Estado ha sido cómplice de al menos dos flagrantes mentiras que violan abiertamente el “interés superior del Niño” que surge de la Convención Internacional de los Derechos del Niño (artículo 7º) y que podrían constituir delitos a tenor de los artículos 138 y 139 del Código Penal, a saber: que constituye una falacia biológica que en su partida de nacimiento conste que el niño sea hijo de dos padres. La “coparentalidad” puede ser un eslogan muy atractivo y combinar muy bien con la posmodernidad reinante, pero supone una falacia biológica. Ningún ser humano es hijo de dos padres. Quizás suene chocante a algunos oídos, pero como diría Perón “la única verdad, es la realidad”.
Pero además, a Tobías se lo engaña institucionalmente negándole conocer jamás el vínculo biológico con su madre real. Pareciera que la misma sociedad que hasta hace poco reclamaba airadamente el conocimiento de la realidad biológica en los penosos casos de niños apresados durante la última dictadura, víctimas a quienes se borró su identidad en aquellos años aciagos de nuestra historia, celebra esquizofrénicamente, en el caso Tobías, privilegiar la “voluntad procreacional” de dos adultos por sobre los derechos de un niño.
Por último, cabe destacar que el caso que se comenta tiene claras diferencias con la institución de la adopción. En efecto, frente al pseudoargumento con el que algunos han intentado defender lo hecho con el menor, afirmando que, en definitiva, cuando se adopta a un niño sucede algo similar pues los padres biológicos son sustituidos por los adoptantes, lo de Tobías es otra cosa. La adopción por medio de la cual uno o dos adultos se hacen cargo de un menor ha sido pensada para paliar una situación no deseada pero que ha acontecido en la vida, esto es, la muerte de uno o ambos progenitores biológicos, o el abandono del chico por parte de éstos. No es el caso de Tobías, puesto que aquí existe una madre biológica que ha sido eliminada (o se lo intenta) de su vida deliberadamente. Y además, hay dos varones adultos que recurrieron a técnicas artificiales para “fabricarse” un hijo. Por tanto, mientras que con la adopción se intenta paliar una situación no buscada por nadie, en el caso de Tobías él mismo es fruto de una trama que disimulada bajo la fachada de altruismo en realidad esconde el egoísmo de dos adultos de ser padres, incluso bajo cualquier medio.
Afortunadamente no hay determinismos que permitan aventurar el futuro de ninguna persona, incluido Tobías. Pero acaso aparezcan en este caso elementos que autoricen a catalogarlo como un auténtico experimento que tiene por protagonistas a una mujer pobre y a un inconsulto menor de edad, a quien dentro de algunos años alguien deberá dar explicaciones sobre sus orígenes reales.