No había sonrisas. Ni una. Sólo rostros tristes o enojados que se multiplicaban por las calles de Ludueña en el cuerpo de niños, adolescentes, maestras, ancianos. Cada tanto, el paso firme y silencioso se interrumpía con un grito macizo de “Gaby, presente” o con la voz del cura Edgardo Montaldo que megáfono en mano relataba alguna de esas verdades dolorosas que por esas calles son moneda corriente. La droga, los búnker, la violencia, la muerte. Ése fue el espíritu con el que ayer los vecinos pidieron Justicia por Gabriel Alejandro Aguirre, el chico de 13 años asesinado el pasado 20 de octubre en coincidencia con el clima futbolístico del clásico. Con pocas palabras, su madre resumió la resistencia de un barrio humilde que no quiere contar más víctimas: “Quiero que los sueños de mi hijo sigan marchando”.
Gaby cursaba el último año de la primaria en la escuela 1.027 Luisa Mora de Goldín, ubicada en el corazón de barrio Ludueña. Era un chico alegre y creativo según sus maestras. Muy querido por sus compañeros que lo recuerdan por su amor a la música y sus ganas de formar una banda de cumbia, y un soñador para el padre Edgardo, a quien imitó en el último acto escolar. Su mamá es cocinera en ese mismo establecimiento educativo por el que pasan mil chicos a diario y donde fue velado Gabriel. Su muerte fue prematura y la causa, una violencia inexplicable para la razón, pero cotidiana en la realidad de barrios periféricos. Ocurrió cerca de las 19 del domingo 20 de octubre durante festejos futbolísticos. Él se puso una remera de Newell’s para acompañar a sus amigos (porque él era hincha de Boca) y fue agredido a tiros por otros pibes que vestían la camiseta de Central. Por el ataque, el sábado pasado detuvieron a Marcelo V., un menor de 17 años, que fue alojado en el Irar, sospechado de acompañar a quien disparó, que según la Policía ya está identificado.
Resistencia y dolor
“Cada vez son más los nombres de niños y niñas que tenemos que recordar porque están muertos”, se escuchó decir al padre Montaldo durante la concurrida movilización que partió a las 17 de ayer desde la puerta de la escuela orquesta de educación primaria, ubicada en Humberto Primo al 2400, rumbo a la seccional 12ª, en Pedro Lino Funes 255 bis. Y mientras advertía sobre el flagelo de la droga llamaba a “unirnos todos para salvarnos de esa epidemia tan grave”. Cuando la marcha llegó a la puerta de la comisaría se impuso un silencio extenso. Los vecinos rodearon la fachada nueva de vidrios polarizados con un flamante cartel que dice “gobierno de Santa Fe. Ministerio de Seguridad” y empezaron a sonar bombos, platillos y aplausos a la espera de que el responsable reciba a familiares de Gaby.
Rumbo a la plaza
Luego, la movilización anunciada bajo el lema “Los pibes y las pibas no somos peligrosos, estamos en peligro”, siguió rumbo a la plaza Pocho Leprati. Una murga de niños danzaba sin alegría y en las pinturas de sus rostros podía leerse Gaby en colores brillosos. Sus compañeros de curso dijeron que en la escuela tuvieron una jornada para recordarlo y reflexionar sobre lo que pasó con ese alumno que perdió la vida de tres balazos.
“Escuchamos las canciones que a él le gustaban”, dijo una niña de 12 mientras una maestra contó su experiencia con alumnos de segundo grado. “Hicimos el ABC de la paz con chicos de seis y siete años. Casi todos, cuando llegaban a la letra G, decían Gabriel. Y cuando les tocó la Y, decían Gabriel y yo”.
La marcha finalizó con un masivo acto en el centro de la plaza donde sonó la conmovedora voz de la madre de Gaby: “Nos duelen los sonidos de las balas”.