Pese a que todo hacía pensar que el Día del Amigo traería aparejado cuatro días de restaurantes y bares llenos, se trató de un error: van a ser cinco. La expectativa se vio superada porque la celebración parece no tener techo. De hecho ya el miércoles a la noche, conseguir una mesa en un restaurante resultó una misión casi imposible.
La zona de Pichincha exhibía sus locales repletos. Y en la mayoría no había lugar ni siquiera para un segundo turno. Todos los que cenaban sin problemas habían reservado su mesa. El resto, miraba desde la ventana a que alguna mesa se vaciara.
No había duda del motivo del encuentro. Largas mesas daban cuenta de que grupos de amigos se reunían después de mucho tiempo. Y, regados con un poco de buen vino o cerveza, iban subiendo las voces y también las risas.
La mayoría de los festejantes que coparon los restaurantes la noche del miércoles eran personas mayores, que eligieron el miércoles ya que el resto de los días los fueron ocupando con otros grupos de amigos. El miércoles por la tarde, muchos restaurantes comenzaron a recibir los pedidos de reserva para la noche. Y la particularidad es que la mayoría optó por el horario de las 21, ya que muchos trabajaban al otro día. En la calle se vivía de una manera especial. Parecía cualquier cosa menos un día de semana. Los autos circulaban como en un sábado y la calle se veía con transeúntes durante la madrugada. También ayudó el clima inusual para un invierno, con cerca de 20 grados. Pero cerca de las cuatro de la madrugada, y con 20 grados de temperatura menos, el invierno ancló definitivamente, aunque nada parece que pueda opacar la fiesta del Día del Amigo.