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Sáenz Peña y la oxigenación política de la Argentina

Por Pablo Yurman.- Pasó a la posteridad por implementar el voto obligatorio, universal y secreto, pero su figura es rica en anécdotas.


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El 9 de agosto de 1914 moría en la Casa de Gobierno el presidente de la República, doctor Roque Sáenz Peña. Había asumido el cargo el 12 de octubre de 1910. El 1º de agosto de ese fatídico 1914 había comenzado lo que se conocería como la Gran Guerra y pasaría a llamarse luego Primera Guerra Mundial. Una era llegaba a su fin, tanto a nivel mundial como nacional.

Por todos recordado por la famosa ley electoral que lleva su nombre y que implementaría, prácticamente sin modificaciones sustanciales hasta nuestros días, el sufragio obligatorio, universal y secreto, su figura es rica en anécdotas que ilustran sobre los sentimientos más profundos de este gran patriota y hombre de honor que, pese a saberse parte del riñón de la oligarquía que gobernaba el país sin fisuras desde 1880, fomentaría reformas que abrieron las puertas a una necesaria oxigenación política que evitaría, es de conjeturar, que los cambios políticos vinieran por la vía revolucionaria violenta.

Federalismo en las venas

Sin caer en determinismos biologicistas ni mucho menos, no es un dato menor recordar que Roque Sáenz Peña era hijo no sólo de una familia patricia de Buenos Aires, sino de una familia netamente federal tanto por parte de su padre, Luis Sáenz Peña, como de su madre Cipriana Lahitte. Sus abuelos habían sido funcionarios durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas y, a la caída de éste en 1852, a diferencia de muchos, no renegarían de su pasado federal, siendo condenados al ostracismo político, pese a aceptárselos, a regañadientes, como parte de la clase terrateniente a la que por linaje pertenecían. El joven Roque estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y se recibió poco después de abogado.

General del Perú

Más conocido por implementar durante su gobierno la reforma electoral, otras características que denotan la profundidad de su visión acerca de la política permanecen, no obstante, prácticamente desconocidas. Quizás la más notoria sea su participación, como voluntario, en la Guerra del Pacífico que enfrentó entre 1879 y 1883, por un lado a Chile y por el otro a Perú y Bolivia. Apenas comenzada la guerra, Roque se dirigió a Lima y se alistó en el ejército peruano. Llegó a luchar en el famosísimo combate por el Morro de Arica y pese a que el Perú fue derrotado y perdió la extensa región que en la actualidad conforma el norte chileno, Sáenz Peña fue condecorado por su valor demostrado en el campo de batalla. Años más tarde, en 1905, a pedido del Senado de la República del Perú, se le confirió el grado de General de Brigada del Ejército Peruano.

La actuación de Sáenz Peña junto al pueblo peruano durante la Guerra del Pacífico, además de inscribirse en la más genuina tradición de amistad entre ambos pueblos en la senda iniciada por San Martín medio siglo atrás, marcaría el camino de una tibia vuelta a una visión de conjunto continental que otros seguirían luego, formando lo que intelectualmente se conoce como la Generación del Centenario, con Manuel Ugarte y José Enrique Rodó como figuras emblemáticas.

Pacto de caballeros

Sáenz Peña había ganado las elecciones gracias al sistema electoral vigente durante décadas y marcado por una corrupción y fraude generalizados, sistema por el cual se evitaba el acceso al poder del radicalismo liderado por Hipólito Yrigoyen. He ahí el motivo por el cual los líderes radicales habían intentado la vía armada primero, y el abstencionismo electoral luego hasta tanto no se dieran garantías de transparencia electoral. Sería Don Roque el encargado de sanear el sistema, desde adentro, una vez llegado a la presidencia. Contaría con la inestimable ayuda de su amigo personal, el abogado salteño Indalecio Gómez a quien designaría al frente del Ministerio del Interior, persona imbuida, al igual que el presidente, de una profunda mirada americanista y de apertura a cambios sociales necesarios para evitar que la vía revolucionaria se cobrara la vida de miles de argentinos.

Entre la elección presidencial y la asunción del cargo el 12 de octubre de 1910, se realizaron varias entrevistas personales entre Sáenz Peña e Yrigoyen, generalmente en casa de un amigo de ambos, Manuel Paz. Las mismas se sellaron con un apretón de manos como era de rigor entre caballeros. Ambos cumplieron su parte de los acuerdos. El presidente envió al Congreso tres proyectos de ley que en su conjunto se conocen como Ley Sáenz Peña. Por la primera de ellas se establecía el enrolamiento general, a los fines del servicio militar obligatorio, de todos los varones mayores de edad. Por su parte, la segunda norma fijaba las pautas de confección de los padrones electorales intentando garantizar su transparencia. Finalmente, la ley del sufragio lo caracterizaba como universal, obligatorio y secreto. Los radicales abandonaron su modalidad abstencionista de no presentar candidatos, legitimando naturalmente el proceso comicial en su conjunto. Pronto demostrarían ser la principal fuerza política del país.

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