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Tres años sin Néstor

El 27 de octubre de 2010, mientras el país llevaba adelante el Censo Nacional, fallecía el ex presidente Néstor Kirchner.

Aquella mañana muchos estábamos preparados para lidiar con los coletazos de una más entre las innumerables operaciones políticas y mediáticas que la coyuntura ofrecía como menú cotidiano. Ya desde unos diez días antes de aquel 27 de octubre de 2010, las voces de una oposición sin proyectos insistían, amplificadas por la potencia hegemónica de la prensa corporativa, en machacar en torno de los errores, la desorganización, la improvisación con que había sido planeado el Censo Nacional 2010, e incluso azuzaban a la población acerca de los peligros, en términos de seguridad, que podría traer aparejado el mero hecho de atender al censista. Nos causaba indignación aquel boicot. Nos parecía trascendente, importantísimo, el nuevo desafío: desmitificar toda esa argumentación falaz, desmontar ese mezquino operativo de desinformación, que en realidad iba en desmedro de una herramienta estadística útil para cualquier país desarrollado. Quiénes, cuántos somos. Si tenemos o no trabajo, instrucción, de qué tipo, cómo vivimos, en qué condiciones. En fin, que ese Censo Nacional 2010 fuera exitoso hubiera debido ser el deseo de todos los argentinos.

Pero aquella mañana, quienes estábamos legítimamente preocupados por aquel cuadro de situación, pronto supimos que lo importante suele ser efímero, o bien que aquello que es juzgado como determinante, puede, rápidamente pasar a un segundo plano ante el surgimiento de un suceso cuya potencia es capaz de eclipsar casi todo cuanto nos rodea. El anuncio del fallecimiento del compañero Néstor Kirchner hizo que se sacudieran los cimientos de nuestros afanes, ideas, proyectos y perspectivas, quiero pensar que incluso a quienes habían gastado años en combatir sus políticas desde la honestidad intelectual.

Fue tan grande el dolor que no fue fácil dar por cierta la noticia más triste de las últimas décadas –puedo decir, en mi caso, la más desgarradora desde la muerte del general Juan Domingo Perón–, y muchos debimos preguntar varias veces y a distintos interlocutores si era verdad la verdad, si esa cruel novedad no era una más de aquellas crueles jugarretas de quienes no reparan en gastos ni en inmensas falsedades a la hora de causar daño a las grandes mayorías. Néstor había partido, ya sobrevolaba la Inmortalidad, pero sus compañeros y compañeras no dábamos crédito a tamaño atajo de la Historia.

Costó reaccionar, pero acaso los años de militancia, la responsabilidad política intransferible da cada uno de nosotros, la firme convicción de acompañar en esa hora dolorosa a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la certeza de saber que no dejaríamos sola a la mujer que estaba dando continuidad al período iniciado por Néstor el 25 de mayo de 2003, la seguridad de que formábamos parte del primer gobierno peronista desde el deceso de Perón, todo eso y muchas cuestiones que hoy pueden escapárseme, motivaron que rápidamente, aún como pueblo en duelo, en carne viva, nos movilizáramos para dar el último adiós al Flaco, al Lupo, al Pingüino, no importaba cómo lo llamara cada uno en su intimidad, importaba el profundo afecto que se había ganado a fuerza de hechos y acciones, de llevar hasta las últimas consecuencias aquello de que “mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”.

Y desde el mismo “subsuelo de la Patria sublevado” con que Raúl Scalabrini Ortiz definió el 17 de octubre de 1945, surgieron millones de mujeres, hombres, jóvenes, ancianas, niños, que nadie mensuró, que los poderes fácticos tardaron días en reconocer que estaban allí, anónimos, pero que la partida de Néstor obligó a que salieran a decirle cuánto lo estimaban, cuánto se había ganado del cariño y fervor popular en tan pocos años.

Hace tres años que Néstor Kirchner nos acompaña desde el lugar reservado a los grandes. Lo extrañamos. Lo recordamos a cada momento. Pero tanto el liderazgo de Cristina, su compañera de vida y militancia, como la conciencia de lo que falta aún para cumplir los sueños que no abandonó en las escalinatas de la Casa Rosada, nos obligan a seguir la senda abierta por sus pasos desgarbados pero seguros. Un caminar que siempre condujo a cumplir, a su vez, el sueño de Perón y de Evita: una Patria Justa, Libre y Soberana.

Ah, por cierto, aquel Censo Nacional 2010 fue un ejemplo. Y ninguno de los augurios nefastos en pos de su fracaso se cumplieron. Como ninguno de los vaticinios que ponen en riesgo a la Patria tienen posibilidad de cumplirse si el Pueblo está de pie, defendiéndola.

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